“Las mercancías no pueden acudir ellas solas al mercado ni cambiarse por sí mismas. Debemos, pues, volver la vista a sus guardianes, a los poseedores de mercancías” (El Capital, Karl Marx, Tomo I. Cap. II, El proceso del intercambio).
Tomo como base este hecho fundamental del intercambio mercantil, para seguir el rastro inteligente de Marx, el economista, hasta encontrar un cabal entendimiento de la importancia y la trascendencia del factor real que hace posible el cambio, para entenderlo no ya como un mero accidente del mercado, sino como un auténtico elemento constitutivo del proceso de intercambio.
Si bien es cierto que las mercancías, al entrar al mercado, se transmutan “en una cosa sensorialmente suprasensible” (Ibidem, Cap. I. La mercancía. 4. El carácter fetichista de la mercancía y su secreto); no menos cierto es que sin el hombre, el ser humano, que la porta o la custodia, ella simplemente no vendría a ser, porque está intrínsecamente ligada a su trabajo útil, es decir, a las funciones del organismo humano, y esto implica en esencia “gasto de cerebro, nervio, músculo, órgano sensorio, etc., humanos”.
De manera que, aunque al llegar al mercado, la mercancía verdaderamente se emancipa, se enajena de su portador, para establecer una relación social entre objetos, existente al margen de los productores; sin embargo, esto sucede gracias precisamente a “lo misterioso de la forma mercantil”, que consiste sencillamente en que dicha forma “refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo” (Ibid., ut supra). En suma, la mercancía, cosa, se personifica en el proceso del intercambio y la persona (“Träger”- portador) se cosifica. ¡Eh aquí el porqué del fetichismo de la mercancía!
Esta paradoja económica fundamental, puede servir también de base para construir una analogía aplicable al proceso político. Pues resulta que una de las cuestiones candentes y cruciales para el entendimiento del intercambio político actual es poder determinar: ¿quién o quiénes son los verdaderos productores, portadores (“Träger”) de valor político?
Durante un largo tiempo, digamos desde la constitución de los estados liberales como superación de los estados feudales o autocráticos, el juego central era conducido por los partidos políticos, o por las alas parlamentarias, que gracias a su competencia por hacerse con el poder supremo del Estado, generaron las condiciones necesarias para construir la vida democrática de las naciones modernas o estados nacionales. Esta evolución histórica se fue afianzando gracias a la revolución industrial, a la gradual pero consistente urbanización de los países, superando el estadio de las sociedades eminentemente agrarias, dependientes de los medios arcaicos de producción económica.
El siglo XX fue prácticamente dominado por el ejercicio y práctica de los partidos políticos, que configuraron la geopolítica de la Guerra Fría, los férreos bloques del Este-Oeste y los estados nacionales alineados o no alineados de la posguerra, y la suerte distinta de los países hemisféricos del Norte sobre los del Sur, también reconocidos como países centrales o periféricos, respectivamente. En México, el proceso de la revolución social de 1910 fue el crisol que logró amalgamar de una gran atomización de partidos locales o regionales, el partido emergente de la revolución mexicana que se entronizó como partido dominante durante 70 años.
Quien no atienda a esta condición particular de la génesis histórica del PNR convertido en PRI, pierde de vista la razón de fondo que lo hizo tan peculiar en el entorno latinoamericano y mundial. Digámoslo sin estridencia, el proceso político de México era de tipo balcánico, es decir, sumamente fragmentado por nacionalidades, etnias, poderes regionales estructuralmente atomizados, en esencia multicultural y plural en lo político; caldo de cultivo que hizo socialmente posible la fusión política en torno a una “institución fuerte”, que hizo precisamente del decir del presidente Plutarco Elías Calles: la llegada “del fin de los hombres necesarios, para dar inicio a las instituciones”. De ahí la nueva institucionalidad fundadora del México contemporáneo.
Los años 70 cuestionaron esta dominación de “partido único” y comenzaron a proliferar, junto al perenne partido de oposición, PAN, y al estoico PCM, Partido Comunista Mexicano, nuevos partidos que prontamente se alinearon a la izquierda del espectro político, y los pocos fragmentarios de la derecha fueron gradualmente subsumidos por los ya históricos o emergentes. El ensayo de transición política del año 2000, situó al PAN en el poder y derrumbó al “viejo PRI” por 12 años.
Es en ese proceso finisecular del XX y la transición al siglo XXI, que sociólogos, investigadores, politólogos y analistas comenzaron a vislumbrar la caducidad de los partidos políticos como esos “portadores” (Träger) de valor político, y poner la vista en otro tipo de organizaciones y de formaciones sociales que tenderían a sustituirlos como las “monedas duras de cambio político”. Afortunadamente, soy testigo de este cambio de vista, o de atención manifiesta, a la relevancia de los partidos como generadores de los portadores de valor político, que ocurre a principios de los años 80. Me refiero a la posición personal manifestada por el sociólogo J. Francisco Paoli Bolio, como titular de la asignatura de Partidos Políticos, que venía ejerciendo desde años antes en la Universidad Autónoma Metropolitana, y anunciándonos en 1983 que la nuestra era la última generación de alumnos –en este caso de la UIA- de esta materia, porque él se retiraba de esta cátedra, porque tenía como proyecto el investigar ahora el rol de las Profesiones, como esa veta productora de “portadores” (Träger) de valor político; y como argumento citaba a reflexionar cuántos generales han sido presidentes de México, cuántos médicos, cuántos ingenieros, cuántos diplomáticos, cuantos administradores, etc. Sin duda tiene un punto como argumento.
En el análisis de esta intuición socio-política, encontramos el papel ascendente que han tenido otro tipo de organizaciones de la sociedad civil, como son los sindicatos. Basta recordar el papel central del Sindicato Solidaridad de Polonia, para darnos cuenta de su relevancia en la nueva escena política. Hoy, es evidente la depreciación de los partidos políticos, por más que sus arcas estén repletas de dineros públicos, ya no están cumpliendo a cabalidad el ser Träger de valor político. Pero, celebro el ascenso de OSC’s, organizaciones de la sociedad civil, que están asumiendo roles protagónicos en la formación de ciudadanía y de representación política.