México persiste en ser una colonia / Marcela Pomar en LJA - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

Es un error creer –como tanto se insiste desde hace algunos años- que el mundo entero ha entrado en la feliz era de la globalización donde todos los “ciudadanos” de los países del orbe gozan de la misma oportunidad para participar de los beneficios que ofrece la universalización del conocimiento. Vivimos –según nos dicen- en una nueva era, en la era de la información. En ella, los adelantos científicos y tecnológicos, los intercambios cibernéticos mercantiles y financieros, el desarrollo de industrias y corporaciones globales, la revolución informática, las redes digitales, la transformación del mercado de trabajo, etc. son la base del “progreso” de la humanidad. En este deslumbrante panorama no hay pasado: es éste un milagro producto de la inteligencia y la ciencia humana que a través de los siglos ha logrado dominar los elementos para beneficio de las sociedades. Es el progreso que llegó y al cual no podemos negarnos. Para evitar el rezago, debemos subirnos al tren del desarrollo a toda costa.

La maquinaria mediática –portavoz de las élites que nos dirigen en semejante hazaña global- nos ha empapado de esta ideología de la modernidad que justifica plenamente al actual sistema económico imperante. Los gobiernos en el mundo, entonces, cargan con la solemne responsabilidad de reorientar sin reparos los rumbos de los países hacia este nuevo orden mundial.

Sin embargo, las crudas realidades sociales en todos los rincones del planeta demuestran otra cosa. Pablo González Casanova explica en su libro Globalidad, neoliberalismo y democracia que: “El discurso de la globalidad […] a menudo contribuye a ocultar los efectos de la política liberal neoconservadora en los países del tercer Mundo y los problemas sociales más graves de las cuatro quintas partes de la humanidad. En las líneas esenciales del mundo actual es indispensable ver lo nuevo de la globalidad, pero también lo viejo; y en lo viejo se encuentra el colonialismo de la Edad Moderna, un colonialismo global que hoy es también neoliberal y posmoderno”. Y es que no podemos olvidar nuestro pasado, no es posible borrar siglos de historia de sometimiento porque precisamente ese pasado nos hace ser lo que hoy somos, y estar donde hoy estamos.

Los procesos históricos mundiales colocaron a la humanidad en dos bloques al día de hoy: los países dominantes (casi todos los del hemisferio norte), y los países dependientes subordinados (casi todos los del sur: Latinoamérica, África y la mayor parte de Asia). La histórica acumulación originaria de capital gracias a la sobreexplotación de las colonias permitió el desarrollo y la consolidación de hegemonías económicas y militares como Inglaterra, Estados Unidos, Alemania y Japón. Hoy, entonces, la globalización se manifiesta como una nueva versión grotesca y recrudecida del capitalismo imperialista que con una máscara sutil y perfeccionada pretende continuar el dominio y la explotación sobre los países que sufrieron condiciones de colonialismo en los siglos precedentes, basado en relaciones de desigualdad, despojo, represión y desprecio. Frantz Fanon en su célebre libro Los condenados de la tierra explica: “Esta opulencia europea es literalmente escandalosa porque ha sido construida sobre las espaldas de los esclavos, se ha alimentado de la sangre de los esclavos, viene directamente del suelo y del subsuelo de ese mundo desarrollado. El bienestar y el progreso de Europa [y Estados Unidos, agrego yo], han sido construidos con el sudor y los cadáveres de los negros, los árabes, los indios y los amarillos”.

Como antiguas colonias, México y los países elegantemente llamados “en vías de desarrollo” no sólo cargan con siglos de millonarios despojos y explotación de recursos humanos y materiales, sino que incluso después de haber logrado la emancipación de las metrópolis, mantuvieron forzosas relaciones de dependencia con las potencias hegemónicas y sus organismos internacionales. Durante el siglo XIX y principios del XX los países subordinados hicieron todo lo posible por afirmarse como naciones. Pero para ello requerían recursos, las metrópolis los habían dejado empobrecidos. La inserción en el capitalismo para entrar en el “concurso de las naciones desarrolladas” era fundamental, por eso contrajeron deudas, facilitaron la entrada del capital extranjero, permitieron que industrias y corporaciones internacionales hicieran uso de los recursos naturales “para generar empleo y elevar la productividad”, privatizaron recursos nacionales, mantuvieron esquemas de marginación social en apoyo a las empresas extranjeras, etcétera.

Y hoy nos encontramos nuevamente en el mismo punto. En México, durante los últimos 30 años, los gobiernos han seguido fielmente las políticas neoliberales dictadas por las oligarquías económicas mundiales que las favorecen sólo a ellas y mantienen a los países dependientes sumidos en condiciones de desigualdad, pobreza, violencia, anarquía e injusticia. Los acontecimientos que observamos en el país en estos últimos días nos dan muestra de ello. El gobierno persiste en mantener prácticas de dependencia y subordinación hacia las grandes economías en perjuicio de nuestra ya vejada nación: le urge permitir la entrada al capital privado para la explotación del petróleo nacional, le urge recaudar el IVA en alimentos y medicinas; acepta que compañías mineras y de energía en contubernio con gobiernos locales despojen a comunidades de sus tierras y recursos para seguir devastando y lucrando; permite que se otorguen permisos a trasnacionales para que introduzcan maíz transgénico en tierras nacionales; que se establezcan grandes consorcios chinos en detrimento del comercio nacional; favorece la impunidad en el sistema judicial para quedar bien con gobiernos europeos y no castiga a las empresas mediáticas responsables de la mentira y el atropello; oculta complicidades y fraudes electorales a través de sus instituciones, entre muchas otras cosas más. Ninguna estrategia ni política pública rendirá efectos positivos en este país si no se atiende el verdadero problema de fondo.

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