Revolución | La Columna J por: Roberto Ahumada - LJA Aguascalientes
19/11/2024

La Columna J

Revolución

“Existe una deuda entramada y presa en un tiempo cerrado con nuestra historia”.

Estimado lector de este reconocido medio, con el gusto de saludarle como cada semana, quiero aprovechar esta ocasión para hablar de un tema que reclama en contextos históricos y que nos sacude en el inconsciente ante la realidad que vivimos. Del mismo modo le agradezco en demasía su tiempo y atención para dar lectura a esta columna, no sé cuánta gente me lea, pero debo decirle que su tiempo le da sentido a mis letras.

El pasado no está pisado, pero sí sigue siendo pesado, el escritor español Arturo Pérez Reverte expone en su libro Revolución el retrato de una compleja situación histórica en donde tal parece que los mexicanos no hemos aprendido casi nada de nuestra historia, de entrada ni le conocemos, vivimos despojados de nuestras raíces, ciertamente Aldous Huxley refería que la única lección de la historia es que no aprendemos nada de ella, pero ante dicho planteamiento resulta pernicioso seguir viviendo en la historia por no conocer lo que pasó. 

El autor José Fuentes Mares, en su obra La revolución mexicana hace un retrato cronológico de las múltiples batallas que rodearon y centraron a este proceso, con personajes de carne y hueso sin posturas maniqueístas, desde su perspectiva y ligeramente su vivencia, con una prosa llena de pasión y nostalgia nos expone que la Revolución Mexicana, iniciada en 1910, fue un conflicto social y político que transformó profundamente a México. Este movimiento nació como respuesta al régimen de Porfirio Díaz, quien había gobernado el país durante más de tres décadas en una dictadura marcada por el centralismo, la represión y la desigualdad social. Aunque Díaz impulsó el desarrollo económico y la modernización de infraestructuras, su gobierno benefició principalmente a una élite de terratenientes e industriales extranjeros, dejando a la mayoría de la población en la pobreza y sin derechos laborales.

La chispa inicial del movimiento revolucionario fue encendida por Francisco I. Madero, un político idealista con vínculos con la masonería y el espiritismo de Kardec, escribió el Plan de San Luis, en el que llamaba a levantarse contra Díaz y prometía reformas democráticas. El lema de Madero, “Sufragio efectivo, no reelección”, resonó entre los campesinos, obreros e intelectuales que ansiaban un cambio. Así, el 20 de noviembre de 1910, Madero llamó a las armas, y miles de personas de diferentes partes del país respondieron a su llamado, uniéndose a la lucha.

Sin embargo, la revolución pronto mostró su complejidad. Tras la caída de Díaz y la asunción de Madero como presidente en 1911, surgieron desacuerdos entre los líderes revolucionarios. Emiliano Zapata, un ferviente defensor de la reforma agraria en el sur del país, no se sintió satisfecho con las promesas de Madero y proclamó el Plan de Ayala, exigiendo la devolución de tierras a los campesinos. En el norte, Pancho Villa se convirtió en un líder carismático, defendiendo también los derechos de los trabajadores y los desfavorecidos.

La falta de acuerdos entre los diferentes líderes y los intereses en juego condujeron a una serie de traiciones y conflictos internos. Justo como los que presenciamos entre los Yunes y la falta de filosofía de Marko Cortés, entre Alito y Manlio. En 1913, el general Victoriano Huerta, con el apoyo de sectores conservadores y del embajador estadounidense, organizó un golpe de estado que culminó en el asesinato de Madero. Este suceso, conocido como la Decena Trágica, desató una nueva ola de violencia, con Villa, Zapata y otros líderes enfrentándose a Huerta hasta finalmente derrocarlo en 1914.


Sin embargo, el fin de Huerta no trajo la paz. Las facciones revolucionarias, lideradas principalmente por Villa, Zapata, y Venustiano Carranza, se enfrentaron en una lucha de poder. Carranza finalmente se impuso y promulgó la Constitución de 1917, una de las más avanzadas de su época, que incluyó importantes reformas sociales como la distribución de tierras, los derechos laborales y la educación laica y gratuita, el cual resultó ser un antecedente teóricamente extraordinario pero praxis completamente desarticulado e irreal. 

A pesar de la promulgación de la nueva Constitución, la paz fue esquiva. Los asesinatos de Zapata en 1919 y de Villa en 1923 marcaron el fin de los líderes emblemáticos de la revolución. Sin embargo, el movimiento revolucionario dejó profundas huellas en el país, dando pie a la construcción de un nuevo Estado mexicano basado en la justicia social y la inclusión, conceptos metafísicos que sirven para los discursos, pero que disienten de las realidades.

La Revolución Mexicana transformó la vida política, social y económica de México, dando origen a un país nuevo que aún hoy sigue marcado por los sueños, las contradicciones y las luchas de aquellos que participaron en el movimiento revolucionario, casi todo sigue igual, solo que ahora tenemos mejores condiciones y peores situaciones.

Tanto Octavio Paz como Mariano Azuela, exponen una crisis sistemática acuñada directamente a la histeria del mexicano, a su sentido apátrida e insulso ante lo que pudiera ser lejanamente el deber ser. Puntualizando que entre más cambian las cosas, más siguen iguales. Hoy el país está profundamente dividido, sumergido en la violencia, vive una revolución interna, en la que el sometimiento y el silencio son la realidad. La represión del deseo se volvió deseo de represión.

In silentio mei verba, la palabra es poder.


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