Creo que si algo caracteriza a los mexicanos, es que somos esencialmente corruptos, me atreví a plantearle a un amigo mientras desayunábamos en una ciudad extraña. Después de varias horas de viaje y a poco tiempo de subir a un avión que nos llevaría todavía más lejos, la conversación había llegado a ese punto en que uno puede arriesgarse ciertas generalizaciones porque no es necesario probar lo que uno afirma. Mi amigo, menos propenso a la simplificación negó categórico que los mexicanos fuéramos más o menos corruptos que los nativos de otros países. Yo me quedé con la idea de que sí lo somos y que esa propensión al acto deshonesto se basa en la compulsión de echarle la culpa a otro.
Para desayunar habíamos pedido el bufet. Una pareja se acomodó en la mesa de junto para ordenar café, pan y un plato de fruta para cada quien, comieron. Después miraron la carta para pedir algo más, cuando me vieron regresar de la barra de bufet preguntaron cuánto nos iba a costar el desayuno. Compararon costos, vieron que era más económico el bufet y decidieron cambiar; por supuesto, no pagaron lo que ya habían ordenado a la carta, le dijeron a la mesera que lo considerara parte del bufet. Total, quien iba a perder no era la mesera, era el dueño de la cadena de restaurantes.
Salí del restaurante para fumar, como no tenía nada mejor que hacer, me acerqué a un oficial de tránsito para preguntarle qué tan lejos estábamos del aeropuerto y si sabía cuánto cobraría un taxi. De la manera más atenta me dio todas las indicaciones necesarias, antes de irme, me aconsejó: pero mire, si va a tomar taxi, lo mejor es que los tome del sitio que está acá a una cuadra, ellos le dan nota y todo, ya nomás es cuestión de que usted le diga por cuánto más la quiere y ellos se la hacen, así le hinca el diente a su jefe. Le expliqué que viajaba por mi cuenta, que nadie me pagaba los gastos, se despidió diciéndome que igual para la próxima ya sabía cómo justificar mis gastos, para no perder. Yo no le pregunté al oficial, él, solito, tomó la iniciativa de proporcionarme el consejo; total, el que pagaría los gastos sería un imaginario jefe de una empresa.
La policía municipal se reúne con los padres de familia para un curso de educación vial, les piden que no se estacionen en doble y tercera fila, explican que no quieren multar a nadie. Los padres exigen que se cumpla la ley, que multen, el policía explica que por instrucciones del gobierno prefieren no multar, que les ayuden. La junta termina. Frente a la escuela ya hay tres filas de automóviles, cuando el policía se acerca con el bloc de multas en la mano, la mayoría de los conductores lo miran feo, le hacen señas de que espere tantito, de que no se tardan. El tránsito por esa calle se interrumpe. ¿Qué tanto es tantito?, además, hay problemas más graves que resolver, que la policía se encargue de la seguridad pública, eso es lo más importante.
Frente al centro comercial hay varios lugares de estacionamiento designados para discapacitados, están claramente señalados, sin embargo, invariablemente ocupan esos lugares quienes no deben. Hace poco me acerqué a una señora que estacionó su camioneta en ese sitio para indicarle que no debía ocupar ese lugar. “A ti qué te importa”, me contestó ofendida, se alejó con paso rápido, haciendo tintinear todas las pulseras que llevaba en el brazo. Total, a nadie le hace daño ocupando ese espacio, nadie se va a morir, seguro piensa, por unos minutitos que se quede ahí, pero sobre todo, qué le importa a los demás.
La lista de pequeños actos de corrupción podría seguir por muchos párrafos: el que busca cómo colarse en la fila; la que llega al banco buscando a su amiga la cajera para ser atendida primero; quien pide que se le venda algo fuera de horario; el que modifica su medidor para pagar menos; quien se hace el simpático para conseguir un descuento o pide la limosna en palacio de gobierno… Todos hemos cometido alguno, no una vez, repetidamente, por eso creo que si algo nos caracteriza es que somos esencialmente corruptos, o al menos somos propensos a esa forma de actuar, pero minimizamos esas acciones con la justificación de que en el fondo no es algo tan grave, que es algo mínimo, que lo importante está en las altas esferas, en lo que hacen los políticos, gritamos, señalamos, apuntamos al otro sin detenernos en la viga del ojo propio. Siempre hay alguien más arriba de nosotros que es más culpable, cuya falta es de mayor gravedad. Así como se sueña con el caudillo que un día pondrá fin a tanta desigualdad, ese que cambie las cosas, de la misma manera, estamos dispuestos a encontrar un villano, el chupacabras propio que permita alejarnos de la responsabilidad.
Al actuar así, no sólo desatendemos nuestra responsabilidad, también se pierde de vista la rendición de cuentas, sembramos rumores, alentamos el chisme y nos quedamos ahí, en la pura queja catártica, incapaces de dar el siguiente paso.
Estos son los últimos días de un gobierno deshonesto, corrupto, mentiroso e incapaz, lo que leeremos a continuación, lo que se estará comentando, es que se va Luis Armando Reynoso, sobre de él, justificadamente, caerán todas las críticas por su incompetencia. Vendrán los rumores, el torpe columnista le colgará milagritos, exagerará innecesariamente el actuar del gobernador, sin compromiso alguno con sus lectores, inventará que Luis Armando compra periódicos, coloca funcionarios, bebe sangre de niños en rituales satánicos… Los medios difundirán, ahora sí, todo lo que no se atrevieron a criticar durante el ejercicio de poder. Esa actitud deshonesta contribuirá a crear un monstruo gigantesco. Lamentablemente, caeremos en el juego, con el riesgo que implica: dejar de ver (y pedir que se castiguen) los actos deshonestos de esta administración, al centrar todos los señalamientos en una sola persona, haremos a un lado a quienes fueron sus cómplices.
¿Luis Armando Reynoso ha sido el peor gobernador de Aguascalientes? Seguramente sí, no importa mientras sea una cuestión de percepción, qué más da que se le cuelguen todas las fallas, si esa ola de rumores impide pedir cuentas claras a quienes compartieron la responsabilidad con él, algunos de ellos saltarán a otro puesto público, pero estamos entretenidos en construir el chivo expiatorio, un responsable único de todas nuestras desgracias.
Quisiera, como mi amigo, ser menos simple, tener un poco más de esperanza, la memoria me lo impide, estamos en plena temporada de invención de monstruos, además Luis Armando Reynoso Femat nos ha facilitado la tarea, pasaremos un largo rato aquí, gritando !al ladrón, al ladrón¡ con toda la atención puesta en el que se va, entretenidos en la fuga de un político arruinado. Ojalá que cuando volteemos la mirada, sea todavía tiempo de cumplir con nuestra parte del contrato social, no sea demasiado tarde para exigir que nos rindan cuentas quienes acaban de ascender al poder. n
Ps. La última columna del sexenio luisarmandista está dedicada a todos los compañeros de La Jornada Aguascalientes, con un profundo agradecimiento por su trabajo. Feliz segundo aniversario del periódico y que vengan muchos más.
http://edilbertoaldan.blogspot.com/