José Emilio Pacheco y el Cerro del Muerto | Imágenes de Aguascalientes por Carlos Reyes Sahagún - LJA Aguascalientes
20/01/2025

Permítame recordar ahora al escritor José Emilio Pacheco, dado que el próximo domingo 26 de enero se cumplirán 10 años de su deceso. Como pocas veces, en este caso puede afirmarse que entonces se apagó una antorcha, luz y calor que irradiaban su persona y su palabra.

Pacheco estuvo ligado a Aguascalientes por dos razones: en 1969 obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes -uno de los primeros ganadores de este certamen-, con un trabajo cuyo título todavía resuena: No me preguntes cómo pasa el tiempo

La segunda razón de esta relación es que escribió un poema cuyo tema fue el Cerro del Muerto; el nuestro -conozco otro en Segovia, por no hablar del Iztaccíhuatl-, ese faro silencioso que mantiene la estabilidad emocional de muchos, yo entre ellos; altura tan vieja -nomás fíjese en el montón de arrugas que tiene- que sin embargo mantiene intacto el don del rejuvenecimiento veraniego.

Esto del poema ocurrió en 1997, y quienes lo propiciaron fueron José Luis Quiroz, entonces director del Museo Guadalupe Posada, y Enrique Rodríguez Varela, director general del Instituto Cultural de Aguascalientes.

A instancias de Quiroz, el artista gráfico Roger von Gunten imprimió en el museo una carpeta que incluyó el grabado que ilustra estas líneas. Entonces Quiroz le propuso a Rodríguez Varela que invitara a Pacheco a escribir un poema que acompañara el grabado de von Gunten… Para no hacer el cuento largo, Pacheco vino, vio y tomó notas… Para ello Enrique Rodríguez y Armando Alonso lo acompañaron en la visualización de la montaña. Armando me contó que escribió el poema en México, y se publicó por primera ocasión en la revista que dirigía, Tiempo de Aguscalientes, que junto con Crisol, encabezó una de las mejores alternativas de periodismo que hubo entonces y ahora. Tanto Enrique como Armando coinciden en que Pacheco tenía la costumbre de reescribir sus poemas. Esta es la primera versión. 

El poema es el siguiente: “Su verdadera lengua es el silencio./ Dialoga con la noche en una clave ignorada./ Desde todas las calles de la ciudad se ven a la distancia/ su alto perfil inmóvil y su invisible mortaja./ Nadie sabe qué guarda en su interior:/ ojos de agua, tesoros, ríos subterráneos, cavernas./ Está lleno de enigmas y de fantasmas./ Ante él somos espectros, nubes sin cuerpo./ A nuestra fugacidad opone lo eterno./ Convierte en hierba luminosa el desierto./ Se alza en el aire, ocupa el horizonte,/ flota entre luces en el mar del viento./ Cuando el sol se derrumba lo envuelve en fuego./ Su cuerpo se hace llama y entierra el día./ La ciudad cambia siempre, no vuelve nunca./ Sólo el Cerro del Muerto permanece inmutable./ Teje con piedra y polvo el recinto sagrado/ de algo que no sabemos. Se levanta/ desde el principio o desde algún cataclismo./ Acaso en el él se encuentran los sepulcros/ de quienes combatieron hasta el final por su tierra./ Estaba aquí cuando aún no éramos./ Seguirá cuando ya no estemos.”

Muy probablemente fue en esa ocasión en que Pacheco vino a Aguascalientes a ver a nuestro muerto más ilustre, que se abrió la posibilidad de dedicarle una emisión del noticiero cultural El mentidero, una de tantas creaciones de José Dávila Rodríguez para Radio UAA, cuando era esta una emisora eminentemente cultural, y que conducíamos Myrna Ruiz Flores y este servidor de la palabra.

Me acuerdo que cuando supe de este programa asumí que era demasiado mucha pieza para Myrna y para mí. Así que invité a mi amigo y mentor, el maestro Claudio H. Vargas, asiduo de la obra de Pacheco según constancia que obra en mi poder para que, literalmente, fuera él quien conversara con el autor de Inventario, esa columna legendaria que publicó la revista Proceso, y a ver qué les aprendíamos Myrna y yo… 

Ya no me acuerdo de qué trató el programa, de seguro un recorrido por la obra del poeta, que Claudio conocía bien, pero lo que sí me resulta inolvidable fue que comprobé que los grandes, los de veras grandes, son las personas más horizontales; las más accesibles y tratables.  No los que se creen que son, y marcan su distancia, pero que luego, cuando según ellos no se les reconoce, se atreven a espetar a sus interlocutores: “¿no sabes quien soy?”. 


En fin, digo esto de Pacheco no solo por la finura con la que se desarrolló el programa, sino también porque Claudio llevó toda su biblioteca de este autor, unos 8 volúmenes, y concluida la grabación el escritor los firmó todos con toda amabilidad en lo que fue la continuación de una cálida conversación iniciada en el programa, sin dar muestras de fastidio. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected]).


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