Yoani - LJA Aguascalientes
23/11/2024

El avance implacable de las nuevas tecnologías juega malas pasadas a la memoria, es fácil caer en la trampa de creer que todo ha estado ahí, al alcance de la mano, desde siempre. Lo sencillo que es apretar un botón y cambiar el canal de la televisión disuelve los tiempos en que no había control remoto, cuando era necesario acercarse al aparato para girar una perilla y así saltar de un programa a otro, hoy ya se convive con una generación entera que jamás ha tenido que levantarse del sillón para realizar esa acción.

Crecer en la era de la información y convivir con un desarrollo
tecnológico que rápidamente minimiza su tamaño y permite traer un
teléfono con cámara en el bolsillo trasero suele facilitar la
confusión, como cuando alguien me preguntó porque durante el terremoto
de 1985 se habían tardado tanto en localizar a las víctimas, cuando es
tan simple realizar una llamada telefónica o mandar un mensaje de
texto, como si la tecnología siempre hubiera estado ahí; a los más
jóvenes les parece inverosímil una época en la que para comunicarse era
necesario hacer un esfuerzo mayor al de ponerse ante el teclado y
conectarse al Messenger, entrar a alguna red social y chatear, prender
la cámara y saludar. Los relatos de un tiempo sin esa tecnología
parecen inverosímiles.

La aparente facilidad de acceder a las nuevas tecnologías suele
nublar la vista, se deja de considerar que hasta hace algunos años
muchas cosas no existían tal y como hoy las conocemos, las herramientas
para la comunicación se integran a nuestra vida diaria en forma tan
simple que incluso resulta difícil explicar su uso; suele ocurrir con
quien entra por primera vez al Twitter y pregunta para qué sirve, cómo
funciona y qué sentido tiene, lo mismo aplica para internet en general,
los blogs, las redes sociales. Incluso se decreta la caducidad de
algunas de estas herramientas, por ejemplo los blogs, ya no son lo de
hoy.

Esta cercanía con el desarrollo tecnológico, además de nublar la
memoria, suele jugar malas pasadas al momento de establecer los
criterios para una discusión sobre los derechos individuales y la
libertad, ahí está el caso de Yoani Sánchez, bloguera cubana que no
puede asistir a recibir un reconocimiento que le entregó la Escuela de
Periodismo de la Universidad de Columbia de Nueva York por el simple
hecho de que no puede salir de Cuba, no importa que la revista Time la
haya considerado en la lista de las 100 personas más influyentes del
mundo. Yoani no puede salir de su país. No sólo eso, en fechas
recientes, Yoani fue secuestrada junto con tres acompañantes para que
no asistiera a una marcha contra la violencia, fue golpeada y
amenazada, lo escribió así en su blog Generación Y
(http://www.desdecuba.com/generaciony/): “Nos dejaron tirados y
adoloridos en una calle de la Timba, una mujer se acercó ‘¿Qué les ha
pasado?’… ‘Un secuestro’, atiné a decir. Lloramos abrazados en medio de
la acera, pensaba en Teo, por dios, cómo voy a explicarle todos estos
morados. Cómo voy a decirle que vive en un país donde ocurre esto, cómo
voy a mirarlo y contarle que a su madre, por escribir un blog y poner
sus opiniones en kilobytes, la han violentado en plena calle. Cómo
describirle la cara despótica de quienes nos montaron a la fuerza en
aquel auto, el disfrute que se les notaba al pegarnos, al levantar mi
saya y arrastrarme semidesnuda hasta el auto. Logré ver, no obstante,
el grado de sobresalto de nuestros atacantes, el miedo a lo nuevo, a lo
que no pueden destruir porque no comprenden, el terror bravucón del que
sabe que tiene sus días contados”.

Me queda claro que Cuba es una dictadura, aunque ya alguien me
explicó que no entiendo nada con el tramposo argumento de la
repartición de la miseria, donde a todos les toca lo mismo o como
solían decirme en los tiempos que no había control remoto: pero todos
los cubanos desayunan un huevo diario.

También se me explicó que Yoani es una estrategia de los poderes
fácticos (especie de Liga de la Maldad que sirve para explicar
cualquier cosa) y que vivo engañado por la propaganda. No importa si no
considero a Cuba un país comunista y sí una dictadura, el argumento
final de quien me explica es que no quiero entender nada porque soy un
pequeño burgués.

No importa la aparente facilidad con que se pueda acceder a las
nuevas tecnologías, las explicaciones de quienes defienden a la
dictadura cubana sigue siendo las mismas, no hay argumentos, es una
cuestión de fe en la que se confunde un ideal desde la comodidad donde
basta asistir a la marcha y convocar a ella a través de los medios
electrónicos. Ni si quiera se trata de una discusión ideológica, no se
reduce a ser de izquierda o de derecha, es algo más simple: la libertad
de decir

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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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