- Mensaje de Lorena Martínez Rodríguez en la sesión solemne del Cabildo
- 100 aniversario luctuoso de José Guadalupe Posada.
En 1944, en ocasión de la primera gran exhibición de José Guadalupe Posada en los Estados Unidos, Fernando Gamboa, ese gran museógrafo y promotor cultural mexicano, escribió:
“Como Goya en España, Posada constituye en México la súbita aparición de un genio.”
Y es que, a comienzos del siglo XX, cuando Posada trabajaba en su modesto taller de la Ciudad de México, los así llamados “verdaderos” artistas eran importados. Los gobernantes de la época, o quienes apoyaban la cultura –a quienes hoy llamaríamos promotores culturales– habían perdido la fe en el espíritu mexicano.
Si el arte estaba afrancesado y lejos de la gente, Posada producía para el pueblo.
Mientras las escasas clases altas mexicanas acudían a la ópera, Posada proponía un arte menos pretencioso y más útil, divertido y del gusto de la mayoría.
De ahí que tal vez el principal legado de José Guadalupe Posada, nuestro inmortal artista, testigo y crítico de su tiempo, sea que debemos ante todo honrar a la gente común. A la gente del pueblo, no a los dictadores, ni a los gobernantes, ni a quienes quieren imponer una sola forma de hacer las cosas.
Esta mañana, en varias partes del país, se está rindiendo, o se rendirá homenaje, a quien se convirtió, tras su muerte, en la herencia de todos los mexicanos. En el Panteón de Dolores, donde reposa anónimamente, hay celebración; en el barrio de Coyoacán de la Ciudad de México habrá también un homenaje; en la casa de la primera imprenta de América de la UAM; en Guadalajara; en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey, en todos esos sitios se reconoce hoy a nuestro genio de la estampa.
Naturalmente aquí en casa de don Lupe, en Aguascalientes, no podíamos quedarnos atrás.
Amigas y amigos:
Hace 100 años, más o menos a esta hora, José Guadalupe Posada, artista mexicano de incalculable fuerza expresiva y originalidad, murió solo, en la más absoluta pobreza, en la
Ciudad de México.
Si me permiten aquí una reflexión, creo que celebrar los aniversarios luctuosos tiene, o debe tener, un sentido distinto al de los aniversarios de nacimiento. Mientras que en éstos se aprovecha para celebrar la vida, los aniversarios de la muerte de un ser querido, o de un gran personaje, nos invitan a reflexionar sobre la pérdida que se ha sufrido, e idealmente, a recuperar la parte que se pueda.
De la obra de José Guadalupe Posada se ha escrito mucho, pero sobre él no sabemos tanto. Para poder apreciar su obra y seguir su ejemplo, debemos comenzar por conocer al ser humano.
Desde luego, don Lupe, como le decían sus amigos, nació en Aguascalientes, en el barrio de San Marcos. Como tantos hombres y mujeres en México, nació en una familia sencilla, de origen campesino. Su padre era panadero y su madre se dedicaba a atender a los nueve niños del matrimonio Posada Aguilar.
Guadalupe Posada dio sus primeros pasos profesionales en esta ciudad. Trabajaba en la imprenta de Trinidad Pedroza, que antes había pertenecido a José María Chávez. Sus primicias fueron las ilustraciones que hacía para un periódico llamado El Jicote. Cuentan que los ejemplares de El Jicote se agotaban en cuestión de horas, y que la habilidad de Posada en la caricatura política en mucho contribuía al éxito de la publicación.
A los 19 años, se trasladó a la ciudad de León. Ahí, además de trabajar en su taller, fue maestro de encuadernación e impresión. Se casó con María de Jesús Vela. Tuvo un hijo, al parecer fuera de matrimonio, que ciertamente heredó su talento artístico, pero murió en plena juventud. 17 años más tarde las aguas inundaron León, Posada perdió todo y tuvo que emigrar nuevamente; esta vez a la Ciudad de México.
Cuando don Lupe hizo sus maletas rumbo a la capital del país ya tenía 36 años, una edad en la que muchos podrían pensar que ya pasó su mejor época. Llegando a los 40, como quien dice.
(Por eso yo no me preocupo, pues como don Lupe, ¡apenas estoy empezando!).
En México, Posada empezó tocando las puertas de las imprentas, preguntando si se les ofrecía algún grabadito. Era un trabajador incansable que se permitía vacaciones una sola vez al año, ocasión en la que visitaba Aguascalientes, donde tenía muchos amigos.
Los estudiosos de su obra calculan que produjo más de 20 mil grabados.
Creo, amigas y amigos, que no sería exagerado decir que José Guadalupe Posada era la encarnación perfecta del pueblo mexicano: era risueño, bromista, trabajador, creativo y con un agudo sentido del humor; chaparrito, fornido, moreno; se peleaba con los niños del barrio de Tepito que lo victimizaban, pero no se tomaba muy en serio las ofensas. Era amable con los estudiantes de arte que iban a verlo trabajar. Vivía en una de las vecindades más pobres de la capital. Pero sobre todo, sentía una gran indignación ante la injusticia.
El pueblo fue su inspiración y era el pueblo quien disfrutaba su obra. Anita Brenner, otra ilustre aguascalentense, escribió que Posada “tomó un espejo de obsidiana y lo proyectó sobre la tierra mexicana para crear una imagen deliberada, consciente”.
El taller de don Lupe estaba cerca de la famosa academia de San Carlos y se dice que los estudiantes más brillantes iban a verlo trabajar.
José Clemente Orozco platicaba cómo, siendo un alumno de primaria, se detenía camino a la escuela para ver trabajar a Posada; Diego Rivera ya estaba en la academia de San Carlos y también iba a sentarse a su lado para verlo empuñar el buril.
No olvidemos que, durante toda su vida, Posada mantuvo una gran independencia artística y personal; nunca aspiró a hacerse rico, nunca aceptó hacer ilustraciones que no le gustaran. Algunos de sus grabados lo obligaron a ocultarse durante meses. Otras noches las pasó en la cárcel. Sabía que los académicos despreciaban su arte, pero a él no le importaba.
No es raro pues que muriera pobre: don Lupe nunca estuvo en buenos términos con los poderosos. O digámoslo de forma más ilustrativa: Posada murió pobre porque Posada nunca quiso venderse.
La calaca lo visitó ahí, en su humilde vecindad del barrio de La Merced. Eran las 9 de la mañana (justo como ahora). Tenía 61 años y vivía solo porque su esposa ya se había muerto. Tres de sus amigos cargaron el cuerpo de don Lupe, lo llevaron en hombros al cementerio de Dolores y lo enterraron en una modesta tumba.
Siete años más tarde, seguramente ya olvidado también por esos tres amigos, la calavera más famosa del mundo fue exhumada y arrojada a la fosa común, pues nadie había pagado la renta de la cripta. Ahí Posada entró a la inmortalidad, a descansar con las calacas del montón, entre gente humilde, bajo nuestro espléndido cielo mexicano.
Ése pudo haber sido el fin de su carrera. Pero como las calacas necias que se niegan a quedarse quietas, don Lupe regresó para su segundo y mejor aire.
Años después fue redescubierto, no por un mexicano, sino por el artista francés Jean Charlot. Charlot se topó con las imágenes de Posada en los libritos de a centavo que todavía se vendían en las esquinas de la Ciudad de México.
La primera gran exhibición de nuestro artista tuvo lugar en México 30 años después de su muerte.
Todos conocemos y apreciamos las calaveras de Posada; pero su obra incluye también ilustraciones para libros de cocina, vidas de santos, juegos de mesa… ¡incluso manuales para escribir cartas de amor!
La popularidad de sus grabados era inimaginable. El Juego de la Oca que él diseñó alcanzó un tiraje de 5 millones de ejemplares… en un país que entonces tenía sólo 13 millones de habitantes.
Desde luego está también la vasta producción de libritos infantiles. Cuentos como “El clarinete encantado”, “El vendedor de juguetes” y “La niña de los ojos de luz”, muchas historias de espantos, narraciones maravillosas que nuestros niños ya no conocen, y ahí hay, me parece, una labor de rescate pendiente.
Hace unos días nos enteramos de que ya existe una propuesta para incluir a Posada en la Rotonda de las Personas Ilustres y que algunos investigadores trabajan en el Panteón de Dolores, desconozco si para localizar sus restos o simplemente dedicarle un monumento.
Sin embargo, más allá de la anécdota, estoy convencida de que el mejor homenaje que podemos hacer a nuestro artista y grabador es recuperar su espíritu.
¿Qué significa recuperar el espíritu de Posada?
Me parece que la respuesta va en dos sentidos:
La primera y más obvia es, desde luego, el reconocimiento al ser humano que tan vasta producción nos dejó –mucha de ella- desafortunadamente perdida. El honorable Ayuntamiento de Aguascalientes y todos los trabajadores del Municipio deseamos de todo corazón que con la develación de las placas alusivas en este centenario luctuoso, y dedicar el 2013 como Año de José Guadalupe Posada Aguilar, estemos haciendo nuestra sencilla contribución para que futuras generaciones recuerden su gran aportación.
La segunda manera de recuperar su espíritu, y sin duda la más importante, tiene que ver justamente con llevar la cultura no sólo a las élites, sino a toda la población, de manera especial a los rincones más alejados del municipio.
Y no nos equivoquemos. Cuando en el municipio pensamos en los rincones más apartados no nos referimos a las fronteras con Calvillo o El Llano.
Los rincones más alejados son amplias capas de población que antes no se consideraron políticamente rentables como para recibir atención artística y cultural.
Los rincones alejados son mujeres y hombres de la tercera edad; como si ellos no supieran apreciar, quizá con más intensidad, ese complemento espiritual que es el arte y la cultura.
Los rincones alejados son las niñas y los niños, olvidados tantas veces por quienes toman las decisiones de política cultural, porque ellos no votan ni reclaman.
¡Qué error tan grande! Y más teniendo como ejemplo, precisamente, a don Lupe, que se carcajeaba de los académicos de su tiempo que lo consideraban un artista menor, por trabajar para el pueblo. Señoras y señores, creo que ya nos viene haciendo falta, desde hace mucho tiempo, desacralizar la cultura.
Estoy convencida de que el disfrute de las artes es una de las mejores experiencias que podemos tener, pues nos permite encontrarnos a nosotros mismos, eleva la calidad de nuestra convivencia y, como bien dijo Picasso, es también “la forma de enjuagar el alma del polvo de la rutina”.
Es mi deseo y el de quienes trabajamos en el Municipio que este año, siguiendo el ejemplo de José Guadalupe Posada, sepamos honrar su legado en esas dos formas: apreciando su obra y aplicando su generosidad, sentido de justicia y buena dosis de humor a nuestra convivencia.
Fue justamente José Clemente Orozco quien supo resumirlo a la perfección cuando dijo, ya cerca del final de su vida, que el célebre grabador había sido uno de los más grandes artistas de México, en la medida que había sido “alguien capaz de enseñarnos una admirable lección en simpleza, humildad, equilibrio y dignidad”.
Así pues, descanse en paz, entre sus queridas calacas, don José Guadalupe Posada Aguilar, hijo predilecto de Aguascalientes.
El discurso completo de Lorena Martínez en LJA.mx
Foto: Gerardo González
Admirable y gran discurso !!!
Lástima la gran cantidad de interesados …