Redonda como la O de Giotto | A lomo de palabra por Germán Castro - LJA Aguascalientes
21/11/2024

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Sospecho que la idea debe de ser antiquísima; con todo, suele atribuirse al alquimista zuriqués Paracelso, a quien casi nadie conoce por su verdadero nombre -Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim (1493-1541)-, la autoría del siguiente aforismo: Dosis sola facit venenum (sólo la dosis hace al veneno). Cierto: poca cicuta no mata, pero incluso el agua, si es demasiada, es letal.

Partamos del principio de Paracelso para admitir que usted y yo vivimos en condiciones de intoxicación generalizada. Experimentamos nuestro día a día bajo el bombardeo inclemente, sin interrupción alguna, de una cuantía monstruosa de estímulos sensoriales de todo tipo: inconmensurables plétoras de mensajes de cualquier calaña cunden a través de una colosal red de canales cada vez más densa y diversificada. La catarata de datos que se precipita sobre la gente resulta imposible de procesar. El silencio se volvió un estado de excepcionalidad extrema. Muy pocos se escapan del repiqueteo sin tregua de las alertas del smartphone. Resulta imposible no atender el desfile marabúntico de noticias y chismes, evadirse para no sucumbir ante el poderoso embeleso de la inagotable parada de anuncios y ofertas de contenidos. Sobre todo, nadie se salva de caer y permanecer a la deriva en el magno océano de imágenes en el que patéticamente forcejeamos día y noche, hora tras hora, tratando de mantener el juicio a flote. En un entorno caracterizado por la permanente demasía de información, no se favorece la tranquilidad, sino la ansiedad; tampoco la claridad, sino la turbiedad; no la toma expedita de decisiones, sino el anonadamiento; no la concentración, sino la dispersión…, en suma, no la comunicación, sino la confusión.

Enmarcada en la dilatada trama del devenir de la especie humana, cerca de trescientos mil años, la situación descrita es muy reciente; sin embargo, en el contexto de nuestras propias biografías, la inmensa mayoría de nosotros siempre ha vivido así. Mire usted si no: ahora la edad mediana para la población mundial es de 31 años, de modo que la mitad de los habitantes del planeta nació de 1993 para acá, en tanto que el fenómeno referido viene de muchos más años atrás -diría que se desató con la Revolución Industrial-. Usted y yo y prácticamente todos nuestros coetáneos actualmente vivimos y hemos vivido así desde que llegamos al mundo: con la mirada y el cerebro atiborrados de imágenes, fundamentalmente de imágenes no de la Naturaleza sino antropogénicas, imágenes de la dimensión que José Ortega y Gasset llamó sobrenaturaleza, “una nueva naturaleza puesta sobre aquella” (Meditación de la técnica).

 

2

Hace casi setenta años, en 1956, el británico oriundo de Viena Ernst Hans Gombrich (1909-2001) ofreció un ciclo de conferencias sobre historia del arte en la Galería Nacional de Washington, a partir del cual confeccionaría tiempo después un libro, Art and Illusion: a study in the psychology of pictorial representation (Princeton University Press, 1972). En el texto introductorio, sentencia: “No había habido nunca una época como la nuestra, en la que la imagen visual fuera tan barata en todos los sentidos de la palabra”. Traduzco cheap con barata, un adjetivo en español que, al igual que el vocablo inglés, tiene varias acepciones: de bajo costo, de calidad escasa, vulgar, económico, abundante. Para dilucidar su aserto, Gombrich escribe:

Tal vez incluso las burdas representaciones coloreadas que encontramos en una caja de cereal para el desayuno habrían dejado boquiabiertos a los contemporáneos de Giotto. No sé si hay gente que concluya de esto que la imagen de la caja es superior a un Giotto. No soy uno de ellos. Pero creo que la vulgarización de las técnicas de representación crea un problema tanto para los historiadores como para la crítica.

¡Qué atinado evocar a los hombres y las mujeres que compartieron época con Giotto para imaginar un cotejo entre los entornos visuales del pasado y el actual! De por sí debieron de haber sido gente asombrada por las imágenes que les tocó ver. Recordemos que el trabajo de Giotto significó una transición entre el arte medieval y el renacentista. Hace poco más de setecientos años -sus frescos en la Capilla Scrovegni en Padua, por ejemplo, los terminó en 1306-, el naturalismo de Giotto representó una revolución en la pintura europea, marcando un antes y un después en la representación de la figura humana y de la naturaleza: a diferencia de las representaciones estilizadas y bidimensionales de sus predecesores, Giotto se esmeró por lograr un mayor parecido con respecto a la realidad. Giotto…


… resucitó el moderno y buen arte de la pintura, introduciendo la práctica de retratar fielmente del natural a las personas vivientes, cosa que desde más de doscientos años atrás no se practicaba: y si alguno lo había intentado, no lo había logrado con mucha felicidad ni tan bien como de pronto lo consiguió Giotto.

Así contextualiza a Giotto su primer biógrafo, el también pintor Giorgio Vasari. Giotto di Bondone se apersonó en el mundo en 1267 en Vespignano, una pequeña aldea ubicada unos cuarenta kilómetros al norte de Florencia, ciudad en la que moriría en 1337. Más de doscientos años después, en 1574, Vasari también pereció en Florencia, epicentro del Renacimiento italiano. Según Vasari, Giotto nació ya dueño de la destreza “de retratar fielmente del natural…”. En su Le Vite de’ più eccellenti pittori, scultori, e architettori (1550), Vasari  -quien, por cierto, acuñó el término Rinascita, Renacimiento, para referirse al período durante el cual se revivió el arte clásico grecolatino- relata que, cuando Giotto era un niño, su padre le encargó pastorear unas ovejas…

Mientras recorría el campo, apacentándolas ora en un lugar ora en otro, impulsado por la inclinación de su naturaleza al arte del dibujo, en las piedras, en la tierra o en la arena dibujaba alguna cosa del natural o bien alguna fantasía suya. Así, un día, mientras Cimabue iba por sus asuntos de Florencia a Vespignano, se encontró con Giotto, quien, mientras pacían sus ovejas, sobre una piedra lisa, con un guijarro un tanto afilado, dibujaba una oveja del natural, sin haber aprendido la manera de hacerlo con ningún maestro que no fuera la naturaleza. Se detuvo Cimabue muy maravillado y le preguntó si quería ir a vivir con él. Contestó el niño que, si esto era del agrado de su padre, iría gustoso. Lo solicitó Cimabue a Bondone, quien concedió el permiso, alegrándose de que se llevara al niño a Florencia.

En la mayoría de las ediciones que actualmente circulan del libro de Vasari no se incluye a todos los artistas que consideró la obra original; de hecho, comienzan precisamente con el texto dedicado a Giotto. Sin embargo, la segunda edición (1568), integrada por el propio Vasari, incluía a más e iniciaba justo con la vida de Cimabue -cuyo verdadero nombre era Cenni Bencivieni di Pepo (1240-1302)-, el último gran pintor de la tradición bizantina. Otro coetáneo de ambos pintores, el poeta florentino Dante Alighieri (1265-1321) da cuenta de lo que conseguiría el pequeño alumno de Cimabue -cito la traducción al castellano de la Divina Comedia hecha por Bartolomé Mitre, de 1921-:

¡Oh, gloria vana, de la humana cosa!

¡En tu cima cuan poco el verde dura,

si el tiempo no la arraiga vigorosa!

Glorióse Cimabue, de la pintura

el campo mantener: Giotto ha venido,

y su fama se ha vuelto sombra oscura.

(Purgatorio, Canto XI)

Giovanni Boccaccio (1313-1375) también escribió acerca de Giotto: “fue de ingenio tan excelente que ninguna cosa de la naturaleza con el estilo, la pluma o el pincel había que no pintase tan semejante a ella, que no ya semejante sino más bien ella misma pareciese”. Pero más que enfocarse en la habilidad como pintor de Giotto, en uno de los relatos del Decamerón (1353), Boccaccio ensalza más bien otra de las características por la cual cobraría fama el artista: su agudeza mental. La novela V de la jornada VI está tramada a partir de un diálogo entre Giotto y un personaje llamado Micer Forese de Rábatta. Quienes hayan leído el libro recordarán la historia y quienes no, despreocúpense, no voy a estropearla narrando aquí un resumen, basta recordar que gira en torno a la apariencia física y a los desatinados juicios que solemos hacer de los demás basados en ella.

El croata de origen florentino Franco Sacchetti (1335-1400), tratando de seguir los pasos de Bocaccio, unos años después de la publicación del Decamerón terminó de escribir una colección de narraciones que tituló Il trecentonovelle (1399). Y en uno de esos relatos, Sacchetti cuenta que, cuando Giotto era muy joven y era aprendiz de Cimabue, un día pintó en la nariz de una figura que había hecho su maestro una mosca de manera tan realista que cuando él regresó para continuar su cuadro, varias veces intentó espantarla con la mano, pensando que era de verdad.

Como a Cimabue, las obras de Giotto embrujaron a las personas de su tiempo. No sólo ovejas y moscas, los retratos que realizó, como el de Dante, representaban fielmente a la gente. Pasó a la historia que en cierta ocasión el Papa Bonifacio VIII mandó a la Toscana a un propio para que averiguara quién era el mejor pintor de entonces, a fin de contratarlo para que realizara algunas obras en San Pedro. El emisario solicitó a los más destacados maestros de Florencia algunos dibujos para llevárselos al Santo Pontífice como muestras de su pericia. Cuando tocó que visitara al más renombrado y le pidió un dibujo para presentárselo a Su Santidad, “Giotto tomó una hoja de papel, en la cual, con un pincel mojado en rojo, apoyando el brazo en el costado para hacer de él un compás y haciendo girar la mano, dibujó un círculo tan perfecto de curva y de trazo que era maravilloso verlo. Hecho esto, dijo, sonriendo, al cortesano: ‘Aquí está el dibujo’…”. Una vez que vio todos los bocetos, “el Papa y muchos entendidos reconocieron por ese dibujo hasta qué punto Giotto superaba en excelencia a todos los demás pintores de su tiempo”, de tal suerte que él fue el elegido. El episodio cobró fama y por eso fue que, luego, se popularizó el dicho Tu sei più tondo che l’O di Giotto (Eres tan redondo como la O de Giotto). Curioso, porque como explica Giorgio Vasari, la expresión resulta de una ambigüedad encantadoramente socarrona, “pues en Toscana, tondo, además de redondez perfecta, quiere decir pesadez y torpeza de ingenio”. Por lo demás, el incidente es también irónicamente significativo si pensamos que el pintor que emprendió el vuelco de las artes plásticas al naturalismo, el hombre capaz de dibujar moscas de forma tan realista que la gente al verlas las trataba de ahuyentar, para probar su destreza optó por dibujar un círculo perfecto, una figura que, ciertamente, es mucho más difícil de encontrar fuera de la sobrenaturaleza que las moscas, porque, si bien la Naturaleza ofrece una gran variedad de formas fascinantes, la perfección geométrica absoluta es difícil de encontrar. Los círculos perfectos son más una idealización matemática que una realidad natural, hecho que posiblemente pasemos por alto hoy día que vivimos inmersos en el océano de imágenes creadas por nosotros mismos…, como la O de Giotto.

@gcastroibarra


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