Ambos lo sabemos,
si adoras a un dios, necesitas
sólo un enemigo
Louise Glück
Sabemos que algo muy malo está ocurriendo en un país cuando no puede o se niega a ver y aceptar que el origen de sus propias patologías, malestares o ansiedades está en las profundidades de su propio ser, de su propia comunidad. Estados Unidos se está convirtiendo en una nación esquizofrénica y no quiere aceptarlo. La alguna vez llamada nación de Prozac, no encuentra la tranquilidad que su nivel de desarrollo parece poder ofrecerle y con una frecuencia alarmante se entrega con despiadada violencia a destruir aquello que le otorga dignidad y trascendencia a lo mejor de su esfuerzo, talento, generosidad y capacidad de invención.
La reciente y terrible masacre en la escuela primaria de Newtown (Connecticut) donde fallecieron 20 niños y seis adultos no es un hecho aislado, ni desafortunadamente es posible pensar que será el último que haya que lamentar. La tragedia de Newtown, como todas las de igual naturaleza que le han precedido, no puede entenderse sólo por el hecho de que un trastornado decide repentinamente convertirse en un asesino múltiple, o por el hecho de que en Estados Unidos tener armas es tan fácil y rutinario como comprar jeans o donas. Su significado, quiero decir la posibilidad misma de que ocurra de manera tan ferozmente habitual, parece estar enraizado en la devoción que, según Garry Wills, las armas tienen en la cultura americana. Y aquí la palabra devoción es evocada por Wills -quien por cierto es un católico practicante y autor de, entre otros, del libro Porque soy católico– en su sentido religioso, como propio del fervor que se suele reservar a lo que se tiene como divino.
Según Wills la masacre de Newtown es parte de un sacrificio que, como cultura, los norteamericanos le rinden de manera ritual a su dios demoniaco, su muy particular Moloch: las armas. “La pistola, escribe Wills, es nuestro Moloch. Diariamente le sacrificamos niños, a veces, como en Sandy Hook, arrojándolos directamente dentro de una ráfaga de balas de nuestras protegidas máquinas privadas de matar, a veces frustrando sus vidas por la muerte de un padre, de un compañero de escuela, un maestro, un tutor. A veces se hace con asesinatos en masa (ocho este año), a veces como ofrendas privadas a dios (miles este año).”
Y este Moloch es un dios tan venerado como exigente. En Estados Unidos hay entre 300 y 310 millones de armas de fuego en manos privadas y cada año se agregan 4 millones más. El 69 por ciento de la población ha declarado haber disparado alguna vez, 47 por ciento reconoce que en su hogar hay al menos un arma y uno de cada tres ciudadanos posee personalmente una. 46 por ciento de los hombres y 23 por ciento de las mujeres declararon poseer un arma. Los adultos varones de entre 35 a 54 años de edad, con los más bajos niveles de educación son también los más inclinados a adquirir armas. Por su distribución geográfica, la gente del sur es más proclive a las armas (54 por ciento del total de la población adulta declara poseer un arma), seguida por la gente de centro (51 por ciento), del oriente (44 por ciento) y el este (36 por ciento). Dada esta más que notable inclinación a las armas, no sorprende que cada año en Estados Unidos mueran cerca de 31 mil 700 personas por armas de fuego (alrededor de 87 cada día, incluidos 14 mil suicidios anuales). Tampoco es de sorprender el tamaño del mercado que las armas representan. Sólo la industria dedicada a la producción de armas de caza y deportivas reporta que en 2011 movilizó 31.8 mil millones de dólares, (66.5 por ciento más que en 2008), generando 4.5 mil millones en impuestos federales y estatales (60.8 por ciento más que en 2008) y empleo directo a 98 mil personas (30 por ciento más que en 2008) y de manera indirecta a 111 mil personas (22 por ciento más que en 2008).
Lo singular de este despiadado Moloch es que no demanda de enemigos extraños o exóticos: se apacigua con el sacrificio que se da entre los que se saben semejantes y por ello la violencia de quienes reverencian a Moloch se vuelve una y otra vez contra sus propios reverenciadores: la víctima propiciatoria es el vecino del verdugo y no hay nada que le garantice a nadie que él/ella o sus familiares serán las próximas víctimas. Verdugos y víctimas viven en suburbios semejantes, sus hijos asisten a las mismas escuelas, atienden oficios religiosos similares, se divierten con parecidos programas televisivos, escuchan y bailan un son casi idéntico y, en fin, mueren con los mismos temores y esperanzas: la cercanía como condenación.
En este escenario no sirve como coartada –ni mucho menos como consuelo- señalar que muchos de los asesinos seriales son de hecho enfermos mentales ya que, como señala con gran sensatez Gail Collins, “cada país tiene un considerable contingente de ciudadanos enfermos mentales. Somos el único que les da el poder tecnológico para jugar a dios.” Tampoco sirve de mucho aferrarse a una anacrónica –y a estas alturas ya irresponsable- idea de que la única y mejor forma de autodefensa que tiene las personas o las familias es sostener como un derecho constitucional el libre acceso a las armas. Nunca es tarde para deshacerse de ofuscaciones. Ante una tragedia similar ocurrida en Dunblane (Escocia) en marzo de 1996 donde murieron 16 niños y un adulto, el parlamento inglés decidió revisar a fondo la legislación en torno al acceso y la propiedad privada de armas logrando en 1997 declarar en todo el Reino Unido ilegal la posesión de armas de fuego.
La cruel e innecesaria muerte de los niños de Newtown parece razón más que suficiente para que los norteamericanos se tomen realmente en serio la necesidad de cuestionar de manera radical su insensata y suicida reverencia a ese Moloch cruel, a ese dios despiadado que son las armas. Es hora, en fin, de empezar de decir adiós a las armas.
Nota: El epígrafe proviene del poema Malahierba del libro Iris salvaje de Louise Glück traducido por Eduardo Chirinos (Pretextos, 2006). El artículo de Garry Wills citado es “Our Moloch”, publicado en el blog de The New York Review of Books el 15 de diciembre de 2012. La cita de Gail Collins es de su artículo “Looking for America” en la edición del 14 de diciembre de The New York Times. Los datos sobre el número de víctimas de armas de fuego se encuentra en la nota de James Warren, “87 Gun Deaths a Day: Why the Colorado Shooting is Tragically Unsurprising”, que apareció el 24 de julio de 2012 en The Daily Beast. Las cifras del perfil de los propietarios de armas provienen de la encuesta Gallup realizada en octubre de 2011 según fue reportada por Lydia Saad en “Self-Reported Gun Ownership in U.S. is Highest Since 1993” en Gallups-Politics, octubre 26 de 2011. Las cifras del mercado de armas de caza y deportivas provienen de National Shooting Sport Fundation, Firearms and Ammunition Industry Economic Impact Report 2012