De lengüita
Trátate bien cuando te equivoques o cómo contemplar los errores desde otro lugar
- La sensación de estar equivocados es idéntica a la sensación de tener la razón; en otras palabras, somos incapaces de identificar el momento en el que estamos equivocados.
- La sensación de tener la razón es sumamente placentera, al grado de que nos impide vislumbrar la sola posibilidad de estar equivocados.
- La única manera de alcanzar la perfección es a través de la prueba y el error, pero no del error negligente e irresponsable, sino de la equivocación que emerge de haber cuestionado la certeza de tener la razón.
- ¿Cómo recuperar la persistencia que teníamos en la infancia y que quizá no mantengamos de la misma manera hasta el día de hoy?
Hacer camino al andar
Un bebé que recién descubre la fuerza en sus piernas comienza a dar tímidos pasos por aquí y por allá. Poco a poco, gana confianza y esa timidez se transforma en una inusitada seguridad, a pesar de que sus piernas aún no se acostumbran del todo a sostener el peso del cuerpo. Entonces, luego de uno de esos pasos ágiles que solo el bebé sabe cómo aprendió a dar, las piernas le fallan y termina por caer al piso, no sin golpearse el cuerpo y provocarse algún daño o raspón menor. Como suele suceder, el bebé rompe en llanto, mientras papá o mamá acuden en su auxilio para consolarlo y sanar las heridas que acaso le hayan quedado en su pequeño cuerpo.
Contrario a lo que pudiéramos pensar, a los pocos minutos, el bebé insiste una vez más en desafiar el pequeño camino que acaso lo derrumbó, con la pequeña diferencia de que ahora no se cayó: con la misma agilidad de su paso, supo cómo mover las piernas para que no flaquearan y terminara otra vez en el piso.
Con toda certeza, muchos de nosotros hemos dejado de ver este hecho cotidiano en todo su maravilloso esplendor, pues además de tratarse de una proeza para el bebé (porque quizá por fin logró ir de un sofá a otro sin ayuda de nadie) es un ejemplo de incuestionable persistencia ante los embates de la vida o los errores que cometemos de cuando en cuando. Al reponerse del llanto que significó el dolor de la caída -y a diferencia de muchos adultos-, el bebé en ningún momento criticó de forma injusta su desempeño o se reprochó por no llegar a la meta en el primer o primeros intentos; tampoco se cuestionó si aprender a caminar valía o no la pena, simplemente se atrevió a hacerlo, sin tomar en cuenta lo que dijeran o hicieran los demás. En todo caso, quienes pudieran limitar las capacidades del bebé serían los propios padres, al no permitirle caminar otra vez ante el temor de que se caiga otra vez.
Para ponerlo en palabras más simples, a pesar de los errores cometidos -o de los embates de la vida- el bebé se trató bien y persistió en su afán de aprender a caminar hasta lograrlo. La pregunta es: ¿cómo recuperar esa persistencia y tenacidad que teníamos en la infancia y que quizá no mantengamos de la misma manera hasta el día de hoy?
¿En verdad no sabemos cuando estamos equivocados?
Podemos concebir y dimensionar los errores desde diversas perspectivas, pero creo que difícilmente nos preguntamos cómo se siente estar equivocado. Seguramente alguien se apurará a precisar que las sensaciones de estar equivocado, en efecto, son por demás desagradables: tristeza, vergüenza y, en los casos más dramáticos, incluso humillación; sin embargo, estas sensaciones y emociones solo emergen una vez que nos dimos cuenta de que estábamos equivocados, es decir, son posteriores al momento de reconocer que cometimos un error.
En Being wrong: adventures in the margin of error, la periodista Kathryn Schulz realiza una interesante exploración en torno al fenómeno de cometer errores, de estar equivocados. En esta obra, Schulz formula una precisión fundamental: la sensación de estar equivocados es idéntica a la sensación de tener la razón; en otras palabras, somos incapaces de identificar el momento en el que estamos equivocados, precisamente porque dejamos de evaluar la posibilidad de estar equivocados, debido a que no solo sentimos, sino que asumimos que somos poseedores inexorables de la razón.
Schulz (s.f.) explora el fenómeno de cometer errores y formula una precisión fundamental: la sensación de estar equivocados es idéntica a la sensación de tener la razón; en otras palabras, somos incapaces de identificar el momento en el que estamos equivocados, precisamente porque dejamos de evaluar la posibilidad de estar equivocados, debido a que no solo sentimos, sino que asumimos que somos poseedores inexorables de la razón.
¿Renunciar al placer de tener la razón?
Echemos a volar la imaginación: vives en Estados Unidos de América. Tu vida es muy agradable, con todo lo necesario para vivir cómoda y decorosamente. Desde hace algún tiempo tienes un dolorcillo en la pierna derecha que no has querido atenderte, porque sabes que exige una cirugía mayor. Finalmente, tomas la decisión, pero eliges el mejor hospital, con los mejores médicos: el Beth Israel Deaconess, la clínica universitaria de la Universidad de Harvard. Llega el día de la cirugía, luego de los estudios previos y los procedimientos de rutina. Tú confías en el personal médico; no obstante, cuando despiertas, te percatas de que tu pierna derecha se encuentra intacta y, por el contrario, tu pierna izquierda está totalmente vendada, ¿qué sucedió? Nada, solo una situación que parece arrancada de la más cruel comedia: el médico se equivocó de pierna.
Este relato es todo, menos imaginario: es una anécdota que Kathryn Schulz relata para mostrar las implicaciones de dejarnos guiar por la sensación de tener la razón, ¿por qué? Porque cuando el médico fue interrogado sobre la forma en que actuó durante la operación, respondió que “sencillamente sintió que estaba en el lado correcto del paciente”. Y Schulz remata: confiar demasiado en la sensación de estar en el lado correcto de algo puede ser muy peligroso.
Con seguridad, alguien dirá: ”¡Eso jamás me sucedería a mí! ¿Cómo es que no se dio cuenta de su error?” Ese es el asunto. Schulz afirma que la sensación de tener la razón es sumamente placentera, al grado de que nos impide vislumbrar la sola posibilidad de estar equivocados, ¿de dónde emerge ese placer? Cuando tienes la razón, luces inteligente, responsable, virtuoso y seguro de ti mismo; por el contrario, si constatas que estás equivocado, incluso concluyes que hay algo mal contigo. Por ello, la sensación de estar equivocados nos parece tan aterradora.
Vuelvo a una de las preguntas que formulé antes: ¿qué se siente cuando estás equivocado? Se siente como cuando tienes la razón. Entonces, siguiendo a Kathryn Schulz, nos toca asumir la responsabilidad de renunciar a la hermosa y placentera sensación de tener la razón, porque esa es la única manera de detectar y evitar que los errores, en efecto, tengan lugar, en especial, cuando se trata de un edificio que debe mantenerse en pie, la extremidad de una persona o la vida misma, sea la propia o la de alguien -una planta, un perro, un gato, etc.- que está bajo nuestro cuidado.
El error como posibilidad de crecimiento
Antes, señalé la importancia de tratarnos bien cuando nos equivocamos; sin embargo, quisiera precisar que esta actitud en ningún sentido debe conducirnos a actuar de manera negligente. Precisamente, en la medida en que sepamos poner en tela de juicio la posibilidad de estar equivocados y que no seamos presos de la placentera sensación de tener la razón, entonces tendremos más y mejores elementos para no incurrir en negligencias, por ejemplo: si el médico que refiere Schulz no hubiese caído presa del placer de tener la razón, habría consultado el historial clínico correspondiente y no habría operado la pierna equivocada del paciente. Son estos errores los que queremos evitar, no aquellos por los que es necesario transitar, sentir o vivir como parte del ejercicio que supone ser un habitante de este mundo, de experimentar nuevas experiencias, atravesar adversidades o enfrentar situaciones controvertidas.
Nada está escrito en el cuaderno de nuestra propia historia y nada es perfecto, pero afortunadamente todo es perfectible; la única manera de lograrlo es a través de la prueba y el error, pero no del error negligente e irresponsable, sino de la equivocación que emerge de haber cuestionado la certeza de tener la razón.