Tuve la oportunidad de coordinar un esfuerzo institucional titánico llamado PIFI, que se traduce por sus siglas en Programa Integral de Fortalecimiento Institucional, y por lo que demanda de tiempo y energía en un atosigante esfuerzo que llega a amenazar con extinguir voluntades y buenas relaciones entre los participantes; sin embargo, al final del proceso, prevalece un sentimiento de satisfacción y una actitud de reflexión sobre lo logrado y las metas que conviene perseguir, tanto en lo institucional, como en lo departamental y lo individual, que bien vale la pena todo lo que se le invierte al mismo.
En la fecha de entrega del proyecto a la instancia que lo gestiona, compartía conclusiones al vuelo del cierre de esta primera etapa de actualización de la planeación estratégica con unos colegas de instituciones hermanas, y coincidía con ellos sobre las virtudes del multicitado programa, al grado de que proponíamos que se estableciera como requisito de autorización de apertura de toda institución pública de educación superior, a la par de los estudios de pertinencia y factibilidad y la anuencia de la comisión estatal de planeación educativa, la formulación del PIFI para esa institución, de manera que se ponderará por parte del subsistema involucrado en la creación de la nueva universidad la solidez del concepto educativo a promover, o la conveniencia de postergar o definitivamente rechazar esa petición, ante la falta de una oferta seria que brinde realmente educación de calidad.
Al pensar en la relevancia de concebir un proyecto congruente que pueda convencer a los evaluadores de la viabilidad y relevancia de las acciones ahí contenidas y la necesidad de los recursos demandados, relacioné este proceso con experiencias en las que buenas iniciativas de proyectos de investigación se quedan en iniciativa, justo por la incapacidad del líder del proyecto de transmitir las bondades de su posible intervención.
Es común que se atribuya a una falta de visión, por parte del cliente, el hecho de que un posible desarrollo tecnológico no pase de su etapa de propuesta. Sin embargo, es clave discriminar en qué grado el investigador o el tecnólogo no cuenta con las competencias requeridas para diseñar proyectos factibles y susceptibles de su promoción eficaz, e incluso de las competencias para demostrar con claridad las ventajas de su propuesta y lograr su aceptación.
La calidad inicia con el diseño. Evidentemente la calidad en la investigación es un terreno farragoso, apto para debates casi interminables, aunque en el fondo se sabe qué esfuerzo en ese ámbito sí es trascendente y cuál no. Me parece importante que los procesos de formación de investigadores contemplen un periodo de formación en formulación de proyectos, pero no el usual curso de Metodología de la Investigación, sino un proceso formativo vinculado al quehacer de investigadores con proyectos exitosos, del cual asimilen y desarrollen las competencias necesarias. También hay que formar a los noveles tecnólogos en las aptitudes para presentar y negociar proyectos. Que reconozcan las necesidades de los clientes del desarrollo tecnológico y sepan convertir esas necesidades en especificaciones de diseño y tengan la virtud de seguir el proyecto hasta su adecuada conclusión.
Me vienen a la mente ecos de las protestas de algunos docentes por el reciente documental que los señala como responsables de los problemas de la educación en México. Como integrante del gremio magisterial, debo decir que hay mucho de razón en lo que asevera el documental. Es necesario que, como docentes, evolucionemos, seamos profesionistas ejemplares que brindemos modelos que valga la pena seguir. Mientras no avancemos en esa dirección, le daremos todo el tiempo la razón a nuestros detractores con cada acción que desarrollemos o cada omisión en la que incurramos.
