El movimiento de la llamada Cuarta Transformación vive de ilusiones. Las crea, las difunde, incluso las asimila, aunque la realidad sea otra. Hablan de austeridad, pero viajan en helicópteros privados, en camionetas de lujo y comen en los mejores restaurantes. Pero al pueblo le dicen todo lo contrario: no hay que aspirar a mucho, hay que vivir en la medianía.
La familia de López Obrador es el mejor ejemplo. Sus hijos pasaron de personas de clase media a prominentes empresarios del sureste del país. Todo gracias a las compras y contratos del gobierno. Lo mismo pasó con los integrantes del movimiento inicial. Los Batres, los Padierna, los Luján y los Monreal. Los nuevos ricos de México.
El presupuesto para el 2025 refleja esas ilusiones también. Como en el sexenio anterior, parten de un esperanzador crecimiento económico para hacer sus cuentas, mientras los expertos pronostican todo lo contrario. El gobierno de Sheinbaum estima un crecimiento de entre 2 y 3% anual, mientras organismos como Citybanamex dicen que apenas alcanzaremos el uno por ciento. Lo cierto es que un punto porcentual de diferencia significarían alrededor de 53 mil millones de pesos menos de presupuesto.
Y mientras el dinero para mantener las clientelas electorales irá en aumento, veintidós de veintiséis secretarías sufrirán recortes. En seguridad pública pasará exactamente eso, a pesar de que el país está sumergido en una ola de violencia sin precedentes, le quitarán recursos al sector para mandarlo al asistencialismo, cuyos programas se ampliarán y profundizarán en este año.
Quienes simpatizan, militan o promueven los ideales de la Cuarta Transformación se han creído esas ilusiones. Pregonan los mismos dichos y conceptos que López Obrador les heredó. “Por el bien de México, primero los pobres”. “No puede haber gobierno rico y pueblo pobre”, “el PAN, el neoliberalismo, Felipe Calderón; son culpables de la tragedia nacional”. Son frases que se repiten una y otra vez entre los morenistas. Ni siquiera son capaces de construir nuevos conceptos. No hay una narrativa nueva, una propia del sexenio de Sheinbaum.
Sus argumentos también parten de ilusiones. Defienden lo indefendible. Antes estaban en contra de la presencia de los militares en las calles, pero hoy lo aplauden. Antes se oponían a la guerra contra el narco, pero ahora le llaman contención. Antes hablaban de democratizar espacios públicos, medios de comunicación e instituciones; y ahora dinamitan la democracia desde su interior. Antes pedían a gritos un debate público, hoy imponen sus mayorías para hacer y deshacer a su antojo, leyes y decretos.
Pero esas ilusiones responden a algo. Hay que cuidar el cargo, la chamba, el “hueso”. En el fondo, solo unos cuantos son capaces y se atreven a debatir en público esas contradicciones en sus formas, en sus gobiernos, en sus conceptos. Siempre hay una salida, una tangente, una maroma para decir que aquí, en México, se gobierna bien y se gobierna para todos. Que hay prosperidad, justicia, seguridad y crecimiento económico. Y quien diga lo contrario es un traidor a la patria. Ilusiones les llamo yo, simples ilusiones.