El peso de las razones
La ilusión de la abundancia alimentaria
En Cómo comemos (Turner, 2020), Bee Wilson nos lleva de la mano por un recorrido alarmante sobre cómo nuestra relación con la comida ha cambiado drásticamente. El libro plantea una contradicción fundamental: nunca hemos tenido tanto acceso a alimentos como ahora, pero también nunca nos hemos alimentado de forma tan insalubre. La alimentación moderna está plagada de excesos, carencias y desajustes que afectan tanto a nuestra salud como al planeta.
Wilson arranca con una imagen potente: unas uvas sin pepitas, dulces y perfectamente diseñadas para nuestros gustos actuales. Nos recuerda que incluso este alimento aparentemente simple refleja transformaciones profundas en cómo producimos, comercializamos y consumimos comida. La dulzura uniforme y la comodidad de no tener semillas simbolizan una industria que prioriza la apariencia y el placer inmediato sobre la nutrición y la biodiversidad.
La autora nos introduce en la “transición alimentaria”, una era marcada por la industrialización de la agricultura y la globalización de los hábitos de consumo. Las dietas tradicionales, ricas en ingredientes frescos y naturales, han sido reemplazadas por alimentos ultraprocesados y azucarados. Aunque el hambre extrema ha disminuido en el mundo, nos enfrentamos a una nueva paradoja: millones de personas están sobrealimentadas pero malnutridas.
La comida, afirma Wilson, es hoy un campo de batalla. La dieta moderna está directamente vinculada a las principales causas de muerte en el mundo, superando incluso al tabaco y el alcohol. La obesidad, las enfermedades cardiovasculares y la diabetes tipo 2 son los síntomas de un sistema alimentario descontrolado, alimentado por el marketing agresivo y la producción masiva de alimentos de bajo costo y escaso valor nutricional.
Uno de los aspectos más reveladores del libro es cómo el sistema alimentario global ha alterado nuestras percepciones sobre lo que significa comer bien. Wilson desmonta la idea de que la fuerza de voluntad individual es la principal responsable de los problemas alimentarios. En realidad, estamos inmersos en un entorno diseñado para tentarnos constantemente con productos dañinos.
La autora también aborda la desigualdad en la alimentación. En los países pobres, las dietas saludables a menudo son una cuestión de supervivencia, basadas en ingredientes básicos y locales como cereales integrales y legumbres. En contraste, las naciones ricas están inundadas de alimentos ultraprocesados que han desplazado a las opciones nutritivas. Sin embargo, la ironía persiste: muchas de las dietas más saludables del mundo se encuentran en regiones con menos recursos económicos.
Otro tema crucial es el impacto ambiental de nuestra forma de comer. La producción de alimentos es uno de los mayores contribuyentes al cambio climático, desde el uso intensivo de agua hasta la deforestación. Wilson argumenta que no podemos seguir comiendo como lo hacemos sin causar un daño irreversible al planeta.
El libro también explora cómo hemos perdido nuestras habilidades culinarias básicas. Cocinar en casa con ingredientes frescos, una práctica que solía ser rutinaria, ahora parece una rareza. En su lugar, dependemos de alimentos precocinados y entregas a domicilio que nos desconectan aún más de lo que comemos.
Wilson no evita las contradicciones. Señala que, aunque la tecnología ha democratizado el acceso a la comida, también ha creado una homogeneización cultural. Desde Bombay hasta Londres, las dietas modernas se parecen demasiado, marcadas por el auge del fast food y la pérdida de la cocina tradicional.
Las grandes empresas alimentarias manipulan nuestras elecciones. Estas compañías han perfeccionado el arte de crear productos adictivos y de apuntar su marketing a los consumidores más vulnerables, especialmente en los países en desarrollo.
A pesar de este panorama sombrío, hay una creciente conciencia entre los consumidores sobre la necesidad de cambiar nuestra relación con la comida. Desde movimientos por la sostenibilidad hasta iniciativas locales para promover la agricultura orgánica, hay signos de que estamos comenzando a cuestionar el statu quo.
La autora destaca que el cambio no será fácil. Requiere una reestructuración profunda de nuestros sistemas agrícolas y alimentarios, así como un cambio cultural en cómo valoramos y elegimos los alimentos. Pero también enfatiza que estos cambios son posibles y necesarios para asegurar un futuro más saludable y sostenible.
Lo fundamental es el equilibrio. Comer bien no significa adherirse a dietas extremas o modas pasajeras, sino encontrar una armonía entre lo nutritivo, lo sabroso y lo sostenible. Este equilibrio es fundamental, tanto para nuestra salud como para el medioambiente.
Wilson concluye con una llamada a la acción: necesitamos redescubrir el placer de comer bien. La buena alimentación no solo es un acto de autocuidado, sino también una forma de resistir a un sistema que prioriza las ganancias sobre nuestro bienestar.