Uno de los temas que más me impactó en mi primer año de estudios de la carrera de economía fue el de la paradoja de la frugalidad: un país crece menos en la medida que sea mayor su ahorro. Tradicionalmente se entiende el ahorro como un valor, por lo que es más próspera una persona que ahorra, siendo más frugal en su consumo. Pero sucede que en un sistema capitalista, cuanto más ahorra la población y menos compran, más empobrece la sociedad económica en su conjunto porque quienes venden, venden menos. Por tanto, para que la economía prospere, tiene que promoverse el gasto de la población para que haya más ventas o, como se dice, que haya más derrama económica.
El ideal que se plantea en los libros de las escuelas de economía donde aprendieron nuestros gobernantes, es determinante. O consumes para entrar al Nirvana del crecimiento infinito, olvidando que el planeta es finito, o te hundes en la contracción y la pobreza. Para que haya negocios, tiene que haber ganancia para quien los realiza. Entre más gane alguien con su negocio, aunque para ello pague sueldos de miseria o deprede el medio ambiente, más próspera será dicha persona y, bajo ese sistema de valores, más se le admirará. No plantea otra opción para el consumo, ahorro e inversión, aunque en realidad sí la hay: no es tan importante la cantidad como la calidad.
En los tres siglos de vida del capitalismo, un puñado de personas se ha dedicado a jalar la cobija para su lado y desgarrarla, en vez de permitir que ésta cubra mejor. Nuestros amigos del “decrecimiento sustentable” han visto el grave problema del desgarramiento de la cobija, por lo cual llaman urgentemente a cambiar el paradigma antes de que terminemos comiéndonos unos a otros.
Hemos vivido creyendo que el crecimiento económico es la meta. No es fácil ver los costos sociales y concentración de riqueza en pocas manos que esto implica. Nos han llevado a desear tener y consumir cada vez “más”, sin detenernos a pensar si es “mejor”.
Como simple ciudadano de a pie ¿de qué me sirve que tal o cual empresa extranjera invierta en mi ciudad muchos millones de dólares si no me dicen en qué? Si lo hace es porque le es negocio, no porque me quiera ayudar ofreciéndome un empleo digno. Ya de por sí nos cuesta que, con cargo al erario público, los gobernantes les condonen impuestos y derechos para que les sea negocio instalar su flamante planta industrial en mi hábitat. Bajo el pretexto de la derrama económica que dicen que esto traerá, no se contabilizan los costos que implica al hacer que mucha gente deje de trabajar en la economía tradicional y lleguen a faltar servicios públicos.
De esos tantos millones que dicen invertirán, una parte va para pagar sueldos y para adquirir cierta cantidad de materiales para la construcción de las nuevas plantas industriales. Pero el grueso de la inversión será para adquirir maquinaria industrial, muebles, elevadores y aparatos electrónicos que se los traerán desde su país de origen.
Lo que no vemos es que una parte de nuestro presupuesto público tendrá que destinarse a nuevas calles, sistemas de alumbrado, transporte público, agua, drenaje, etc. Habrá que satisfacer la necesidad de servicios públicos en las nuevas plantas industriales, sacrificando el mantenimiento de la infraestructura urbana existente y difiriendo obras como escuelas, puentes, presas y otras. Nos cuesta a la mayoría, dejando ganancias para una minoría.
Con la perspectiva de progreso con la que aún trabajan nuestros políticos se pone énfasis en maximizar la cantidad de inversión y de consumo, no en el destino de la primera y composición y calidad del segundo.
La vía alterna de desarrollo requiere impulsar dos ideas. Una, calidad de la inversión: lograr desde la sociedad civil que los nuevos inversionistas aporten consciente y solidariamente a la construcción de la infraestructura social y urbana que se requerirá para que ellos puedan trabajar mejor en nuestra ciudad. Por ejemplo, ¿no sería congruente que aportasen dinero y tecnología para un sistema de transporte público interurbano? Con ello, además de mitigar o incluso solucionar el problema actual de movilidad, permitiría a sus trabajadores vivir en ciudades dormitorio de manera que no se altere el equilibrio ecológico y socioeconómico de nuestra urbe.
Y la otra, con el mismo ánimo y entusiasmo con que se ha promovido traer a nuestra entidad la inversión extranjera en planta industrial, ¿por qué no traer capital financiero en forma de programas de cooperación internacional para el desarrollo destinado a promover el desarrollo de la micro y pequeña empresa local? La lógica de apoyar empresas bajo el paradigma actual consiste sólo en fomentar la creación de cadenas productivas y desarrollo de proveedores para las industrias foráneas. Pero eso no genera riqueza económica en la sociedad que les abrió las puertas para que vinieran a poner negocios industriales. Nuestro país padece de uno de los sistemas financieros más caros del mundo. No se puede impulsar así la economía local.
Se trata de hacer que la cobija alcance para más: aprovechando que nuestra entidad es capaz de atraer inversiones, pueden atraerse recursos financieros que sirvan para los emprendimientos individuales, de la economía social y la economía familiar. En realidad es tan simple que hasta los políticos lo pueden entender.
Twitter: @jlgutierrez