Y el sexenio transformador: se va, se va, se va… | Bravuconadas por Mario Bravo - LJA Aguascalientes
15/11/2024

 

Mi solidaridad ante la infamia para María Amparo Casar.

 

A escasos 28 días del 2 de junio y a poco más de 4 meses de que culmine el sexenio transformador del presidente Andrés Manuel López Obrador, las señales que recibimos los mexicanos desde el púlpito de las mañaneras del Palacio Nacional, es de un entripado rechazo del titular del Ejecutivo a la realidad de irse despidiendo del inmenso poder del que se hizo aquél ya lejano 1 de julio de 2018, y que, con una campaña llena de promesas y esperanzas, engatusó a poco más de 31 millones de ciudadanos, con las promesas de acabar con el flagelo de la corrupción, la terrible inseguridad pública, con la pobreza (“por el bien de todos, primero los pobres”), así como el mejorar los servicios de salud (“…como la de Dinamarca”) y la educación públicas; o bajar la gasolina a 10 pesos el litro, y hacer de México un país autosuficiente en combustibles; respetar la división y autonomía de poderes y que nada estaría por encima de la ley; que regresaría al ejército a los cuarteles, y… 

El tiempo es implacable en su marcha y, con todo y sus mañaneras dicen que “no hay fecha que no se llegue ni plazo que no se cumpla”, y la fecha del 2 de junio está a la vista y el plazo del fin del sexenio del 30 de septiembre del 2024, ya proponen acciones correspondientes a las inefables despedidas. Sin embargo, la compleja personalidad del presidente López Obrador, lo obligan a tomar bizarras decisiones, llenas de riesgos y, las más de las veces, con sinsentidos y riesgos, no sólo para el propio mandatario, sino para sus correligionarios, su proyecto, los que considera sus enemigos o adversarios, y en general para todos los mexicanos.

Una de las decisiones más riesgosas que asumió el presidente, fue la de dirigir personalmente de facto, el proceso sucesorio de su partido Morena, desde hace ya prácticamente dos años. El procedimiento para la elección y designación de la candidata, quienes podían participar en el proceso, el método y los resultados del mismo, y el palomeo de los candidatos a cada uno de los cargos más importantes que estarían en juego, fueron tareas que se autoasignó el presidente. Hubo de lidiar con algunos pataleos de los participantes internos (Marcelo Ebrad o Ricardo Monreal), pero nada que su inmensa influencia y poder al interior de su movimiento no pudiera rápidamente encausar.

Acto seguido, y con la vanidad que le brindaban las auto mediciones de su “alta popularidad” (“el segundo presidente más aceptado del mundo”) se hizo cargo de la estrategia de la campaña de la candidata oficial, y de prácticamente toda la campaña de Morena a nivel nacional, poniendo siempre como punta de lanza, según su propio imaginario, los “destellantes logros” de su gobierno, como: el fin de la corrupción, la casi salud pública mejor del mundo, el éxito de su estrategia de “abrazos no balazos”, sus magnas obras de infraestructura: el AIFA, la refinería en Dos Bocas, el Tren Maya; y, por supuesto, la morenización del país, con sus 23 gobiernos estatales y otros tantos congresos locales.

Ese avasallamiento del país confundió la precaria estabilidad anímica presidencial y dio por sentado que su percepción de la realidad era la percepción de todos los mexicanos, y que la voluntad electoral de la mayoría del electorado se inclinaría mecánicamente por la oferta que el oficialismo ofrecía para ser automáticamente ratificada el 2 de junio a través de la insulsa propuesta designada por él mismo. Esa confusión presidencial, se erigió como unas anteojeras que no le permitieron observar la otra parte de la realidad nacional, y que, cuando la llegaba a apreciar, sólo atinaba a despreciarla con un dejo de marcada soberbia. De esa otra realidad surgió y se consolidó un fuerte y estructurado movimiento social, ciudadano, que erigió una alternativa al lopezobradorismo, encabezado por Xóchitl Gálvez, y que, hoy por hoy, lo está desafiando de manera real. Tan es así, que, en importantes entidades con elecciones para renovar la gubernatura, como la Ciudad de México, Jalisco, Veracruz, Morelos, la oposición avanza amenazante; ya no digamos Guanajuato o Yucatán, tradicionalmente bastiones opositores, reduciendo las posibilidades oficiales a Puebla, Chiapas y Tabasco.

Esta situación ha puesto de mal humor al huésped de Palacio Nacional y ha arreciado sus ataques a los opositores, utilizando todos aquellos recursos, legítimos o no, para minar sus acciones o prestigios personales, haciendo efectivo su desprecio por el respeto a la ley. Sin embargo, a estas alturas de las campañas electorales, nacionales y locales, parecería que las deudas del régimen están haciendo su efecto en el ánimo de grandes masas de mexicanos, a manera de una especie de karma. Las casi 186 mil muertes violentas por la inseguridad, los 800 mil muertos por la pandemia, los casi 5 mil feminicidios, los 100 mil desaparecidos, la precariedad de los servicios de salud y educación, la inflación constante, el desamparo a niños y mujeres con cáncer o expuestos a la violencia, están presentes ahora en la memoria de los mexicanos, más allá de los apoyos económicos a los jóvenes y adultos mayores impulsados por los “siervos de la nación”.


Ni la corrupción fue erradicada, peor aún, se hizo más marcada (el tráfico de influencias de El Clan, las casas de Rocío Nahle, las gasolineras de Catalina (Caty) hija de Ricardo Monreal, los Panamá Papers de la familia de Sheinbaum, etc.); la violencia del crimen organizado se asentó en gran parte del territorio nacional; sin medicinas, sin atención médica accesible; adoctrinamiento en lugar de educación, la gasolina a 25 pesos el litro.

Es innegable que el “día de campo” que esperaba el presidente se está complicando de manera ostensible, no sólo la ciudadanía lastimada, desencantada o francamente traicionada, sino que, incluso, la propia grey al interior del partido oficial, que se siente usada por sus líderes.

En fin, el sexenio se va, se va…

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