La muerte anunciada de la democracia en México
En su libro Cómo mueren las democracias, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt nos hablan de cómo las democracias contemporáneas enfrentan procesos de erosión gradual, que culminan en gobiernos autoritarios, como un síntoma de la praxis política actual. Lo que está ocurriendo en nuestro país no dista mucho de esa realidad. La soberbia con la cual gobierna hoy el partido en el poder, Morena, refleja rasgos preocupantes de esa intención por ponerle fin a los equilibrios, contrapesos, controles y por supuesto a cualquier expresión opositora.
En esa obra, Ziblatt y Levitsky señalan por lo menos cuatro elementos que conjugan ese camino de las democracias hacia los regímenes autoritarios: el rechazo hacia las reglas de juego democráticas, la negación de la legitimidad de los adversarios políticos, la tolerancia de la violencia y la predisposición a restringir libertades civiles. ¿Les suena la captura del INE y el Tribunal Electoral, el ataque permanente a los partidos de oposición, los “abrazos, no balazos” y la ampliación de la prisión preventiva oficiosa?
Si a ello sumamos la reforma al Poder Judicial, con el afán de colocar perfiles a modo en todo el aparato de impartición de justicia; la desaparición de organismos autónomos como el INAI, la COFECE y el Coneval; el despliegue de propaganda de las conferencias matutinas (en donde todo marcha bien) y la arrogancia con la cual se conducen los principales operadores del partido en el poder, es clara la intención de eliminar cualquier espacio para la alternancia política en México y por ende, una sana democracia.
Ziblatt y Levitsky señalan también que las democracias no mueren de la misma forma como ocurría hace cincuenta años, cuando tenían lugar movimientos armados para instaurar gobiernos autoritarios. Hoy, nos dicen, las democracias son dinamitadas desde el interior, eliminando las instituciones democráticas e incluso cambiando las reglas del juego desde la ley, como está ocurriendo en México con los cambios constitucionales que impulsa el partido en el poder.
Aunque se niegue, el sistema político en México ha sido “reseteado” como lo define el exconsejero electoral Luis Carlos Ugalde. El movimiento iniciado por el presidente López Obrador tiene un objetivo claro: garantizar la concentración de poder, sin contrapeso alguno; afianzar las bases electorales a través de las transferencias monetarias y administrar la riqueza de la Nación de forma discrecional y sin ningún mecanismo de transparencia.
Los síntomas de ese fallecimiento gradual de la democracia mexicana son claros, pero como dicen también Ziblatt y Levitsky, son los ciudadanos los principales responsables de su defensa y sostenimiento. Desde cualquier espacio de acción cívica y política, es fundamental colocar el tema en el debate público y señalar los excesos de un grupo que pretende, desde la Constitución, garantizar nuevas reglas para asirse del poder por muchos años.