8M: Reclamos y silencios | Cosas Veredes por: Gilberto Carlos Ornelas - LJA Aguascalientes
17/03/2025

Cosas Veredes

8M: Reclamos y silencios

Durante lo que va del siglo XXI, hemos visto cómo las manifestaciones del 8 de marzo por el Día Internacional de la Mujer, en el mundo y en México se han multiplicado en los contingentes que se movilizan, a la vez que se han intensificado la dureza y profundidad de los reclamos feministas. Sin embargo, las respuestas políticas y sociales ante esos reclamos continúan siendo las rutinarias de indignación y descalificación, o los lugares comunes de las felicitaciones, los recordatorios históricos y eventos políticos con pretendido simbolismo y empatía. Y salta a la vista que no obstante las multitudinarias manifestaciones en las ciudades del país, aún no existen las respuestas necesarias desde las instancias públicas para atender los reclamos que por su naturaleza son transversales en toda la sociedad mexicana. Ya resulta evidente que los gobiernos y las organizaciones políticas prefieren no ver ni escuchar los reclamos del 8M y quedarse impávidos percibiendo como algo grande crece y se mueve, sin lograr entenderlo.

Ya pasaron 50 años del “Año Internacional de la Mujer”, cuyo evento central de la ONU se celebró en México en 1975, la Década de la Mujer 1975- 1985, también declarada por la ONU, y después la Conferencia de Beijing de 1995, eventos cuyos objetivos centrales fueron desarrollar las condiciones para que se lograra la igualdad plena entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida social. Mucho más lejanos se ven ahora las luchas pioneras de las mujeres sufragistas y las costureras de las ciudades industriales del siglo XIX y la acción visionaria de las lideresas de la “Internacional de Mujeres Socialistas” que, en 1910, marcaron el 8 de marzo para la lucha femenina, que ha cobrado tanta fuerza como el 1º de mayo para los trabajadores.

Hoy es difícil imaginar que hace poco más de 70 años las mujeres mexicanas no podían votar ni ser votadas, que luego los varones podían votar a los 18 y las mujeres hasta los 21, que las mujeres estaban sujetas en varios aspectos legales a sus padres, maridos, y hasta hermanos, que social y culturalmente estaban vetadas en muchos oficios y profesiones, y que su papel en la política era nulo o marginal. Lo logrado en esas materias fueron importantes “conquistas” femeninas, pero apenas reconocimientos parciales de la deuda social a la mitad femenina del país.

Las normas han evolucionado y queda mucho por hacer. La igualdad jurídica, la paridad de género en la representación política, los derechos reproductivos y la igualdad de condiciones laborales se encuentran en nuestras leyes. Y junto a ello se ha desarrollado un conjunto de acciones afirmativas que pretenden compensar el rezago histórico en materia de igualdad entre hombres y mujeres, y hasta se han creado organismos públicos presuntamente dedicados a garantizar los derechos y las políticas de equidad, pero con grandes limitaciones.

Es absurdo o miope considerar que las manifestaciones y reclamos del feminismo y las luchas femeninas no tienen razón o, peor aún, que “per se” llevan segundas intenciones políticas. Esas explicaciones, aunque pretendan ser racionales, encubren algo de torpeza y mucho de desprecio.

El cada vez más grande movimiento por los derechos femeninos, hoy por hoy, no tiene organizaciones que lo dirijan y capitalicen. Son infinidad de organizaciones pequeñas y medianas, miles de núcleos, centenares de liderazgos y una gran masa de participación espontánea femenina, lo cual lo hace más profundo y poderoso. Si indagamos un poco, veremos que más allá de las organizaciones, colectivos femeninos, y los ruidosos “bloques negros”, son cientos o miles de mujeres las que libremente se pusieron de acuerdo con sus amigas, familiares o compañeras para manifestarse y elaborar sus banderas y pancartas de protesta, exigiendo sobre todo el acceso a la justicia y terminar con todas las formas de violencia de género. Pues tras cada manifestante existen datos y vivencias de maltrato, acoso, discriminación y violencia en todas sus formas, todavía normalizada en nuestra sociedad. 

La “doble opresión” denunciada por Simone de Beauvoir sigue siendo real y estructural y está claro que los avances formales y legales no son suficientes para detener las injusticias y el agravio cotidiano.


Los que no está claro es que las instituciones del estado mexicano, desde los gobiernos en todos sus niveles, los organismos públicos, y hasta los partidos políticos, en su poca sensibilidad, prefieran el silencio, voltear a otro lado o quedarse en los lugares comunes, el homenaje, el anuncio intrascendente, algún nombre nuevo para las viejas políticas públicas o algún dispositivo color de rosa.

Resulta increíble que a estas alturas las instituciones mexicanas no se hayan percatado que un problema histórico social tan profundo como lo es la desigualdad de género no se resuelve solo con medidas formales, sino que se requiere buscar y elaborar políticas de estado transversales que sean impulsadas y vigiladas día con día hasta que sean parte de la cultura política y la vida social de nuestro país.

Bienvenida la pensión para las “mujeres de 60 y más” que anunció la presidenta de México. El esfuerzo de las finanzas públicas vale la pena para corresponder a las mujeres que han aportado al país años de trabajo doméstico o en la producción material. Pero hace falta mucho más que el silencio o las respuestas rutinarias ante el 8M. Obligado es recordar que si un dirigente político debe tener la sensibilidad para escuchar cómo crecen las plantas, más aún si lo que crece es un movimiento tan justo y necesario como el de los derechos femeninos.


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