No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas
Mary Wollstonecraft- 1792.
Históricamente las mujeres hemos vivido en desventaja respecto a las posibilidades de desarrollo político, cultural, educativo, social y económico que tienen los hombres. El sistema tal y como se ha estructurado sigue dejando en desventaja a las niñas y mujeres principalmente porque las condiciones de opresión milenarias se siguen reciclando.
El discurso a modo basado en la supuesta “naturaleza” que mantiene en franca desventaja a los cuerpos femeninos se ha arreciado ante el avance de los derechos sexuales y reproductivos, las organizaciones sociales nacionales e internacionales así como algunos grupos parlamentarios a favor de estos derechos han pagado un alto costo ante un sistema patriarcal caduco que mantiene en muchos espacios los hilos del quehacer político que impacta la vida de millones de mujeres y hombres, intereses que evidentemente resultan anacrónicos para la sociedad actual.
La época oscurantista asesinó a millones de mujeres que fueron quemadas, decapitadas y torturadas, las razones fueron diversas, la brujería, la herejía, la posesión demoniaca, la lujuria y un sinfín de acusaciones y señalamientos que realmente ocultaban dos aspectos básicos de esta idea sobre la supuesta maldad encarnada en los cuerpos femeninos: la misoginia y la necesidad de dominio sobre las mujeres.
Esta historia que refleja los deseos de dominar el cuerpo de las mujeres tiene un inacabable número de intentos del poder patriarcal que aún en nuestros días continúa y se esmera en la búsqueda de formas que logren al fin controlar, disponer y reprimir a las mujeres, principalmente porque no son consideradas seres humanas, personas con derechos y con poder de decisión.
Las violencias de género han analizado las expresiones y acciones que van excluyendo a mujeres y hombres de la posibilidad real de mantener una vida sana, libre, respetuosa, amorosa, creativa y saludable y la forma en que estas ideas de superior/inferior legitiman el ejercicio de la violencia.
De los aspectos importantes que nos presentan los estudios e investigaciones y en general los conocimientos de quienes trabajan sobre las violencias de género ha sido lograr explicar la violencia estructural, esa violencia invisible, que va más allá incluso de la violencia de pareja, de la violencia en las calles, pero que al mismo tiempo contiene todas estas violencias y las sostiene desde las estructuras, económicas, sociales, políticas y culturales.
El ámbito de la justicia forma parte de esta violencia estructural hacia las mujeres. Si bien es cierto que la esencia de la justicia es dar a cada persona lo que le corresponde y pertenece, no podemos negar que al analizar dicho planteamiento y ejecución de la misma nos topamos con enormes desigualdades que se siguen acrecentando desde la implementación de la objetividad de la razón.
Porque finalmente el ámbito de la justicia, de lo legal, no deja de estar contaminado por el ejercicio constante de la violencia hacia diversos sectores sociales, como el de las mujeres.
Una de las claras expresiones de violencia estructural hacia las mujeres son la creación, modificación o adecuación de leyes que penalicen al cuerpo femenino por ostentar una función fisiológica como el embarazo de la que además se argumenta que ellas son las únicas responsables, siendo omisos en la participación que tienen los hombres en estos embarazos, incluso en la interrupción y desde luego exculpándolos de cualquier sanción que por otro lado con ferocidad se aplica a las mujeres.
Esta visión de justicia sesgada por la cultura machista lamentablemente ha marcado a millones de mujeres que en diferentes estados de la República Mexicana hoy siguen pagando con su vida las múltiples razones por las que interrumpieron su embarazo.
Proponer criminalizar a las mujeres que interrumpen su embarazo tiene como único fin castigar a las mujeres con menos poder, es decir a las mujeres con menor instrucción académica, sin ninguna posibilidad de empleo o subcontratadas, a las que han sobrevivido a episodios de violencia sexual atroz, en sí mismas estas leyes impactan principalmente a las mujeres más pobres, las que no tienen dinero para viajar a un lugar seguro donde puedan interrumpir su embarazo y en el claroscuro de clínicas clandestinas, de cuartos aislados e incluso en su propia casa toman o se introducen decenas de métodos que además de acabar con su vida dejan una cicatriz social y familiar que de verdad nos debería de estar preocupando. La falta de acceso a la salud sexual y reproductiva deja sin un lazo principal a estas familias que pierden a su madre, a su hermana, su tía, hija, sobrina…
La vida de las mujeres debe ser una prioridad para quienes gobiernan, quienes integran los congresos, quienes promueven la opinión pública pero también para quienes aplican la justicia. El tema del aborto no es un asunto ligero, por el contrario es complejo y hay que entender las estructuras que orillan a las mujeres a esta práctica, entender desde una perspectiva científica, laica, histórica.
Estar a favor de la vida de las mujeres es procurar que sean ellas las que decidan por sí mismas, garantizarles como estado el acceso a la salud sexual y eso incluye tomar en cuenta a las mujeres más pobres de este país, para que no sean ellas quienes terminen en la cárcel criminalizadas por ser pobres y por ser mujeres.
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