Televisión y “democracia” / Marcela Pomar en LJA - LJA Aguascalientes
25/11/2024

Nadie que observe con un poco de cuidado la situación del país en estos últimos tiempos podrá negar la gran influencia que los medios de comunicación ejercen sobre las opiniones públicas y las decisiones electorales. Por encima de todos éstos, la televisión ocupa un lugar primordial en el mundo de la comunicación social, y es el espacio rector por excelencia para la transmisión de ideologías “light”, adecuadas para públicos muy ocupados o muy desinteresados de las problemáticas y necesidades sociales existentes. La estrategia mediática del duopolio Televisa-Estado se concentra en generar personalidades, en crear líderes visuales vacuos, mas no en propagar ideas ni en construir políticas que cuestionen, debatan, analicen y estructuren –en base al diálogo, la reflexión y la crítica- posibles soluciones a las graves problemáticas que enfrenta el país. La estrategia de “marketing” de gobiernos y partidos se centra en difundir la imagen de sus políticos como productos “deseables” que se ofertan a sí mismos ante un mercado (ciudadano común) que se conforma con saber detalles nimios, divertidos y entretenidos de sus representantes políticos. Se ha vuelto cosa común que se derrochen enormes sumas de dinero para que líderes y servidores públicos de todos los niveles de gobierno se presenten a sí mismos como grandes “divas” en la televisión, en las redes sociales, en las revistas de la “socialité”, etcétera. Un ejemplo, entre muchos: hace unos días se dio a conocer el “reality” de la “diputada federal” Purificación Carpinteyro, donde dio a conocer su “día de trabajo”. Me pregunto si a la serie de eventos presentados en medio de gran ostentación (atavío personal, desayunos, reuniones, comidas, visitas, charlas, comunicaciones telefónicas, viajes con chofer, cenas, etc.) se le puede considerar un día de trabajo genuino, como de quien realmente desquita su salario dignamente. Ello sin mencionar su gran responsabilidad como servidora púbica y supuesta representante de los intereses del pueblo, elegida por la ciudadanía, así como los enormes beneficios que obtiene por su cargo con los más de 200 mil pesos de salario mensual que obtiene, junto con muchas otras prestaciones. ¿Qué sentido tiene esto? Realmente dudo que tenga alguno. La única respuesta que atisbo es que sirve, en primer lugar, a su ego propio; en segundo, que se gana un lugar en el corazón de ese público ligero y morboso ante quien se ubica como una “mujer de éxito” o ejemplo a seguir; y tercero, que asegura su permanencia entre las élites políticas para futuros puestos de gobierno.

Antonio Laguna Plateros en su ensayo: “Liderazgo y comunicación: la personalización de la política” articula claramente y con fundamento teórico esta grave situación que hoy se vive. Explica que la centralidad de la figura del líder frente a la organización o partido es inminente. Tanto por la estrategia sensacionalista del mercado como por el principio de simplificación del lenguaje audiovisual, la competencia electoral se libra ya no entre programas o ideologías, sino entre imágenes de personas. Una imagen que es humana, emotiva y seductora predomina frente a los ciudadanos. Max Weber, a inicios del siglo XX, considerando a las masas como “incapaces de reflexionar e informarse” plantea que el fundamento de la democracia representativa es la elección entre un líder u otro, esto es, entre quien “venda” mejor su imagen aunque carezca de propuestas, capacidades o habilidades para desempeñarse en los asuntos públicos. La capacidad de seducción se impone ante la capacidad de argumentación o reflexión. Explica Laguna que con la televisión y los medios, el líder puede acceder a las casas de los ciudadanos sin necesidad de recurrir a la mediación de militantes o programas de partido, pudiendo así ofrecer aspectos familiares de su personalidad con suma facilidad y hasta en horario estelar. Estos usos comenzaron con el debate entre Nixon y Kennedy en la década de los 60, donde se demostró que el líder lo es, más que nada, por su capacidad mediática, y que el triunfo no depende de la experiencia política o la brillantez de las ideas, sino de la telegenia o capacidad comunicativa a través de la pantalla. Es decir, “una capacidad estructurada y centrada en una serie de habilidades que van desde la facundia, el físico, la expresividad facial, la gestualidad, el vestuario, la escenografía… hasta la capacidad para entretener o divertir. En efecto, una mezcla de político/actor/vendedor, tal como pusiera de manifiesto la nominación y posterior éxito electoral de R. Reagan, pero también una mezcla de showman, tal y como demostró Bill Clinton posteriormente”. El objetivo, entonces, es ganar el aplauso. Este líder electrónico “no tiene un pueblo, tiene un público, espectadores. Divertir, emocionar, provocar…, entre otras sensaciones, tendrán mayores efectos en la audiencia que argumentar, razonar, explicar… algo tan distante y complejo como es la política”.

El verdadero problema radica en que esto lo acepta la mayoría ciudadana como sustancialmente correcto. La educación en México no está en manos de Gordillo, ni de la SEP. Está en manos de la televisión. Y para conocer hacia dónde vamos como país, basta con sintonizar el Canal 2.

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