Sobre la serendipia y otras palabras mágicas | ¿Cómo se dice? por Aldo García Ávila - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Mi primera reflexión sobre las palabras ocurrió cuando yo tenía seis o siete años, justo al ir por las tortillas. Aquel recuerdo todavía es muy nítido: mientras caminaba hacia la tortillería, me vino a la mente el verbo caminar y su diferencia con otro verbo como saltar, pues si bien ambos eran acciones, lo cierto es que esa acción se manifestaba de manera diferente, pues en caminar era muy notoria la trayectoria que seguía una persona al desplazarse, mientras que en saltar esa característica no estaba del todo presente, pero, en su lugar, había otro rasgo interesante: la manera en que se realizaba la acción, pues cuando alguien salta, el movimiento es muy diferente de cuando alguien camina y, de hecho, una persona puede caminar saltando.

Luego reflexioné en que había verbos que no parecían acciones, como pensar o imaginar, porque la persona que imagina algo o piensa alguna idea no necesariamente realiza una acción, al menos en los términos que nos decían en la escuela, es decir, que los verbos eran acciones dinámicas, con mucha energía y muy visibles; sin embargo, también estaban palabras como ser o existir, que parecían todo, menos acciones.

Por supuesto, en aquel instante, mientras yo iba por las tortillas para la comida, no reflexioné con tal precisión sobre esos verbos. Lo único que pensé —palabras más, palabras menos— fue algo así como: “Pues correr, pensar y existir son verbos, pero no estoy seguro de que todos ellos sean acciones”.

Pasarían muchos años para comprender que los verbos son una clase de palabras que puede expresar acciones dinámicas (correr y saltar), estados (ser o existir), procesos (crecer o derretirse) e instantes (explotar o destellar). Además, cada una de estas categorías tendrá sus características particulares y formas de manifestarse, de ahí que verbos de movimiento como, por ejemplo, ir, entrar o caminar, se diferencien entre sí por enfocarse en el trayecto (ir), el punto de partida (entrar) o la manera en que se realiza el movimiento (caminar), entre otras características.

Y este descubrimiento me llevaría a la formación de palabras, pero no la invención de palabras desde cero, por decirlo de alguna forma, sino a partir de mecanismos existentes en nuestra propia lengua. Para ilustrar lo anterior, valga la palabra serendipia, con el significado de ‘hallazgo valioso que ocurre casual o accidentalmente’. Serendipia proviene del inglés serendipity, que fue el nombre que se le dio a la isla de Serendip, hoy conocida como Sri Lanka o isla de Ceilán. A su vez, el nombre Serendip se tomó del árabe Sarandib o Serandib. Ahora bien, el significado de serendipia se remite a la fábula persa Los tres príncipes de Serendip, en la que los protagonistas resuelven sus problemas gracias a la casualidad. Posteriormente, Horace Walpole, escritor y político británico, la utilizaría para referirse a sus propios descubrimientos accidentales, como se muestra en una carta que le envió a su amigo Horace Mann, en 1754, donde explicaba un hallazgo inesperado sobre una pintura de Bianca Cappello.

Por supuesto, estas palabras son maravillosas, pero no eran los vocablos que me interesaban. A mí me interesaba la invención de palabras a partir de vocablos ya existentes en nuestra lengua. Por ejemplo, en alguna ocasión, un comediante hablaba de un hecho poco grato que le había tocado presenciar. No era nada malo ni nada terrible; simplemente se trataba de algo que hubiera preferido no ver, pero al ser una situación tan embarazosa, se convertía también en un hecho que no podía desver.

La acuñación es igualmente maravillosa, porque nos revela que hay acciones que son imposibles de revertir, porque podemos hacer y deshacer nuestra tarea, pero por mucho que queramos, no es posible desver algo que, en efecto, ya vimos, sobre todo si se trata de algo que no debíamos ver. Claro, podemos fingir que no lo vimos; sin embargo, en el fondo sabremos que lo vimos.

Nadie nos dijo que para darle ese carácter de irreversibilidad al verbo desver, en efecto, teníamos que utilizar el prefijo des-. Simplemente echamos a andar nuestro conocimiento del español, un conocimiento que hemos interiorizado durante años de hablarlo a la perfección. Además, la creación del verbo desver es tan precisa y exacta, que nadie necesita explicar su significado para percibir la magia que posee esta palabra o para entenderla: conocemos los significados del prefijo des– y del verbo ver, pero al unirlos surge la magia.

Y esa magia consiste en constatar que hay hechos que, por mucho que queramos, no podemos revertir, ni siquiera en los planos metafóricos que, de una u otro manera, nos ofrece la lengua. Es también esa magia la que a mí me interesaba comprender, porque finalmente todas y todos inventamos palabras día con día, quizá algunas queden en el seno de la pareja, en las charlas con amistades o en el vínculo familiar, pero ello no niega que aunque sean creaciones fugaces, nos permiten conocer un poco más nuestra realidad, a las personas que nos rodean y, con un poco de suerte, a nosotras y nosotros mismos.


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