Cómo se dice | Quesadillas sin queso, chocos de fresa y bibliotecas sin libros por: Aldo García Ávila - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Para hacer hambrita

Sales de tu casa. No alcanzaste a desayunar. Para no pensar demasiado en el hambre, pones un poco de música: abres tu biblioteca de música (porque es muy normal que haya bibliotecas de música, ¿no?), eliges tu canción favorita y continúas. Caminas un poco y los dioses, el destino, la fortuna o la vida te ponen un maravilloso puesto de garnachas. Te acercas con la firme intención de pedir un choco, nomás para abrir apetito. La garnachera –honorable oficio que honra calles, colonias, ciudades y estados– ni tarda ni perezosa te pregunta: “¿de fresa o de chocolate?”, mientras tú piensas “Mi choco se supone que es de chocolate…”. Ante este cuestionamiento existencial, optas por entrarle al plato fuerte: “¿Mejor deme primero una quesadilla”; entonces, la garnachera vuelva a arremeter con preguntas filosóficas: “¡Cómo no, joven! ¿Su quesadilla lleva queso o no lleva queso?”…

Esta es una de las preguntas más irrelevantes de la vida que ha terminado con infinidad de amistades, noviazgos y relaciones familiares en los últimos años. De acuerdo con datos del INEGI, 7 de cada 10 vínculos –familiares, amistosos o de noviazgo– experimentan una grave crisis cuando se plantean esta pregunta. Recientemente, la revista Proceso dio a conocer que aunque se celebraran 10 (o más) rifas de aviones presidenciales, con el objetivo –o no– de desviar la atención pública, ninguna cortina de humo sería tan efectiva como un sondeo cuyo protagonista fuera esta pregunta. Dejando de lado las estadísticas falsas y las fake news, reconozco que, para mí, como buen nacido en el Deéfe (aka Ciudad de México), las quesadillas pueden llevar queso o no.

En este texto trataré de describir en qué consiste este fenómeno, es decir, por qué a algunos hablantes les encanta comer quesadillas sin queso o algo más extraño: tomar chocos de fresa. De entrada, te digo que si eres de los que gustan de los chocos de fresa, entonces no tendrías por qué tener problemas en pedir una quesadilla sin queso. Para explicar esta especie de paradoja, me valdré del hecho de que todos los días convivimos con bibliotecas que no tienen un solo libro… por más extraño que parezca.

 

Ubiquemos el problema

Si en algún momento de tu vida llevaste algún curso introductorio de lingüística o de semiótica, seguramente recordarás a Ferdinand de Saussure y su sencillo –pero no menos fácil– signo lingüístico. Sí, por más absurdo que parezca, tenemos que recordar ese infierno académico para entender por qué hay bibliotecas sin libros y, de paso, comprender por qué hay personas que comen quesadillas sin queso.

El signo lingüístico es una unidad conformada por un concepto (o significado) y una imagen acústica (o significante). ¡Simple!, ¿no? Tal vez alguno de tus profesores debió decirte que el signo lingüístico es como una hoja blanca: uno de sus lados es el concepto y el otro, la imagen acústica; ambos están unidos de manera solidaria y se reclaman mutuamente. Pongámoslo más claro todavía: el signo lingüístico es como un buen taco al pastor, pues la doble tortilla reclama la jugosa carne y también viceversa, además de que uno no existe sin el otro.

Desde el punto de vista semiótico, el signo lingüístico no es otra cosa que una estructura (digamos, un sonido o una palabra escrita) a la cual se adhiere un significado o un concepto. Por ejemplo, en español, el concepto [sol] se adhiere a la palabra <sol>; dicho concepto se manifestará de modo diferente en otras lenguas: <sun>, en inglés; <Sonne>, en alemán; <soleil>, en latín, etc.

No hay que caer en la tentación de afirmar que la imagen acústica corresponde siempre con escritura. Para ejemplificar de mejor manera esta característica, empleemos una lengua distinta al español: en el angas, hablado en Nigeria, la estructura fónica /ˈmut/ está “adherida” –para continuar con la terminología empleada– al concepto [morir]. Aun en el caso de que esta lengua careciera de sistema de escritura, habría una estructura, en este caso de naturaleza sonora (o fónica), a la que se adhiere un concepto.

Cabe señalar que la unión entre la imagen acústica y el significado es de carácter arbitrario: en principio, nada hay en la imagen acústica que nos lleve al significado, así como tampoco hay nada en el significado que nos conduzca a la imagen acústica. Las cosas son así, porque así lo determina la lengua. Lo anterior se refiere a que no hay nada en el concepto [sol] que nos dé pistas acerca de la forma de la imagen acústica <sol>. Es una convención que debemos aprender poco a poco y de memoria, de ahí que en otras lenguas dicha imagen acústica tenga otras formas.


De hecho, la perspicacia de Ferdinand de Saussure fue más más allá, pues reconoce al signo lingüístico como una entidad de carácter psíquico, mental, que sólo existe en la mente de los hablantes en virtud de que hay un emisor que lo produce y un receptor que ha de interpretarlo. Mañana continuaremos con la reflexión.


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