¿Quién es el Enemigo? / Anatomía del Poder - LJA Aguascalientes
16/11/2024

 

Este artículo se dirige principalmente a los jóvenes. Es para los que han dicho basta, que dan cuerpo a la rebeldía -palabra inventada por las buenas conciencias para referirse a las personas que les llevan serenata, con el objetivo de despertarlas- así como para cualquiera que tenga interés por cambiar el orden actual en México. Cabe aclarar la clase de enemigos a la que me refiero: enemigos de la esperanza, de la democracia como proyecto de emancipación e incluso de la vida expresada bajo la forma de un mundo habitable.

Hay dos clases de enemigos. Los primeros son los que están en el exterior y son actores o agentes específicos. Algunos tienen nombre y apellido, otros son aparatos ideológicos del Estado -o de una élite-  y algunos más corresponden a las dinámicas establecidas en favor de la reproducción del statu quo. Como actores, son enemigos los poderes fácticos, en función de su gran influencia en la vida pública, que usan sin haber sido elegidos ni tener ninguna investidura democrática: son los grupos de poder que gobiernan en la práctica, en favor de sus intereses. En la formalidad, podemos contar a los sindicatos más poderosos que sirven al poder, los grupos empresariales privilegiados, los monopolios, los oligopolios, etc. Es decir, personas como Carlos Slim (Grupo Carso, América Móvil), Elba Esther Gordillo (SNTE), Carlos Romero Deschamps (STPRM), Emilio Azcárraga (Televisa) y Ricardo Salinas Pliego (Grupo Salinas); familias como la Zambrano Treviño (Cemex), Harp Helú (Banamex), Servitje (Bimbo), Larrea (Grupo México, compañía minera), Coopel (Grupo Coopel), Vásquez Raña (Grupo Empresarial Ángeles, con cadenas de hoteles, hospitales y financieras) Bailleres (Grupo Bal, conglomerado con empresas como GNP, Palacio de Hierro, ITAM, etc.), Martín Bringas (Soriana) y González Barrera (Maseca), etc. En la informalidad, están los grupos del crimen organizado y los cárteles de narcotráfico, que sin duda tienen peso específico en el rumbo que toma la sociedad mexicana, tanto si establecen pactos inconfesables con el gobierno en turno, como si entablan una abierta guerra contra él. Dentro de los aparatos ideológicos del estado, el duopolio televisivo se encuentra en la cresta de su acumulación de poder, amagando con rebelarse al ámbito político: el “soldado” del presidente tiene hoy la fuerza para mandarlo, con el arma de la manipulación mediática, la tergiversación de la información y el fomento de la opinión pública en favor o en contra de ciertos políticos y decisiones. Respecto a las dinámicas que permiten mantener el statu quo, los principales enemigos son: la fetichización del poder formal, expresado en el patrimonialismo; las prácticas políticas de corporativismo y clientelismo de estado, así como la corrupción –vista como carga genética- y la impunidad, perversa regla de convivencia consistente en fueros para ciertas clases o gremios que les permiten eludir responsabilidades, obligaciones o culpas.

Existe otra clase de enemigos, que son los que habitan en las realidades interiores de los sujetos históricos y que funcionan como códigos-fuente de articulación de actitudes, hábitos, sistemas de sentido y fórmulas de organización colectiva. De los movimientos sociales, a nivel teórico identifico tres inclinaciones negativas: la sobreproblematización –cada evento exige una recopilación enciclopédica para explicarse, cerrando el espacio para la creatividad; por efecto, las tradiciones de pensamiento no se contemporanizan en sus métodos y estrategias- el dogmatismo setentero de izquierdas rupestres y antiheróicas, así como lo que llamo “astigmatismo analítico” que consiste en considerar al capitalismo en su modalidad neoliberal como la raíz cuadrada de todos los problemas, de suerte que todas las coyunturas son tan sólo una manifestación peculiar de una totalidad ya descifrada: la realidad es la tautología de ese metarrelato trascendental que se corrobora siempre, mientras el presente se diluye en esa verificación. Vemos el bosque del tiempo, pero nunca el árbol maduro del hoy. Para corregir esta dislocación de enfoque, conviene subrayar que a la caída de los grandes relatos, la cohesión de los movimientos proviene no de las explicaciones monolíticas, sino de las convergencias discursivas, siendo exitosas aquellas plataformas diseñadas para que en una pluralidad cada vez más descentralizada puedan coexistir.

Como actitud, hay varios enemigos a vencer. Para los que se mantienen al margen, son la indiferencia, el miedo inmovilizador, el conservadurismo de raíz colonial y la resignación. Entre los activistas y luchadores sociales, lo son el vanguardismo, el derrotismo y la pasión por el martirologio. Esta última merece especial atención: hay una obsesión por el sacrificio que tiene como inspiración a movimientos del pasado que fueron derrotados -por la asimetría en la correlación de fuerzas- pero que se reivindican históricamente. Implícitamente cristalizan la idea de que la historia progresa mediante víctimas propiciatorias. No hay duda de que grandes cambios sociales tienen costos humanos, pero es inaceptable pensar que son los sacrificios la razón del progreso, por encima de la viabilidad de una alternativa política o de la necesidad real de transformaciones de fondo. Sin embargo, la gestualidad del suplicio voluntario ha tenido una función clara en sociedades neuróticas como la nuestra: cuando las contradicciones fundacionales alcanzan su clímax, toda resolución se expresa en rituales de apertura y cierre de ciclos que se pontifican con la teatralidad de una fingida o bien comprometida autodestrucción, infructuosa en tanto no alcanza la superación del drama que representa. La tragedia es poner en marcha el mismo infierno mecánico generación tras generación.

Para cambiar la realidad habrá que disputar con enemigos concretos, pero también ganarle la partida a los fantasmas de la propia tradición, venciendo la tentación de aceptar las facilidades de la inercia. El método será torcer las viejas formas hasta lograr en tábula rasa un espacio de libertad: se trata de ser iconoclastas y herejes en esa realidad que sólo porque es vieja piensa que la tenemos que respetar.


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