Las áreas designadas para fumar no son un oasis para quien busca el placer de saborear un cigarrillo, siempre hay alguien más, siempre hay otro que está dispuesto a convertirte en público de su monólogo, invariablemente me encuentro con alguien que me quiere platicar sus asuntos, no porque le interese mi opinión, simplemente porque estoy ahí. Así, por ejemplo, sé detalles de la vida de una mujer que nunca me ha dicho su nombre (fumamos, ¿qué más se necesita?), como el lugar donde vive, el número de hijas que tiene, los nombres de sus hermanos y rasgos de conducta que me permiten caracterizarlos como el bueno, el distante y el ojete (ella lo llama así), me ha compartido sus tragedias diarias y su melodrama de vida. A pesar de saber tanto de ella me es fácil resumir su vida a una sola palabra: rencor. Ella está enojada, tiene la animadversión a flor de piel. Para ella todos son rateros, inútiles, aprovechados, vividores, imbéciles, los otros son así. Su manifestación no sabe de ideologías ni de conciencia de clase, ella no es de izquierda ni de derecha, ni del PRI o del PAN o del PRD, lo de ella es la ira. Ella, lamento decirlo, nos representa.
No sé, si como proponía Enrique Rodríguez en su columna anterior (La Jornada Aguascalientes, julio 26) esa actitud corresponde a un individualismo narcisista a ultranza, tampoco encaja en lo que señala Gilles Lipovetsky en el prólogo a La era del vacío, no puedo considerarla parte de esa fuerza que caracteriza a la sociedad posmoderna: la apoteosis del consumo y “búsqueda de la calidad de vida, pasión por la personalidad, sensibilidad ecologista, abandono de los grandes sistemas de sentido, culto a la participación y la expresión, moda retro, rehabilitación de lo local, de lo regional, de determinadas creencias y prácticas tradicionales”, aunque cuando Lipovetsky define lo que es el narcisismo (“la expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de lo comunicado, la indiferencia por los contenidos, la reabsorción lúdica del sentido, la comunicación sin objetivo ni público, el emisor convertido en el principal receptor”) ella comienza a encajar con el perfil, ahí donde “expresarse sin otro objetivo que el mero expresar” es el único sentido.
Pensé en esa mujer al momento de escribir estas líneas y desvió mi propósito inicial, que era comentar sobre Punto de partida de Denise Maerker, intentaba en estas líneas ahondar en el mensaje de la conductora previo a que apareciera un fondo negro con el nombre del programa repetido varias veces, una imagen fija a lo largo de la duración de este programa: “Un periodista no es más importante que cualquier otro ciudadano, un zapatero, un empresario, un comerciante, sin embargo, cumple con una función: la de informar, que es vital para el buen funcionamiento de una democracia, y para la construcción de una sociedad participativa y crítica. Muchos periodistas han sido secuestrados y asesinados en los últimos años, en Televisa, en Punto de partida, no estamos dispuestos a salir esta noche a fingir que no está pasando nada, sí está pasando”. A pesar de que Denise Maerker señaló que “no es mucho lo que en este momento le puedo adelantar sobre las circunstancias que nos llevan a cancelar el programa de hoy, lo que le puedo decir es que el lunes pasado, periodistas y reporteros de este y otros medios de comunicación fueron secuestrados”, la pantalla en negro ha sido vista como una forma de protesta. Lo que yo quería escribir era sobre cómo la ausencia, el silencio, no pueden ser las formas de manifestación que se necesitan en este momento, pero me acordé de mi vecina de la zona de fumadores, que para todo tiene una opinión y me dijo: “pues no sabía de ese programa, pero qué bueno, que sepan lo que los de abajo sentimos, ahora que ellos le sufran. Como el Jefe Diego, al que secuestraron, no se le desea mal a nadie, ¿verdad?, pero a ver si así se ponen a hacer algo porque la inseguridad ya está insoportable”.
Creo que los medios cumplen la función de representarnos, de darle voz a los ciudadanos, por eso sé que el silencio no puede ser la respuesta, pero ella no; en una sola frase llena de encono realizó una división entre los inocentes y los que merecen sufrir, maniqueísmo puro, extremos que no soportan el mínimo cuestionamiento de la realidad. No es la única, he leído y escuchado las mismas opiniones en otras partes, basta echar un ojo a las redes sociales para descubrir a los puristas que antes de analizar el discurso de Maerker lo descalifican porque proviene de Televisa, porque no son periodistas que estén con la causa (cualquier cosa que eso signifique), los mismos que diseminan el mensaje de odio, el “se lo merecía” que con ningún secuestrado, ninguno, se debería emplear.
Sé que la desesperación empuja a los extremos, que en nuestra siempre incipiente democracia el camino más sencillo es el del enojo, que la forma de hacer política ha sido ahondar en la diferencia, que el discurso de los candidatos (todos) y sus partidos no ha hecho más que subrayar los antagonismos. También sé que la solución está en el diálogo, en la conversación, pero como el tango, se necesitan dos para bailar a ese ritmo, ¿qué se puede hacer con quien descalifica sin leer, quien desestima sin escuchar?, ¿qué con quien desde el extremo asume al otro como enemigo sólo porque no piensa igual que él?
Por lo pronto, la siguiente vez que salga a fumar y me encuentre a la mujer, trataré de participar en la conversación, proponerle, hablar despacio y asegurarme de hacerme entender. Cuando salte, le diré que el primer impulso no es el mejor, que la conversación requiere atención cuidadosa y, quizá, sólo quizá, pueda encontrar así un oasis en la zona de fumadores.
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