“La enorme superioridad del hombre sobre los animales reside en la posibilidad de tener nociones generales que se han formado con ayuda de la palabra”, decía Plavov. Son estas “nociones generales”, el poder de abstracción que permite al hombre hacer de la “realidad continua” un universo discontinuo con la cual podemos, por decirlo así, sacar las imágenes del mundo real y analizarlas para nuestro entendimiento. Al extraer conceptualmente estas imágenes del mundo a través de signos (palabras), categorizamos el objeto y le imprimimos un significado que tácitamente conlleva la implicación del objeto ante la situación humana.
“Es este poder de ‘extraer’ las imágenes vivas del mundo para darles análisis e interpretación como si (estuvieran) al margen… es el acto casi mágico con el que los hombres somos capaces de crear una segunda realidad con la que matizamos al mundo vivo. Somos así capaces de hacer conjugaciones”. (SNOUSKI, V. Sobre la poesía literaria, Barcelona, 1971.)
Pensamos entre imágenes vivas, y al abstraer, entramos en la posibilidad de proyectar al margen de lo continuo y así prever, imaginar, imprimirle un sentido de las cosas, a la vida, a nosotros mismos.
Sacamos imágenes las vivas de la realidad, y al hacerlo las prefiguramos según las hemos categorizado; jugamos con ellas combinándolas teóricamente en nuestro pensamiento. Es al margen de la “realidad continua” donde pensamos, donde el mundo y la vida se vuelven sujetos de nuestro intelecto; el acto de pensar es ya una reinterpretación de la realidad, es lo que el mundo significa para nosotros. Pensar es una reinvención de lo que el mundo y la vida son.
El pensamiento es capaz de calcular, en base a la proyección de atributos que conferimos a las imágenes vivas del mundo que conjugamos, el posible resultado y sentido de las cosas. De esta forma aprendemos el cómo hacer que las cosas sucedan, esto es, aprendemos a formar las circunstancias adecuadas para obtener el fin que buscamos. (v. gr. no se puede cosechar si no se ha sembrado. Quien quiera cosechar habrá primero de sembrar).
Con el pensamiento, los humanos buscan fórmulas de casualidades para la obtención de beneficios, bajo lógica que tiene su fundamento en la realidad continua. Todo acto realizado, incluso el de más aparente desprendimiento o renuncia va en búsqueda de un interés, aunque sea uno colateral.
Constantemente se le atribuye al “Amor” el calificativo de desinteresado. No es sino todo lo contrario, pues el amor es un “concepto” de los sentimientos (y emociones) con el que nos ligamos por pensamiento a otro ser, bajo el propósito e intención de poseerlo. En el amor no existe verdadero desprendimiento ni desinterés pues su primer móvil es el del placer, el del disfrute, lo que implica la posesión real del ser.
El amor, que comienza por la distinción y preferencia, es una discriminación en la que conceptualizamos al ser amado. Para llegar al Amor hemos prefigurado, prejuzgado aquella personalidad a la que, independientemente de su verdadera condición real, la adornamos con matices que para nosotros resultan amables. Al hacer este bosquejo “a priori” de distinción y preferencia, es natural humano la persecución del placer, de este amor. (Eros).
¿Qué amor puede nacer del desinterés? ¿Qué distinción y preferencia se originan en la indiferencia? El formar conceptos generales de un ser, polarizados por la envestidura de características que le atribuimos, crea un sentimiento hacia él.
Con esta base significativa de la imagen del ser en cuestión, elaboramos la proyección mental que tiene como dirección el aterrizar en el mundo de imágenes vivas de la realidad continua. Entre la proyección y la realidad continua vivimos la expectativa, esto es, que se realice o no la prevención que hemos formulado en el pensamiento. El saldo que resulte del encuentro entre las expectativas previstas y la “realidad continua” será el golpe emocional que al impactarnos, armará nuestro estado de ánimo que de constante es cambiante, pero el verdadero efecto vendrá de la reevaluación de la imagen del ser resultante entre la expectativa prevista y la conducta de su imagen viva en esa realidad continua. Y el pensamiento es habitable y por consiguiente, está dotado de realidad que el individuo conceptualizador puede detectar más allá de las contradicciones entre sus abstracciones y la realidad continua efectiva. Esto es, somos capaces de vivir en un mundo de mentira, de fantasía, corresponda o no al mundo natural y a la vida. Por el pensamiento somos aptos para obviar las diferencias, incluso las más irreconciliables, entre la realidad continua y el mundo que hemos mentalmente creado.
Las contradicciones que presente la realidad continua con el mundo conceptual del pensamiento serán manipuladas por el individuo hasta conformar la enajenación. Así, en lugar de modificar los conceptos generales ante la realidad continua, el pensamiento será ajustado, incluso la realidad negada si es necesario, para que el mundo conceptual significativo continué operando.
Como humanos, poseemos la facultad de crear nuestro propio mundo de imágenes conceptuales significativas, que bien pueden tener guía y coherencia con la realidad continua o formar per se un universo dislocado. La frontera, el límite entre lo real y lo ficticio es tan tenue, tan poco definido, que por eso la realidad es única para cada uno de nosotros. El consenso no aporta ninguna veracidad cuando se trata de la realidad. Hay mentiras colectivas en toda sociedad, y pese a ellas operamos eficazmente.