La actual vacuidad del arte - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Julieta Lomelí Balver

Ir a museos es un dilema, más bien: ir a museos de arte contemporáneo es complejo, ¿un reto a la inteligencia o de qué tipo? Resulta confuso entrar a una sala llena de artefactos cotidianos, o mejor conocidos como arte objeto. Ahora bien, ¿qué pasa cuando éstos “objetos” causan malestares morales, dolencias espirituales, y el realce de instintos mesiánicos?

Una de las exposiciones más polémicas de la última década ha sido la del costarriqueño Guillermo Vargas, quien a sus 36 años se había ganado el odio de más de un millón y medio de personas que firmaban en contra de su obra. En Agosto de 2007 intentó hacer de un perro hambriento, amarrado en una galería, una instalación de arte objeto. “Ni objeto, ni arte”, diría, si no la mayoría, sí miles de espectadores puritanos.

Los hechos a secas fueron los siguientes. En una galería de arte contemporáneo en Managua Nicaragua, un artista dejaba atado a un perro callejero; aunado al amarillismo visual, supuestamente el animal había muerto de hambre durante la exhibición, mientras que al lado del famélico espectáculo se apreciaba una insignia hecha con croquetas que decía lo siguiente: “eres lo que lees”. Por cierto que a ninguno se le ocurrió arrancar alguna de aquellas croquetas y darlas de comer al can, y mucho menos -ante el horror que causaba la instalación-, había pasado por la mente de algún espectador desatar al pobre perro para que saliera huyendo por su vida. Ni lo uno ni lo otro; esto demuestra la beatificación de los museos, tal parece se siguen viendo como templos que no pueden ser profanados. Pero, ¿y las instalaciones? ¿Qué no se supone que invitan a interactuar con el espectador? ¡Que nadie haya leído absolutamente nada de arte contemporáneo!

Ante todo esto, cuál era la misión de la obra de Vargas. Según el costarriqueño su instalación era un homenaje a un hecho indignante -¿acaso no más que su instalación?-, ocurrido en 2006 donde un inmigrante nicaragüense, famélico también como el can de la galería, Natividad Canda fuera atacado por dos perros guardianes cuando entraba a robar a un taller mecánico. Lo peor del caso es que la policía estaba presente y no hizo absolutamente nada para evitar que Natividad fuese devorado trozo a trozo por el par de animales.

“La gente se sensibiliza con un ser cuando sale en la prensa o cuando sale en los noticieros, y cuando lo ven en la calle es basura y se quitan porque les va a dar asco”, así lo expresaba en una entrevista Vargas cuando se le cuestionaba el porqué de su posible crueldad. El artista argumentaba que lo que trató de representar era la crueldad real que habitaba en lo cotidiano. El racismo hacia los inmigrantes, la pobreza, los indigentes en las calles, la muerte misma de Canda eran situaciones de mayor crueldad que su obra pero situaciones al fin ignoradas por la sociedad debido a que los medios no  divulgan la noticia: “la polémica no es tan grande como la hipocresía que tenemos”.

Meses después, un panel de jueces internacional selecciono a Guillermo Vargas como uno de los seis artistas que representaría a Costa Rica en la Bienal de Artes Visuales del Istmo Centroamericano, por supuesto que hubo gran indignación por parte de instituciones ecológicas y público en general, sin embargo los jueces no retiraron su voto, ni siquiera la ministra de cultura de Costa Rica censuraría la decisión de aquéllos. Y fue así como en la bienal de Honduras el artista cambiaría de estrategia y expondría un video con las reacciones que causó su polémica instalación en Nicaragua.

A final de cuentas nunca se supo si el can había muerto en la exhibición, lo que el artista costarriqueño sostenía era que “el perro murió en la obra y los medios fueron cómplices, los medios se encargaron de regar la noticia”, mientras que la dueña de la galería aseguraba que el animal había escapado por lo que la exposición no duró más de un día. Pero toda esta ambigüedad de la posible muerte del animal era una vez más una justificación retórica que intentaba persuadir al espectador de lo fútil que resultaba preguntarse por un perro y no por los miles de seres humanos que mueren en la miseria día tras día.

Gran parte del arte contemporáneo se derrumba sin un discurso que le anteceda, tal parece que lo que legitima a la obra es el prologuista, el crítico, el curador, las entrevistas, la opinión del espectador, todos pero no la obra en sí misma. Un arte convulso, en crisis, es el que impera actualmente. Lo que vivimos es un arte autorreferencial, éste que se tambalea preguntando por su función, su vigencia. Un arte en agonía. Un arte post histórico, que después de la muerte, no sólo de los grandes cánones clásicos, sino de la de las vanguardias, e incluso de lo pop, no sabe que le queda por hacer: es el rompimiento del rompimiento, la fractura sobre la fractura.


    Regresando a los hechos ocurridos en Agosto de 2007, imaginémonos que entramos a la galería de arte contemporáneo en Managua, Nicaragua, sin tener noción alguna de lo que ya he explicado antes, esto significa, dejando mudo al artista, sin permitirle que nos diese justificación alguna de lo que ha “creado”, considerando únicamente la obra a secas: el perro amarrado, famélico, muriendo. Qué pensaría usted lector en esos momentos: “¿Es acaso eso arte? ¡Qué inmoral!”. Entonces ¿cómo puede llamársele a  lo que hizo Vargas en aquélla galería nicaragüense?

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