María Tonantzin García López
La dualidad del arte es una consecuencia fatal
de la dualidad del hombre
Charles Baudelaire
El pasado jueves 8 de marzo se inauguró en el Centro de Investigación y Estudios Literarios de Aguascalientes (CIELA Fraguas) una exposición de los grabados de Andrés Vázquez Gloria, intitulada Minotauros/Siameses. Esta muestra artística tenía una particularidad: las obras plásticas del artista aguascalentense se hallaban acompañadas con varios textos literarios elaborados por 11 escritores, algunos de los cuales daban una interpretación muy completa de las obras expuestas y así encaminaban al espectador a darle un sentido más amplio a los grabados que en esta ocasión se presentaron.
Minotauros y Siameses son dos temas insólitos con un contenido notablemente sórdido, lóbrego y misterioso, mismos que nos transportan a un mundo que creemos inexistente, que parece que se encuentra fuera de nosotros: en la fantasía o quizás en algún lugar distante; pero que, sin darnos cuenta, ese mundo impredecible y lleno de ansiedad se convierte en nuestra propia realidad: en el desdoblamiento ineludible que forma parte de nosotros a cada instante.
Las obras pictóricas presentadas fueron seis: tres referentes a los siameses y tres a los minotauros. Todas ellas monocromas y de aspectos grotescos que muestran el lado oscuro del ser humano, del que no se suele hablar; pero que Vázquez nos revela con gran audacia en todas sus obras.
El tema de los siameses llamó especialmente mi atención mientras leía un texto de los que se exhibían. Éste, escrito por Omar Vázquez Gloria –artista plástico y hermano del grabador-, habla precisamente de estos dos entes que se conjugan en uno solo pero que, al mismo tiempo y contradictoriamente, permanecían siendo dos individuos independientes: “Tú, yo, nosotros. Conjugamos el verbo ser al unísono, al unívoco, al universo”. (1)
En dicho texto, el autor plantea muchas cuestiones referentes a este fenómeno; lo muestra como la constante presencia de un gemelo que posee una parte oculta de nosotros, como un “espejo infiel y verdadero” con el cual uno se puede, por una parte, confundir y perder; y, por otra, resulta difícil determinar en dónde se encuentra la separación: cuándo termina uno y cuándo comienza el otro. Por eso, se pregunta: “¿En dónde está el horizonte? [… Quién eres tú. Quién soy yo. Quién es el hombre”. (2)
Teniendo esos interrogantes presentes, y buscando una respuesta a los mismos, me acerqué a observar las litografías de las cuales hacía referencia el texto. Ni muy grandes ni muy pequeñas (medían 30 x 20 centímetros cada una), pero su tamaño, aunque no era inmenso, no impedía que la imagen atrajera hacia sí misma.
Carecían de color. El fondo negro se iba difuminando para dar lugar a los dos cuerpos, muy parecidos entre sí, de los siameses. Blancos, negros, grises. Tristes.
Cada dibujo mostraba a un par de hombres con barbas sueltas y largas, con miradas perdidas, atados los unos de los otros sin poderse separar -como parásitos que constituyen una simbiosis en que el uno no podría existir sin el otro-.
Unos unidos por la cabeza, otros por los hombros y los últimos por el torso. Las sombras oscuras aparecían por doquier envolviendo los dos cuerpos fusionados como cadáveres inmóviles con ojos despiertos que regresan la mirada a todo aquel que se ponga enfrente, retándolo sutil y eficazmente a cuestionarse sobre su propio siamés interior, a sumirse en su inextricable ser para así descubrir su identidad oculta.
Es ahí cuando Andrés Vázquez Gloria, mediante las figuras lánguidas y sombrías de los siameses, incita a que nos imaginemos a nosotros mismos atados a alguien, a otro cuerpo parecido a nuestro cuerpo, y que, sin embargo, es un otro. Aquel que nos roba nuestra libertad, que no nos permite ser independientes, que está siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestras acciones y en nuestras decisiones. Aquel ser taimado que carga con nuestro lado salvaje, malévolo, carnal y emocional del cual nunca nos podremos desprender; ese mismo lado que muchas veces queremos limitar o esconder porque creemos que causa nuestros males y nos pervierte: no razona, es cruel, y acepta la fantasía en lugar de la realidad.
Pero aquel otro ser, aquel otro cuerpo, no es mas que el reflejo de nuestro yo interno. Es el que nos define, nos hace ser lo que somos, nos hace humanos.
Y es así como nos encontramos todos en este mundo; los siameses no son otra cosa más que la representación de nuestra realidad humana. Es la muestra de la dualidad que nos constituye, como el espíritu y la carne, la bondad y la maldad, la razón y el sentimiento, opuestos pero complementarios. Dualidad con la que no seríamos lo que somos, dualidad que, hagamos lo que hagamos, jamás lograremos separar.