Un año más termina para nuestro país, y muchas de las cosas que pasaron quisiéramos dejarlas atrás. Otras, las buenas cosas que sucedieron, nos gustaría que permanecieran o se repitieran. Al fin de la cuenta, la vida se trata de intentar tomar lo bueno de ella e ir desechando lo malo o lo desagradable. En este año, entre muchas otras cosas, vivimos la muerte del escritor mexicano Carlos Fuentes, el premio Nobel de literatura se le otorgó al escritor chino Mo Yang, la reelección del presidente Obama en Estados Unidos, la guerra civil en Siria, el sempiterno conflicto entre Israel y sus vecinos árabes, las matanzas de los grupos del Crimen Organizado en nuestro país, la crisis griega, la debacle económica española, el retorno del PRI a la Presidencia de la República, la enfermedad del mandatario venezolano Hugo Chávez, la revolución social del mundo árabe en general, la extensión de la crisis económica mexicana (que siempre está afectada por cualquier cosa, ya sea la caída de la bolsa en Estados Unidos, la crisis europea, o la falta de seguridad para los inversionistas de talla mundial), la siempre presente virulencia en África, etc.
Las noticias alrededor del orbe no parecen muy agradables, y año con año parece que hemos entrado en una costumbre. Sin embargo nos queda el día a día personal, con las pequeñas cosas y los pequeños triunfos de nuestra vida cotidiana. No quiero decir con esto que las cosas no hayan mejorado, ni pretendo ser un pesimista. Siempre existe una buena noticia y una nueva perspectiva de mejora, ya sea en el campo científico, el económico o al respecto de la seguridad. Ayer la noticia de que los asesinatos descendieron en la ciudad de Nueva York a 414, cifra que no había sido tan moderada en los últimos 50 años, nos hablan de una reversión en la inseguridad en esa ciudad. Pero pasando al tema, platicaba ya hace algunos años con un amigo, Joaquín Medina, acerca de las ventajas que tenemos los habitantes del mundo contemporáneo frente a épocas pasadas. No se necesita ser un sociólogo para comprender que un rey del Medioevo no tenía las comodidades que una persona de clase media posee ahora. Desde la comodidad de un colchón, la posibilidad de tener agua corriente en la casa, el poseer gas para cocinar, el poder tomar un baño de agua caliente, y no se diga de otras cosas como la televisión, el radio, los teléfonos celulares, los automóviles, etc. Desde poder calzar unos zapatos cómodos o encontrar ropa de nuestra talla, los tiempos anteriores de la humanidad, incluso para los más acaudalados y poderosos, nunca incluyeron tantas comodidades y ventajas como las que hoy en día gozamos las personas comunes y corrientes.
El poder tomar un autobús para transportarnos a otra ciudad en lugar de ir en un carro jalado por caballos y sin sistema de suspensión en las ruedas que amortigüe el traqueteo del camino, es un lujo que Carlos V hubiera pagado con la mitad de su imperio seguramente. Miles son las ventajas del mundo actual para el ciudadano promedio. Por ejemplo, la medicina, la facilidad del alimento en tiendas por todas las ciudades, las bebidas embriagantes, los restaurantes, los tacos de la esquina o las gorditas en los puestos de las calles. En fin, el progreso de la humanidad durante el último milenio sí ha mejorado nuestras vidas en calidad y en confort. No se diga para la gente pudiente o adinerada, quienes ahora son capaces no sólo de conocer el mundo entero viajando por avión y hospedándose en hoteles de grande lujo, o de poseer en sus mansiones verdaderos “spas” que hacen su vida más placentera.
La vida moderna nos ha traído, variedad, comodidad y diversidad. El contar con internet, con los grandes rotativos como éste, con la industria del cine que nos da entretenimiento al igual que la televisión y la radio. Qué rey o cacique del tiempo de las cruzadas hubiera soñado con la posibilidad de tener el entretenimiento en su castillo como nosotros que contamos con un televisor o un radio. Imaginen a Ricardo Corazón de León durante su cruzada a la Tierra Santa lo que hubiera dado por tener consigo una hielera o un refrigerador para su paso por el desierto. Y por si poco fuera, poseemos luz eléctrica en nuestro domicilio, y gracia de ello otras comodidades hijas de la iluminación y de la energía. También está en nuestro haber el alumbrado público, que ha permitido extender la actividad de nuestras vidas a la noche.
Otra invaluable ventaja de nuestros tiempos es que el romance, hijo de la cultura árabe por contradictorio que esto sea, ahora es un verdadero placer. Hace mil años, los encuentros sexuales de hombres y mujeres estaban llenos de armas rancios y poca higiene, y hoy no los encontraríamos del todo agradables. En fin, el mundo ha cambiado para beneficio de la mayoría, y aunque las ganancias no han llegado a todos los habitantes del planeta, ni siquiera de nuestro país, la vida actual nos ofrece, al menos en posibilidad, mejor calidad y comodidad que hace un siglo. Ojalá que el año entrante, al leer el recuento de los días en este diario o en cualquier otro medio de comunicación masiva, nos encontremos con mejores y positivas noticias que muestren que hemos mejorado.