¿Qué tan unidos estamos?  | Imágenes de Aguascalientes por Carlos Reyes Sahagún  - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Las elecciones de los Estados Unidos son en rigor mundiales, sólo que a los que no somos ni ciudadanos ni residentes del norteño país no nos convidan a participar. A mí me interesaría porque lo que determinen los invitados afecta a todo el mundo, y a nosotros en particular. 

Como en un eco hemos escuchado a lo largo de las últimas semanas las discusiones que se traen los vecinos sobre los asuntos que les preocupan, los improperios y trompadas, los proyectos y las amenazas, las mentiras desesperadas, discusiones en las que de cuando en cuando salimos a relucir. Nos han traído como ropa en lavadora, de un lado a otro, de arriba a abajo: que si nos compran más de lo que nos venden -¿un super bowl sin guacamole? ¡impensable!-, que si nos colamos de manera tumultuaria y sin papeles, que no hay muro que nos detenga, que si les enviamos lo peor de nosotros, que si les quitamos empleos, que si producimos hartas drogas para envenenarlos, que si… 

También de este lado se ha dicho un montón de cosas, que si será mejor melón que sandía, que trabajaremos con quien resulte electo -pero todos cruzan los dedos por la espalda; sin que se note, you know-, que si la soberanía y la dignidad, etc… 

Escucho a los políticos, y no sé… Termino encogiéndome de hombros. La verdad es que independientemente de las relaciones entre gobiernos; de las decisiones que toman unos y otros, en favor o en contra, de los dimes y diretes, de los corajes, las amenazas, las promesas cumplidas y las incumplidas; independientemente de todo esto, existe una relación más íntima y profunda que no forzosamente pasa por los controles gubernamentales y/o las fronteras formales. 

Es una relación tormentosa -¿qué buena relación no lo es?- sin divorcio posible; un vínculo de amor y odio; de admiración y desprecio, pero sobre todo, de complementariedad. Ellos tienen cosas que nosotros necesitamos y viceversa, aunque frecuentemente, y por desgracia, es también una relación de subordinación.  

He aquí algunos elementos: por principio de cuentas nos une la geografía. Estamos juntos y ni forma de escapar a este destino. No somos Japón o Alemania, Inglaterra o Francia, países con los que ellos se sienten más a gusto, casi como iguales, pero están lejos. En cambio nosotros estamos aquí, pegaditos, y ni remedio, ni para ellos ni para nosotros. Porfirio Díaz lo dijo con una sabiduría que mantiene su vigencia: “Pobre México: tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. 

Lo segundo, consecuencia de lo anterior, es que nos une la Historia, trágica Historia, violenta, injusta, una Historia en la que hemos sufrido brutales agresiones de su parte, a un grado tal que en cierta medida la Historia de México es una historia que se ha hecho en contra de ellos, como un acto de resistencia. Pero también nos hemos hecho presentes en algunas de sus ciudades, nos hemos apersonado de manera silenciosa, o con música de banda, con trabajo y fiesta; con nuestra gastronomía. ¿Sabe usted cuál es la segunda ciudad mexicana? No, no es ni Guadalajara ni Monterrey, es Los Ángeles… Lo diré de broma, pero va en serio, o al revés, o casi… A propósito de esto, existe un factor insoslayable de esta relación tormentosa: los billetes verdes que envían los paisanos radicados por allá constituyen un elemento fundamental de la economía mexicana. Por un lado son divisas, y por el otro, combustible para el mercado interno, amortiguador de la pobreza, etc… Nadie lo dice, pero aquí también hay un cruce de dedos por la espalda: dirán lo que quieran, pero que nadie regrese, porque la economía local necesita de esos dólares, y además, ¿qué se haría con ellos; dónde se ubicarían?, con el trabajo que significa crear empleos para los que están aquí… Así que mejor se queden allá, y, de ser posible, se lleven más parentela, amigos, etc. 

La geografía y la historia son los pilares del arco por el que transita esta relación que es a veces consciente, pero que frecuentemente resulta ser lo contrario; esta unión conformada por la migración, el tráfico de drogas, la circulación de mercancías, armas y personas y, sobre todo, lo que me interesa destacar aquí: la cultura, que es el más íntimo de los rasgos; el más inconsciente y sutil. 

De este lado existen infinidad de comercios que promueven la cultura estadounidense en sus productos, y que muchos consumen alegremente -acabamos de sobrevivir a la parafernalia brujeril-. De aquel, algunas de sus ciudades tienen nombres hispanos, abundan los restaurantes de comida paisana y no faltan las calles nombradas como algunos de nuestros próceres… 


¿Qué mejor ejemplo de la fusión cultural; del sincretismo que existe entre ambos países, que la indumentaria de este violinista adolescente de la Danza de Matlachines de Montoro, Aguascalientes?  

Los danzantes… Algo tan profundamente enraizado en nuestra mexicanidad; fuente de enardecido orgullo, y en particular de quienes fuimos sembrados y florecimos en las Tierras Altas de México, a su vez antigua fusión de las danzas indias a las que se incorporó lo llegado desde ultramar, la música de violín, la connotación religiosa de su motivo de ser….  

El joven músico, brillante arete en la oreja, lleva una playera que muestra a un indio profusamente ornamentado, empuñando una serpiente, y debajo un colibrí. No es una imagen tradicional al estilo de la mexicanidad con la que alimentaron nuestro imaginario los artistas decimonónicos -Jesús F. Contreras entre ellos-, o Saturnino Herrán y, más cercano a nosotros Helguera, el de los calendarios, sino un diseño de vivos colores que proclama su origen grafitero, de joven cultura urbana, tal como se observa en muchos países del mundo; en calles abandonadas, en carros de ferrocarril…  

Pero la cereza de este pastel está dada por la gorra, adornada con el icono de las grandes ligas de béisbol profesional de los Estados Unidos, la leyenda “World series 1991 2003, y a la izquierda, bordado el icono de la marca de la gorra, que evoca a la bandera estadounidense. 

Yo, por ejemplo, que tengo serios y profundos prejuicios históricos, no podría utilizar una gorra de los N.Y. Yanquees, que en paz descansen, hasta la próxima temporada (yo puro Rieleros, Panteras y Necaxa, aunque ganen… Y a las gorras me remito), pero aquí es muy popular entre la tropa, y por cierto la más democrática de todas: igual la usan los albañiles que las ñoras de camioneta de dos o más millones, más otro tanto en la cartera y un palacete en el norte, y que posiblemente compraron en el mismísimo Yanquee stadium.  

Pero todo esto no son sino elucubraciones mías. En rigor en la mayoría de los casos estos actos, estas actitudes están regidas por la inconsciencia, y esa es otra característica de la cultura: frecuentemente se vive casi sin pensarse. 

En fin, que mañana les vaya bien a los vecinos; que ocurra lo que más les convenga, pero ojalá y no sea a nuestra costa… (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected]). 


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