Sin Municipios no hay Estado Parte 7 | Cátedra por: Netzahualcóyotl Aguilera R.E. - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Cátedra

Sin Municipios no hay Estado Parte 7 

Aquella fugaz entrevista con Benjamín Carrión me dejó una huella que no dejó de profundizar en mi conciencia y diría que más aún en mi subconsciente, con resultados a largo plazo. Pero de momento mi obligación consistía en cumplir el propósito de alcanzar la meta mínima que me permitiera  obtener conclusiones válidas para mi tesis.

Así pues, continué mi viaje por Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay y Brasil donde concluyó, faltándome Paraguay, Venezuela y las Guayanas; el Caribe es otro mundo que por falta de tiempo y dinero no estaba incluido en el programa. Pero de lo vivido pude llegar a varias conclusiones que, desde mi punto de vista actual, podría sintetizar de esta manera: 

  1. NUESTRO CONTINENTE. En algún momento de mis investigaciones me surgió la inquietud del nombre que le impusieron los europeos que se apoderaron de nuestro Continente y aparte de depredarlo, provocaron la muerte de más del 90% de su población y arrasaron sus altas culturas desarrolladas durante más de 15 mil años y superiores en varios aspectos a las suyas.

1.1. Su Nombre. Aparte de todo eso, digo, le impusieron un nombre que aquí no existía: “América”, derivado del nombre de un geógrafo italiano llamado Amérigo Vespucci, al que -según críticos de la época- se le atribuyó falsamente haber sido el primero en declarar que Colón no habría llegado a Asia, sino a un continente para Europa desconocido. 

Todo un fraude que borró, de un plumazo, 15 mil años de desarrollo cultural. Imaginemos, por un momento, que a la Europa del siglo XV llega un ejército hablando un idioma desconocido pero con armas superiores que destruye, de un plumazo, todo el conocimiento acumulado durante 15,000 años de esfuerzo; nadie, después, se hubiera enterado que había existido una cultura  greco-romana.

1.2 Abya Yala. Tiempo después me enteré de que en 1977, en una asamblea del Consejo Mundial de los Pueblos Indígenas, un líder aimara boliviano propuso realizar las gestiones necesarias para que el nombre Abya Yala, que en el idioma del pueblo Kuna o Guna del istmo panameño significa “Tierra madura”, se aplicara a nuestro Continente. 

Esto, porque desde mucho tiempo antes de que llegaran los invasores españoles tenían consciencia de que nuestro Continente era inmenso (único que empieza en un polo y termina en el opuesto) por el paso continuo desde viajeros individuales hasta grandes corrientes migratorias que se dirigían del macizo norte al macizo sur y viceversa, dejando múltiples testimonios de su inmensidad. 

Sé que la propuesta del nombre Abya Yala para nuestro Continente tiene adversarios, como suele suceder. Pero ya sea ésta u otra que se considere pertinente y sea aceptable para la mayoría, sí es importante que sean los propios moradores de nuestra Región quienes le impongamos el nombre que nos represente ante el mundo tal como somos y no como se les antoje a extraños.


Ojalá se logre. Sería el primer continente que, fuera de Europa, tuviera un nombre propio no impuesto por europeos. Porque no es justo que se considere a europeo alguno como nuestro “descubridor”, pues ya estaba descubierto por nuestros ancestros que vivían en él desde hacía cerca de 20 mil años. 

Por otra parte, cuando Colón llegó al Caribe sin saber que era un continente, los Vikingos procedentes de Escandinavia ya tenían colonias permanentes en Islandia, Groenlandia y Terranova desde hacía 500 años, lo que convierte en ridículo el título de “descubridor” que se le atribuyó a don Cristóbal. 

El propósito de Colón no era científico sino mercantil y solo pudo realizarlo porque lo financió Isabel la Católica, reina de Castilla, que lo que pretendía era restablecer el comercio procedente de China por la ruta de la seda que terminaba en Constantinopla, se perdió cuando los Turcos recuperaron esa ciudad a la que le restituyeron su nombre de Estambul, expulsaron a los romanos y se quedaron con el negocio. 

Buscar una ruta diferente para restablecer el comercio con China sin tener que pagar altos precios a los Turcos o a los venecianos que se convirtieron en sus socios, fue la misión que Isabel le encomendó a Colón y financió su viaje, basado en la teoría heliocéntrica que Copérnico publicó cincuenta años antes al demostrar -mediante los nuevos conocimientos difundidos por la revolución científica en marcha- que era correcta la afirmación hecha por Aristarco de Samos 1,200 años antes en el sentido de que la Tierra no era plana sino redonda y giraba en el espacio alrededor del Sol. Estas expresiones eran contrarias a las sagradas escrituras, que la Santa Inquisición castigaba con la pena de muerte.

Si era cierta esa teoría, podría llegarse a China viajando de España hacia el poniente y no hacia el oriente, como hasta entonces se había hecho. Y eso fue a lo que Colón apostó. 

Cuando llegó a las primeras islas, creyendo que pertenecían a la India porque los habitantes eran cobrizos y solo vestían taparrabo, regresó a España para dar la noticia y preparar una segunda expedición para llegar hasta China. Sin embargo, solicitó un título que Isabel le concedió como “Virrey y Gobernador de las Indias bajo las capitulaciones de Santa Fe”, como si fueran de ella. 

Pero allí terminó su buena fortuna. En total hizo cuatro viajes, pero en lugar de llegar a China para cumplir su compromiso con Isabel como se suponía, se enredó en la carrera de gobernante que no supo desempeñar, terminando por convertirse en un problema para la corona que lo hundió, incluso, en la amargura del presidio del cual se pudo salvar, pero quedando al margen de la historia que él mismo había iniciado.

El verdadero descubrimiento -para los europeos porque los naturales lo sabían bien- de haber llegado a un nuevo Continente, lo realizó Fernando de Magallanes en 1520 al comprobar, en el extremo sur, que se podía pasar del Océano Atlántico al Pacífico a través del canal que lleva su nombre. 

De esto no se enteró Colón, que había muerto 14 años antes con la idea fija de que había llegado a India o, como se decía entonces, “Las Indias”. Y nuestros antepasados se quedaron con el remoquete de “indios”, apodo que se quedó per saecula saeculorum. Jamás, pues, aceptó Colón haber llegado a un continente desconocido hasta entonces por Europa, lo que significa que él mismo no se reconocía como su “descubridor”.

Continuaremos la semana próxima.

Por la unidad en la diversidad

Aguascalientes, México, América Latina


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