Cuentos de la Colonia Surrealista
La búsqueda
El cartel apareció el viernes y era por demás claro: “Se buscan tres gatitos. Se recompensará a quien dé informes sobre su paradero…” Ése era el mensaje principal, pero no el único. A esta información -tan común en los carteles de búsqueda- seguía una descripción escrita con pluma negra que, con toda seguridad, fue la causante de que al poco de haberse colocado el cartel, la totalidad de los vecinos se pusiera a la búsqueda, aquí y allá, de los tres felinos:
“Se buscan tres gatitos. Se recompensará a quien dé informes sobre su paradero. Hasta antes de su desaparición, ocurrida el jueves por la tarde, eran cariñosos, chiquitos, bonitos, juguetones y traviesos. Los tres eran negritos, pero uno tenía un lunar blanco en la cola. Tenían un nombre cada uno: Max, Cata y Juchis, pero como buenos gatos nunca hacían caso de ninguno de ellos. Les gustaba dormir y comer por el día y dormir y jugar por la noche. A veces cazaban: ratones, lagartijas y grillos, pero, sin contar eso, eran por demás inofensivos. Últimamente les había dado por pintar, con sus patitas y con sus bigotes, los papeles importantes que descubrieran y, si no encontraban papeles importantes, las paredes. Fue por eso que se fueron, porque mamá pegó el grito en el cielo y papá les gritó y los regañó cuando descubrieron las paredes de la casa llenas de huellas de gatitos que lo único que querían era pintar un poquito. No eran malos y los extraño mucho y creo que tal vez ellos a mí también. No quiero que pasen frío ahora que ya es otoño. Quiero que estén conmigo y llevarlos a mis clases de arte en la escuela y comer galletitas con ellos los domingos por la noche mientras vemos caricaturas. Si los ven, por favor denme información para poder encontrarlos”.
Y al lado de un número telefónico, seguramente el de su casa o de alguno de sus padres, firmaba “Lily”, una niña de 10 años conocida en la colonia, hija de don Gustavo y doña Lidia, los de al lado de la papelería, y fue también por eso que todos nos pusimos a la búsqueda de los tres fugitivos, porque a los tres los tenemos en alta estima.
Todos, absolutamente todos, nos pusimos a ello: Fernando, el jardinero; Mary y sus hijos; doña Carmen, la de la tienda, y hasta el mecánico Carlos, que en general no se relaciona con los vecinos y ni siquiera les devuelve el saludo, dedicó un par de horas cada día a la búsqueda de los tres gatitos. Durante cuatro días con sus noches nos volcamos a esta ardua empresa, pero no fue sino hasta el lunes cuando el Richi, el hijo de Ruth, ése que dicen que anda en malos pasos, se los topó recluidos en los separos del C-4.
Al Richi lo atraparon el mero lunes por haberse robado la bici del Iván, el de la casa de la esquina, y se lo habían llevado derechito a los separos. A los gatitos los habían atrapado el sábado, pero por cuestiones burocráticas y administrativas no podrían salir sino hasta el lunes. A ellos los habían encontrado afuera del Colegio de San Fernando, pintando sus muros con grafitis por demás incomprensibles. Se les acusaba por daño a la propiedad privada, por resistirse al arresto y -esto era mucho más grave- por agresión a la autoridad. Los policías que llevaron a cabo la detención terminaron llenos de mordidas y arañazos, además del ego tremendamente herido. Los aerosoles quedaron confiscados.
La multa y la fianza fueron altas, en demasía altas y lejos de los ahorros de la pequeña Lily y de los ingresos de don Gustavo y doña Lidia, pero al final la pagamos. No lo hicimos por los gatitos ni porque creamos que lo que hicieron no mereciera un severo castigo. Lo hicimos por la niña, que ningún mal hacía a nadie. Lo hicimos por la niña y por su gran amor por sus gatitos y la ilusión que se dibujó en sus ojos cuando finalmente los encontramos. Lo hicimos por la niña y por su cartel, ese que prometía una recompensa -que nunca nadie, ni siquiera el Richi, quiso cobrar- a quien pudiera dar informes sobre el paradero de los tres gatitos.