El que podríamos llamar villano notable del mes acaba de ser cuestionado en una audiencia en la cámara de los comunes de la Gran Bretaña. Rupert Murdoch, magnate de un imperio de comunicaciones en buena parte de los países de habla inglesa, incluídos Estados Unidos y la propia Gran Bretaña, con una actitud contrita, como si él nunca hubiera roto un plato y desconociera el tipo de información que se difundía en sus tabloides, argumentaba su inocencia en un escándalo de escuchas ilegales de conversaciones privadas, empleadas éstas como jugosa materia prima para sus sensacionalistas y escandalosas primeras planas.
El espionaje se había cometido en contra de individuos que iban desde ciudadanos comunes y corrientes, pasando por políticos y celebridades hasta la propia familia real británica. En el caso más desagradable, ruin e infame, alguien de su trama intervino el número del teléfono móvil de una adolescente secuestrada para hacer creer a la familia que su hija seguía con vida a pesar de ya haber sido asesinada por su captor. Poco antes de su comparecencia ante el parlamento, Murdoch en persona, con cara de circunstancias, pidío repetidamente disculpas a la familia de la joven durante una reunión privada en un hotel de Londres. Para colmo, algunos funcionarios del mismo Scotland Yard estaban involucrados en estos asuntos, lo que provocó que hasta el primer ministro fuera llamado a rendir cuentas en la cámara.
En nuestro país las televisoras privadas generan enormes ganancias con la exhibición pública de toda clase de miserias humanas. En algunas ocasiones el balconeo involucra a los llamados “famosos”, ya sea de forma consentida o presionados por el descomunal poder de esos imperios. En otras el juego consiste en detener la carrera de algún político “filtrando” alguna conversación o video que alguna supuesta mano misteriosa o fuente desconocida hubiera hecho llegar al medio en cuestión. En ambas situaciones se trata de personajes públicos más o menos conocidos o más o menos notables.
Pero existe otro ejemplo cotidiano que me parece más indignante, doloroso y criminal, pues implica la explotación del ignorante y necesitado por parte del poderoso, despojándolo de la dignidad que corresponde a toda persona. Este consiste en la utilización de seres especialmente vulnerables, sea por su edad, su nivel educativo, o sus graves carencias de todo tipo: emocionales, físicas o económicas. Para muestra algunos botones en horario familiar y en televisión abierta nacional: “Pequeños gigantes”, “Laura de América” o “Reina por un día”. ¿Alguna autoridad que pueda intervenir? ¡Ah que caray, si hasta Scotland Yard tiene lo suyo!