Toca el chapareke, instrumento de cuerda de origen prehispánico que utiliza la boca del ejecutante como caja de resonancia, ganó este año el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en la categoría de Artes y Tradiciones Populares.
Miroslava Breach Velducea, corresponsal
Chihuahua, Chih. Con la música que le transmitieron sus antepasados, el rarámuri Antonio Camilo Bautista –conocido en Chihuahua como el Chapareke– rinde culto a la naturaleza por sus dones, pues está convencido de que los sonidos de la tierra son la alegría de un pueblo.
Don Antonio Camilo, quien toca el chapareke, instrumento de cuerda de origen prehispánico que utiliza la boca del ejecutante como caja de resonancia, ganó este año el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en la categoría de Artes y Tradiciones Populares.
Tradición antiquísima
La música del rarámuri fue reconocida por su condición de tesoro histórico, de vínculo contemporáneo con una tradición antiquísima que, de no ser por don Antonio, ya habría desaparecido.
Debido a la premura con la que se realizó la ceremonia de entrega en la residencia de Los Pinos, el 27 de noviembre pasado, el músico no acudió a recibir el premio.
Antonio Camilo Bautista nació el 13 de junio de 1930 en la comunidad de Sewérachi, localizada en el municipio serrano de Guachochi, donde lleva la vida sencilla de un rarámuri que toca el chapareke para los turistas que visitan la cascada de Cusárare y le proporcionan un poco de dinero.
El músico desconoce la magnitud del galardón y asegura a La Jornada que en el tiempo que le resta de vida se dedicará a labrar la tierra, para obtener el maíz, frijol y papa de los que depende su sustento y el de su mujer.
Don Antonio –con voz baja, apenas audible– recuerda cuando era un chamaco de 10 años y aprendió a tocar el chapareke, al escuchar a su padre y a su abuelo en las reuniones, a las que convocan los rarámuris a sus vecinos y parientes, para hacer un trabajo como levantar una casa o preparar la tierra para la siembra, donde comparten comida y tesgüino, bebida alcohólica elaborada con maíz fermentado.
Los dones musicales del rarámuri son notables porque además del chapareke, que construye con sus manos a partir del tallo de maguey, toca la flauta de carrizo, los tambores y el violín.
Los rarámuris los buscan para curar males del alma y enfermedades –para ellos es owirúame, curandero o médico tradicional, que toca el chapareke o la flauta de carrizo– cuando el enfermo “tiene susto o se le va el alma”.
Otros padecimientos, como el dolor de rodillas o huesos, requieren que el paciente tome “agua de maguey bendita”, relata el músico indígena, cuyo testimonio ha sido documentado en torno al uso del instrumento musical en las curaciones tradicionales.
Sus piezas musicales son básicas: ritmos de pascola y matachines, suaves y repetitivos; por eso a los jóvenes rarámuris ya no les gusta el chapareke, prefieren la guitarra. Ni su hijo ni sus nietos han querido aprender.
Desaparición y resurgimiento
Antiguamente el chapareke se tocaba en rezos y ceremonias previas al inicio de una cacería de venados; con el tiempo esta actividad fue desplazada por otros elementos, en su mayoría vinculados con cultos o ceremonias de origen católico, lo que provocó que desapareciera el culto al venado y disminuyó el uso del chapereke en algunas remotas áreas de la sierra Tarahumara.
Fue en 1982 cuando la comunidad cultural chihuahuense y nacional revaloró la música de ese instrumento, así como la maestría de don Antonio Camilo, tras difundirse un artículo de Rubén Tinajero sobre el arco instrumental tarahumara y su principal ejecutante.
Con un semblante que delata el paso de los años, el maestro sostiene que la música es la alegría de un pueblo, la invitada en todas las fiestas y ceremonias. Su pasión por el chapareke lo ha llevado a conocer lugares que otros rarámuris ni siquiera saben que existe.
Ha sido embajador de la música tradicional chihuahuense en varios lugares de Estados Unidos, y frecuentemente es requerido para participar en talleres de música popular en la Ciudad de México o diferentes estados de la República mexicana. También ha participado en el Festival Internacional Chihuahua y en el Internacional Cervantino, que se realiza en Guanajuato.
Homenajes y talleres
En 1994, el Instituto Chihuahuense de la Cultura organizó el primer homenaje dedicado a su labor de preservación: Antonio Camilo: guardián de una tradición, y ese mismo año impartió su primer taller para el aprendizaje de elaboración y ejecución del instrumento.
Sin embargo don Camilo, quien se ha preocupado por preservar el canto, la música y las danzas de la cultura tarahumara, asegura que actualmente a los jóvenes no les interesa aprender a tocar el chapareke, el instrumento en el que se halla contenida la voz del viento, una de las formas para poder hablar con Dios.
En Chihuahua, el músico sólo ha grabado un audiocaset titulado Música tarahumara de chapareke, que incluye un texto introductorio del antropólogo Gustavo Palacio, el cual fue producido conjuntamente por los institutos Nacional de Bellas Artes y el Chihuahuense de la Cultura.
El intérprete rarámuri se une a los chihuahuenses Juan Quezada, maestro alfarero de Mata Ortiz, y Erasto Palma, músico poeta de Norogachi, quienes en ediciones anteriores recibieron también el galardón, en la categoría de Artes y Tradiciones Populares.
Considerado uno de los últimos maestros del chapareke, el galardonado ha dedicado su vida a difundir la música ceremonial de su cultura rarámuri, al realizar giras por los municipios de Chihuahua y otros estados del país, así como en Arizona, Estados Unidos, donde se ha reunido con indígenas apaches de navajo.