Puyazos - LJA Aguascalientes
16/11/2024

Dos temas de interés actual para la fiesta brava extenderé brevemente en la hojilla al frente: los abusos de los diestros ibéricos para con el espectáculo taurino nacional y la famélica nómina de novilleros en México.
Deambulando choqué con un cuestionamiento que me pareció de sumo interés; aquella bella y querida persona me preguntó a boca de jarro, que de cuándo a la fecha los coletas peninsulares habían comenzado a jugar con el torillo mexicano y a llevarse el dinero (Sic.); que si de siempre se había sufrido de esta afección. La oración inquisitoria me dejó gélido y sangrando la herida, sin embargo también me impulsó a reflexionar e investigar.
Por mi edad (28/10/73) me resulta complejo hacer un juicio centrado, extenso, imparcial y objetivo; más cuando no de toda la vida he contado con el “uso de razón taurina”, y de lo que he sido testigo es bien poco. Por esto es que abrí muchas hojas para en algo poder, por el conducto de la cuartilla, contestar a la persona que le levantó la compuerta a tan sana inquietud.
Presto mejor a un papel de sencillo auxiliar histórico, para que el amable lector califique por su parte, propondré una corta serie de elementos que puedan avalar cualquier sentencia.
Casi todas las figuras españolas del siglo pasado han venido a nuestra patria con fines profesionales. De estos, pocos realmente han sido los que por sus modos de interpretar la lidia y por el gusto que han expresado al estar en nuestro país, se han ganado los totales afectos del público. Ahora nombraré a Manolete, Paco Camino, “El Capea” –los tres con rivales nacionales duros en el ruedo-, Joselito, Enrique Ponce, José Tomás y “El Juli”-y estos, sin competencia por delante-. Dije matadores de a pie.
En cien años, el ganado de lidia mexicano ha tenido tres etapas: la de la evolución, la de la consolidación y la de la decadencia, que es la que estamos viviendo. Cada una quizás ha durado 30 años. Se trata de genética y el abuso en el manejo de ella.
Manolete lidiaba, porque era lo mejor en casta, La Punta, San Mateo y sus derivados, Coaxamalucan, Peñuelas y las que agregue el lector. Era una generación de toros fresca, viva, incandescente. Apenas si antecedida de pocos episodios que fueron columnas puras, sin cruzas excesivas de sangre.
Paco Camino veía ya el asomo de una radical diferencia entre el ganado ibérico y el nacional. Aún quedaba algo de “aquello”. Ya se veía, sin embargo, que en el Toreo y la misma Plaza México “le echaban” encierrillos no menos reducidos que lo que hoy a los aficionados nos indigna; tal vez de menor trapío, en algunas tardes. Pero también se le observó ante reses dignas, cabales, bravas y presentadas con categoría. No es hoja de ejemplos, pero llega el gratísimo recuerdo de los ¡berrendos de Santo Domingo!
Llegó la década de los setentas y en ella se aposentó el maestro salmantino, Pedro Gutiérrez Moya, “El Niño de la Capea”. Los cambios que amagaban cuando Camino, habían tomado rumbo fijo. Hay quien culpa de haber apuntado y forzado ese blanco, hoy, a 23 años que dejó de actuar, a Manolo Martínez.
Ya era el mexicano un bovino bastante reducido en caja y cara y demasiado disminuido en su bravura. Prácticamente no embestía, pasaba lentamente, adormecido, con un perfil de domesticidad.
Y… una frase más bien adulona del “Capea”, y que todos los “ganaderos” le creyeron -sin ser yo menos “capeísta” que cualquier otro- le ratificó la sentencia de muerte a la bravura famosa del toro mexicano. Aquella oración que multipregonó “dice” así: “En México cogí el temple”.
Sin duda el maestro salmantino confundió la lentitud con el temple, cuando por supuesto, en física, nada tiene que ver una cosa con la otra.
De este concepto se desgajó otro que luego se hizo mito: “El toro mexicano es el mejor del mundo”… y hoy, desprendida de ésta se escucha entre los matadores, con tesitura de orgullo: “Nuestro toro artista”…
Únicamente que no se ha dicho para quiénes es artista y para quién es el mejor del mundo, ni mucho menos se mencionan los daños que ha producido a la fiesta…
Es algo notado de verdad. Una de las mejores, si no que la mejor temporada de novilladas que se hacen en México, es la que se va bebiendo con modos de aperitivo para la feria abrileña, en el coso San Marcos.
Prácticamente está consolidada y es punto obligado para los novilleros llegar a ella y sobre todo, triunfar.
El ganado que se lidia, en su mayoría, tiene presencia y sobre todo embiste con bravura y nobleza; se desembarca con categoría, como debe de ser de una plaza que se precie de tener semejante historia y semejante tradición.
Lo penosos es que, hasta hoy, fuera de Gerardo Adame, el mejor novillero que tiene México, no se ve a alguien que pueda surgir con fuerza. La afición, según su respuesta en las entradas, reclama por lo menos otro joven que haga emerger el entusiasmo y sostener la atracción taurina ya propuesta.


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