- Su característica principal es la solemnidad del uso de dos colores: rojo-blanco, rojo-negro, rojo-rojo o blanco-negro, explicó Liliana González Austria
- Se trata de un bien frágil, importante de conservar y difundir, añadió
En el Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM se realiza un inventario de las antiguas tumbas mayas de México que están acompañadas de pintura mural; hasta el momento se han contabilizado más de 25, informó la investigadora posdoctoral de esa entidad universitaria, Liliana González Austria Noguez.
Es un proyecto que me ha sorprendido, porque al principio tenía registradas unas cuantas, apuntó en entrevista la autora del primer estudio que se realiza en estos espacios como tradición funeraria.
Los sepulcros se localizan en sitios arqueológicos como Palenque o Calakmul, Tikal, Río Azul, o Caracol y K’akabish, en México, Guatemala y Belice, respectivamente, y abarcan una temporalidad larga que va del Preclásico Tardío al Clásico Tardío, es decir, del año 200 antes de Cristo al 900 de nuestra era, o sea, aproximadamente de un milenio, aunque “proliferan sobre todo en el Clásico Temprano, del año 200 al 600 d.C.”, detalló la universitaria quien cursa el segundo año del posdoctorado.
Regularmente, abundó, cuando se hace referencia a una tradición funeraria prehispánica “pensamos en las tumbas zapotecas. No obstante, aunque no se encuentran todas en un solo sitio, en el área maya también hay muchos ejemplos”.
La característica principal de las pinturas en las tumbas es la bicromía, como la definió Sonia Lombardo de Ruiz, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). “Estos murales son solemnes y regularmente tienen una mezcla de rojo-blanco, rojo-negro, blanco-negro o rojo-rojo”, aunque recalcó que con el rojo se obtenían diferentes tonalidades que oscilan entre el violeta, rosa y naranja.
El color característico es el rojo, pero no cualquiera, sino el proveniente del mineral denominado cinabrio, un sulfuro de mercurio altamente tóxico, pero duradero y brillante (en menor medida se utilizó la hematita, otro mineral más común, pero casi con las mismas características). Solo una de las tumbas dentro de las registradas en este proyecto de investigación está pintada también con amarillo y azul.
La también doctora en historia del arte por la Universidad Autónoma de Barcelona destacó que habitualmente el acercamiento a esos recintos funerarios se ha llevado a cabo a partir de la arqueología; llaman la atención objetos como el jade, la concha o las vasijas.
En contraste, en las excavaciones la pintura mural no se ha registrado o los datos son únicamente descriptivos y bastante limitados, con fotografías que a veces son solo en blanco y negro. “Otra limitante para su estudio es que en algunos casos ya no tenemos acceso a estas tumbas, porque fueron rellenadas otra vez para consolidar los edificios y evitar que se caigan”.
Por ello, este trabajo que también es parte del programa Investigadores por México del CONAHCYT, tiene la meta de conocer “cuáles tumbas se han documentado hasta el momento, qué se ha dicho de ellas y qué imágenes se tienen, si es que existen”.
La pintura mural constituye un bien muy frágil, alertó González Austria; por lo que es importante conservarlo o, por lo menos, darle difusión, ya que en ocasiones su existencia se queda guardada en los archivos del INAH, en las descripciones de los informes arqueológicos.
La universitaria refirió que los tópicos que se abordan son interesantes; por ejemplo, marcan los rumbos cardinales con el gobernante al centro del universo; montañas, agua, símbolos de joyas o antepasados dinásticos. “En ocasiones, hay textos jeroglíficos que indican el nombre, los títulos o la fecha de muerte”.
Algunas se descubrieron a mediados del siglo pasado, pero fueron quedando en el olvido y ahora son “redescubiertas” por González Austria, a través de la consulta de los archivos de la Coordinación Nacional de Arqueología del INAH, que se resguardan en el Museo Nacional de Antropología.
En nuestro país destaca una: la del Templo XX sub de Palenque, descubierta por el Grupo de Las Cruces, dirigido por Merle Greene Robertson, quien encontró una bóveda e introdujo una cámara por un pequeño agujero, y en donde había personajes que se diferencian por sus tocados y atavíos.
Los arqueólogos la vieron, pero quedó cerrada durante 13 años hasta 2012. Adentro, el mural va de piso a techo, en dos tonos de rojo y los personajes que ahí están representados son nueve, parecidos a los tallados en relieve en la famosa tumba del rey Pakal, en el Templo de las Inscripciones.
Además de inventariar estas tumbas que están documentadas y llamar la atención acerca de su existencia, con ayuda del Laboratorio de Diagnóstico de Obras de Arte, del IIE, y como parte del Seminario del Color del Programa de Especialización, Maestría y Doctorado en Historia del Arte, realiza experimentos para ver cómo funciona el cinabrio y cuál es su comportamiento con el estuco, bajo condiciones controladas debido a su toxicidad.