El arte de no hacer olas: Reino Unido y la guerra arancelaria de Trump - LJA Aguascalientes
19/03/2025

La política internacional es un juego de estrategias, y el primer ministro británico, Keir Starmer, parece estar apostando por la táctica del equilibrista. Con la reciente imposición de aranceles del 25% al acero y aluminio por parte de Estados Unidos, el Reino Unido enfrenta un dilema: seguir el ejemplo de la Unión Europea y responder con contramedidas o intentar una negociación que lo exima del golpe. Hasta ahora, la postura de Londres ha sido clara: decepción moderada, pero sin movimientos bruscos.

Starmer ha calificado la medida de Trump como “decepcionante” y ha asegurado que “todas las opciones están sobre la mesa”. Sin embargo, parece que la mesa británica está más bien limpia, sin rastro de represalias, al menos por ahora. Mientras Bruselas y Ottawa han optado por plantar cara con aranceles de respuesta, el Reino Unido ha preferido el enfoque “pragmático”. ¿Traducción? Intentar convencer a Washington de que la “relación especial” entre ambos países merece un trato preferencial.

En la Cámara de los Comunes, el primer ministro ha insistido en la importancia de la colaboración con la Casa Blanca y ha dejado entrever la posibilidad de un acuerdo comercial que exima a su país de estas tarifas. De hecho, Trump ha dado señales de que una excepción para Londres es posible, ya que considera que el comercio bilateral es “justo y equilibrado”. Sin embargo, esta promesa suena a déjà vu. No sería la primera vez que Downing Street confía en la palabra del magnate neoyorquino para luego encontrarse con una realidad mucho menos favorable.

El impacto económico de estos aranceles no es menor. Según datos de UK Steel, el 7% de las exportaciones británicas de acero en volumen y el 9% en valor tienen como destino Estados Unidos. Además, el sector del aluminio destina un 10% de su producción al otro lado del Atlántico. En un país donde la industria siderúrgica ha visto sus mejores días en los años 70, estas tarifas amenazan con golpear aún más un sector en declive. Port Talbot, el mayor complejo acerero del Reino Unido, ya se tambalea ante la falta de rentabilidad, y el sindicato Unite ha instado al gobierno a reaccionar para proteger los empleos en riesgo.

En contraste, la Unión Europea ha actuado con rapidez, imponiendo impuestos a productos estadounidenses por valor de 26.000 millones de euros. Desde el acero y el aluminio hasta el bourbon y los vaqueros, Bruselas ha dejado claro que no se quedará de brazos cruzados. Canadá, por su parte, también ha adoptado una postura firme. Mark Carney, el recién designado primer ministro canadiense, ha anunciado una estrategia de represalias comerciales hasta que Washington “muestre respeto por la soberanía canadiense”.

Mientras tanto, Londres camina por la cuerda floja, tratando de ser el “puente” entre Estados Unidos y Europa, pero sin inclinarse demasiado hacia un lado u otro. Esta postura podría jugarle en contra en las negociaciones pos-Brexit, ya que la UE sigue siendo su mayor socio comercial y cualquier distanciamiento de Bruselas en busca de favores en Washington podría terminar dejándolo sin el pan y sin el queso.

Al final, la estrategia de Starmer parece basarse en la paciencia y en la esperanza de que Trump cambie de opinión. Pero, como la historia reciente ha demostrado, contar con la buena voluntad del expresidente estadounidense es como apostar a que un volcán no volverá a entrar en erupción. Londres no quiere elegir bando, pero en una guerra comercial, quedarse en el medio puede ser el peor de los lugares.

Vía Tercera Vía



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