Puebla ha decidido dar un paso al frente en la defensa del bienestar animal… pero con matices. Las corridas de toros han sido prohibidas en la Feria de Puebla 2025, una victoria para los activistas que durante años han luchado contra la tauromaquia. Sin embargo, en este guion con tintes de tragicomedia mexicana, las peleas de gallos continúan en el programa, porque –según el gobierno estatal– forman parte de la identidad y el patrimonio cultural del estado.
Las organizaciones defensoras de los derechos de los animales celebraron la suspensión de los eventos taurinos en la feria, amparados en resoluciones judiciales que prohíben la tauromaquia en municipios clave como Puebla, Zacatlán y Teziutlán. Pero mientras los toros pueden respirar tranquilos (por ahora), los gallos siguen sin recibir la misma consideración.
En un primer momento, la titular del Instituto de Bienestar Animal (IBA), Michelle Islas Ganime, lanzó una declaración optimista: Puebla sería un estado “cero tolerante al maltrato animal”, lo que significaría no solo el fin de las corridas de toros, sino también la eliminación de peleas de gallos y perros. Un compromiso claro con la vida y la integridad de los animales… o eso parecía.
Pero apenas unos días después, el gobierno estatal emitió un comunicado en el que confirmaba que sí habría Palenque en la Feria de Puebla, y con él, la posibilidad de que las peleas de gallos continúen. ¿La justificación? Se trata de una “tradición” que no puede desaparecer de un plumazo. Y claro, en la ecuación también entra el factor económico: el Palenque es uno de los eventos más rentables de la feria, con boletos pagados y un público fiel.
Lo paradójico es que el propio gobierno insiste en que su postura es clara: “Estamos en contra del maltrato animal”, señalaron, al tiempo que recalcaron que también están comprometidos con preservar las expresiones culturales del estado. O sea, sí se preocupan por los animales… pero no si la tradición dicta que hay que hacerlos pelear a muerte.
A nivel legal, la situación es aún más surrealista. La Ley de Bienestar Animal en Puebla prohíbe explícitamente “azuzar animales para que se acometan entre ellos o hacer de las peleas así provocadas un espectáculo público o privado”. Pero, en un giro digno de realismo mágico, exceptúa de esa disposición a las corridas de toros y las peleas de gallos. Un recordatorio de que la ley, como el bienestar animal en Puebla, es flexible según convenga.
Mientras tanto, la polémica ha inundado redes sociales, donde ciudadanos y activistas han señalado la incongruencia del gobierno estatal. “No puedes hablar de respeto a la vida y permitir peleas de gallos solo porque es tradición”, se lee en múltiples comentarios. Y es que la decisión no solo pone en entredicho la coherencia de las autoridades poblanas, sino que también refleja un problema más profundo: la hipocresía institucional en el trato a los animales.
El caso de Puebla no es aislado. Otros estados como Jalisco, Guerrero, Sinaloa y Ciudad de México han avanzado en la prohibición de espectáculos que impliquen maltrato animal. Sin embargo, en Puebla la discusión parece atrapada en un callejón sin salida: por un lado, se promueve una imagen de modernidad y respeto a los derechos de los seres sintientes, pero por otro, se defienden “tradiciones” que claramente van en contra de esos principios.
En este enredo de prohibiciones a medias, la Feria de Puebla se convierte en el escenario perfecto para exponer las contradicciones de un gobierno que quiere quedar bien con todos. ¿El resultado? Un mensaje confuso en el que los toros merecen protección, pero los gallos siguen siendo sacrificables en nombre de la cultura.
Quizá sea cuestión de tiempo para que las autoridades se den cuenta de que la coherencia no debería ser una moneda de cambio. O tal vez seguirán manteniendo su versión del bienestar animal: uno en el que unas especies merecen ser protegidas, mientras que otras están destinadas a morir entre apuestas y aplausos.