Life is illusion, disillusionment is destruction.
Karl Jaspers, Tragedy is not enough.
El arte no reproduce lo visible; más bien, hace visible.
Paul Klee.
Ciego y ya en la lúcida plenitud de su vejez, “aurora de la muerte”, Borges admitía que “los hados o los astros” le habían dado “la fama, que no merece nadie”. Así lo dejó anotado en su poema Aquel, sobre el cual él mismo glosó: “debe parecer un caos, un desorden y ser íntimamente un cosmos, un orden”. En otro poema, el que dedicó al filósofo Baruch Spinoza, el bonaerense se había referido también a la fama, mentándola como “ese reflejo de sueños en el sueño de otro espejo”. Además, claro, el autor de Ficciones escribió La fama, un poema en el que consagró 138 palabras distribuidas en 24 versos para enlistar, iniciando siempre con un infinitivo, las razones por las cuales, según él, habría de llegar a la muerte siendo un hombre famoso; por ejemplo: “No ser codicioso de islas” o “Haber urdido algún endecasílabo” o “Ser esa cosa que nadie puede definir: argentino”. En dos versos, Jorge Luis Borges cierra su composición con una conclusión: “Ninguna de esas cosas es rara y su conjunto me depara una fama que / no acabo de comprender”.
Es imposible gobernar los resortes que dispararán, o no, la fama de una persona. Por lo demás, si bien lo único seguro es que tarde que temprano todos caeremos en las negras profundidades del olvido absoluto, mientras tanto los motivos por los cuales quienes seguimos vivos recordamos a algunos muertos -pocos, muy pocos- ni son fijos ni necesariamente lógicos, mucho menos justos. En cualquier caso, el recuerdo ocurre ahora, en el presente, y liberándose cada vez más y más de lo que supuestamente lo provocó en el pasado. Por lo demás, eso que llamamos fama -condición de ser famoso, es decir, ampliamente conocido- se manifiesta diferente a través del tiempo y en los distintos ámbitos. Consulte usted a uno de los oráculos contemporáneos más socorridos, ChatGPT, ¿a qué debe su fama Karl Jaspers? Yo lo hice y obtuve la siguiente respuesta: “Karl Jaspers es conocido principalmente por ser un filósofo alemán destacado del siglo XX”. El artilugio informático destaca que Jaspers es uno de los principales exponentes del existencialismo, junto con Sartre y Martin Heidegger, así como sus aportes a la teoría del conocimiento -epistemología fenomenológica- y a la ética y la ciencia política. Ciertamente, Karl Theodor Jaspers (1883-1969) es un pensador al que hay que leer, pero resulta que su formación inicial fue en otras disciplinas. Mucho antes de publicar La fe filosófica (1932) o Filosofía de la existencia (1938), Jaspers estudió medicina y luego psiquiatría, campo este último en el que, aunque su fama de filósofo ha opacado, no fue nada menor su trabajo. De hecho, Jaspers escribió también un libro, si bien no ajeno a la filosofía -en última instancia quizá nada lo sea-, especializado en las ciencias de la salud.
Y vamos llegando al punto: resulta que en su obra Psicopatología general (1923), en el capítulo que dedica a las “Manifestaciones subjetivas de la vida psíquica enferma” -sección “fenómenos singulares de la vida psíquica anormal”-, Jaspers propone una clasificación de los modos en que los objetos, la realidad concreta, es dada de manera anormal a la percepción de la gente. Pone en el primer grupo a las anomalías de la percepción, con tres tipos: alteración en la intensidad de las sensaciones; traslaciones de la calidad de las sensaciones, y sensaciones anormales simultáneas. En segundo lugar agrupa lo que denomina características anormales de la percepción: extrañeza del mundo, el mundo se vuelve nuevo y de belleza dominante, e imposibilidad para percibir el alma de otras personas. La tercera categoría corresponde a la escisión de la percepción. Finalmente, las percepciones engañosas conforman la quinta categoría, la cual, basada en la división que la psiquiatría acepta desde Jean-Étienne Esquirol, divide en alucinaciones e ilusiones. Las primeras son percepciones que no han surgido de percepciones reales por transformación, sino que son enteramente inventadas. En cuanto a las ilusiones, Jaspers las define como “las percepciones surgidas de percepciones reales por transformación, en las que las excitaciones externas de los sentidos se combinan con elementos reproducidos en una unidad en la que las excitaciones sensibles directas no son distinguibles de las reproducidas”. Las ilusiones, a su vez, las divide en tres: de inatención, afectivas y, a las que va todo esto: las pareidolias.
Leonardo da Vinci (1452-1519), sin duda uno de los personajes más famosos de la tradición occidental, sin saber que estaba describiendo lo que siglos después llamaríamos pareidolias, recomendó a quienes quisieran pintar como él:
No dejaré de mencionar entre estos preceptos una nueva fuente de especulación, la cual, aunque pueda parecer trivial y casi digna de risa, es sin embargo extremadamente útil para despertar la mente a diversas invenciones. Se trata de lo siguiente: cuando mires una pared con manchas o con una mezcla de piedras, si tienes que idear una escena, puedes descubrir un parecido con diversos paisajes, embellecidos con montañas, ríos, rocas, árboles, llanuras, valles anchos y colinas en una disposición variada. O también puedes ver batallas y figuras en acción; o rostros y trajes extraños, y una infinita variedad de objetos que podrías reducir a formas completas y bien dibujadas. Y estos aparecen en tales paredes de forma confusa, como el sonido de las campanas en cuyo repique puedes encontrar cualquier nombre o palabra que elijas imaginar (numeral 508 de la “La práctica de la pintura”; The literary works of Leonardo da Vinci).
El mismo procedimiento empleaba siendo un infante de nueve años el pintor Paul Klee (1879-1940), seguramente si haber leído a Leonardo:
En el restaurante regentado por mi tío, el hombre más gordo de Suiza, había mesas con tableros de mármol pulido, cuya superficie exhibía un laberinto de capas petrificadas. En este laberinto de líneas se podían distinguir grotescos humanos y plasmarlos con un lápiz (The diaries of Paul Klee, 1898-1918).
El pintor, quien era tanto suizo como alemán, igual que Karl Jaspers, no consideraba a las pareidolias un método -como Leonardo-, sino una distracción que evidenciaba las anomalías mentales que sufriría a lo largo de toda su vida: “Me fascinaba este pasatiempo; mi ‘inclinación por lo extraño’ se anunciaba a sí misma”.
La fama de extraño de Klee llegó a oídos de Borges, quien lo mienta en Los conjurados: “Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y / Amiel y Jung y Paul Klee”. En el poema, el argentino sugiere que la historia y la memoria son fuerzas que moldean nuestra percepción del mundo… Curioso: junto con Klee, Borges mienta en el mismo verso a un psiquiatra, Jung (1875-1961), y a un filósofo, Henri-Frédéric Amiel (1821-1881)…, los dos suizos, por cierto.
@gcastroibarra