Cinco minutos antes de que un comando militar cayera sobre la casa de la colonia Baja Season’s en la que varios hombres armados llevaban tres días de fiesta, un pitazo puso sobre aviso al narcotraficante Teodoro García Simental, conocido como El Teo o El Tres Letras: “Se están movilizando hacia allá varios camiones
del ejército”.
Vecinos de Baja Season’s, una colonia exclusiva de Tijuana, habían reportado que en la casa había música norteña, camionetas de lujo sin placas y entradas constantes de sexoservidoras. García Simental y treinta de sus allegados lograron salir del inmueble y escaparon por la playa. Pero uno de ellos se hallaba tan intoxicado que apenas se dio cuenta de lo que ocurrió. Cuando los militares lo tendieron con las manos en la nuca, sobre la arena de la playa, les dijo:
—No saben con quién se meten.Yo soy El Pozolero de El Teo.
Su verdadero nombre era Santiago Meza López. En un rancho del ejido Ojo de Agua había disuelto los cuerpos de trescientas personas en tambos de sosa cáustica. Fue presentado como uno de los veinte criminales más buscados por el FBI. El ejército lo exhibió ante los medios como un trofeo. Su historia fue consignada en diarios de todo el mundo: era un Drácula moderno, la nueva encarnación del Mal.
Al día siguiente de su detención, los reporteros de la fuente policiaca de la ciudad de Tijuana fueron llamados a presenciar la reconstrucción de los hechos. Recordó el periodista Luis Alonso Pérez:“Nos llevaron en tres camiones militares hasta el rancho del ejido Ojo de Agua en el que los cuerpos habían sido disueltos. El Pozolero iba en una Hummer, tapado con una cobija. Los militares lo bajaron de la camioneta, mientras los habitantes del ejido lo miraban asombrados. Lo llevaron al centro de la finca y le ordenaron que contara lo que había hecho”.
Un reporte de la PGR consigna el interrogatorio:
—¿A quienes deshacías aquí?
—No sé quiénes eran. A mí sólo me los daban.
—¿Los despedazabas?
—No, los echaba enteros en los tambos.
—¿Cuánto tardaban en deshacerse?
—Catorce o quince horas.
—¿Qué hacías con lo que quedaba?
—Lo enterraba.
—¿En dónde?
—Aquí —dijo El Pozolero, mientras apuntaba con los ojos al suelo.
Prosigue Luis Alonso Pérez: “Los reporteros de Tijuana nos hemos acostumbrado a todo, pero esto nos dejó petrificados. De algunos cuerpos sólo quedaban las uñas y los dientes. Lo peor es que El Pozolero se sentía inocente. Era un carnicero diciendo:‘Yo no mato a las reses, nomás las destazo’”.
En el rancho había varios agujeros cavados en la tierra, tambos industriales con residuos líquidos y una mesa de madera con diversos instrumentos de trabajo: guantes de carnaza, cuchillos para destazar, tijeras de carnicero y cucharas de albañil. Los restos de doscientas latas de cerveza se hallaban diseminadas por el terreno. El Pozolero solía refrescarse la garganta mientras preparaba sus guisos. Cuando caía la noche se metía en una habitación sin puertas y dormía tirado en el suelo, envuelto sólo con una cobija. Los seiscientos dólares que Teodoro García Simental le entregaba cada semana como pago por su labor no le permitieron nunca el lujo de comprarse un catre.
Meza López era conocido en el cártel de Tijuana como El Chago. Se había dedicado durante años a la elaboración de ladrillos. “Entré al crimen organizado por el lado de la construcción”, dijo. A principios de los años noventa fue reclutado por el miembro más violento de la mafia tijuanense: Ramón Arellano Félix.Tras la muerte de éste, ocurrida en 2002, quedó bajo las órdenes de Marco Antonio García Simental, El Cris, quien le encargó la desaparición de los primeros cuerpos. El Cris, hermano mayor de El Teo, era el encargado de la zona este de Tijuana: corría por su cuenta el secuestro de profesionistas y empresarios; dirigía los levantones y las ejecuciones de los traidores y los enemigos del cártel.
“Aprendí a hacer ‘pozole’ con una pierna de res, la cual puse en una cubeta, le eché un líquido y se deshizo. Comencé a hacer experimentos y me convertí en ‘pozolero’. Le agarré la movida y ése fue mi error. Le puse más interés y por eso me quedé”, declaró Meza López ante la SIEDO.
La PGR tenía reportes de su existencia desde 2005. Un secuestrador detenido en Mexicali, Regimiro Silva, asentó en la averiguación 3694/05/208: “Recibí instrucciones de El Cris para que yo y otro, de apodo El Flama, priváramos de la vida a tres personas por las que ya se había pedido rescate. Entre El Flama y yo les colocamos cinta adhesiva color canela en la cara para que dejaran de respirar y murieran por asfixia. Después, otra persona a la que conozco como Chago se llevó los cuerpos a un lugar que desconozco, pero me enteré que los hicieron ‘pozole’ utilizando unos tambos, los cuales se pegan uno encima de otro con soldadura, se agregan casi doscientos litros de agua y se vierten dos sacos de sosa cáustica. Luego se arroja el cuerpo humano, sin ropa de vestir, y después de permanecer aproximadamente catorce o quince horas que tarda el cuerpo en desintegrarse, pero no completo, sino que quedan restos óseos, es arrojado el ‘pozole’ al drenaje o en cerros”.
Un segundo secuestrador, Iván Aarón Loaiza Espinoza, había declarado en la misma averiguación: “Al llegar a Tijuana conocí a una persona de nombre Luis Romero Fierro, alias El Sombrero. Me invitó a trabajar para que le cuidara unas galleras pero con el tiempo me gané su confianza y me invitó para que le cuidara casas de seguridad en las cuales tenían personas secuestradas. Me llevó a un rancho conocido como Los Licuados, ya que en ese rancho ‘pozolean’ a las personas, desintegran los cuerpos de las personas secuestradas. Mi primera función fue la de ayudar a soldar los tambos, ya que se requiere de dos para que quepan los cuerpos completos”.
Durante cuatro años, la investigación quedó sepultada en los archivos de la PGR. Los vecinos del ejido Ojo de Agua veían llegar al rancho camionetas cerradas y pipas de agua. “Aquí hacemos gelatinas”, les decía Meza López, empuñando su cerveza. El olor de los cuerpos sumergidos en ácido se perdía bajo la peste emanada por un criadero de chivos cercano. Cuando la foto de El Pozolero bañó la primera plana de los diarios, un escritor tijuanense escribió: “Esto no es inseguridad, sino algo distinto. Algo que tendría que recibir otro nombre, porque es más terrorífico”.
Mucho tiempo después, no se ha inventado el nombre que describa los montecillos de tierra que descansan junto a las fosas sembradas de huesos y dientes. De uñas y dientes.
EL GUAYCURA
En agosto de 2006, la detención de El Tigrillo, el menor de los hermanos Arellano Félix, provocó un reacomodo en la estructura del cártel de Tijuana. El Tigrillo había sido delatado cuando emprendía un viaje de descanso a bordo del yate Doc Holiday. Lo acompañaban dos figuras encargadas de su seguridad, que al mismo tiempo eran cabecillas de los sicarios del grupo:Arturo Villarreal, El Nalgón, y Marco Fernández, El Cotorro.Aunque se dijo que la detención era producto de un trabajo de catorce meses, la DEA le pagó a un informante una recompensa de cinco millones de dólares. Un tribunal estadounidense condenó al heredero de los Arellano a cadena perpetua.
Para el grupo de Tijuana, el golpe fue demoledor. No sólo porque El Tigrillo era el último emblema de un cártel cuya violencia y poder corruptor había convertido a los Arellano en dueños absolutos de la frontera noroeste, sino porque la caída de El Nalgón y El Cotorro privaba a la organización de los hombres que manejaban la estructura operativa. Para que la desgracia fuera completa, El Tigrillo fue el primer Arellano que aceptó públicamente su vinculación con el narcotráfico. Lo aniquiló la idea de pasar el resto de su vida en prisión: “Quisiera pedir perdón a todas aquellas personas, en ambos lados de la frontera, a quienes he afectado con mis decisiones equivocadas y conducta criminal. Por favor perdónenme”, escribió en una carta dirigida al juez que lo sentenció.
La sucesión recayó en Fernando Sánchez Arellano, alias El Ingeniero, un sobrino de los líderes históricos cuyo liderazgo fue cuestionado por varios miembros de la organización. Aunque lo asesoraban de cerca otros dos miembros del clan, sus tíos Enedina y Eduardo Arellano Félix, esta asesoría familiar se truncó de golpe el 26 de octubre de 2008, cuando agentes de la PFP y la DEA irrumpieron en el domicilio de Eduardo Arellano, el tío de El Ingeniero. El hombre se entregó sin disparar un solo tiro, aunque debido a “un exceso de adrenalina” los agentes barrieron con ráfagas de metralleta la fachada de su casa.
Enedina Arellano se había refugiado del otro lado de la frontera. Se decía que orquestaba al grupo criminal desde residencias ubicadas en Beverly Hills, en Los Ángeles, y la ciudad de Poway, en el condado de San Diego. Fernando Sánchez Arellano también huyó de la entidad, en tanto recomponía sus fuerzas.
Para no perder el control de la plaza —el trasiego de drogas, el tráfico de personas, la venta de autos robados, los asaltos de alto impacto, la administración de máquinas tragamonedas, la prostitución, las apuestas, el juego clandestino y la “piratería”—formó veinticinco células compuestas por veinte sicarios cada una. Se rodeó, también, de sanguinarios lugartenientes. Algunos habían servido bajo las órdenes de Ramón. Otros fueron reclutados entre pandilleros y adictos. Según el semanario Zeta, ni siquiera cuando Ramón Arellano dirigió el brazo armado del cártel se habían vivido épocas tan cruentas como las que sobrevinieron cuando El Ingeniero tomó el mando.
Teodoro García Simental, El Teo o El Tres Letras, fue ratificado al frente de uno de los grupos más violentos.
En 1994, El Teo había llegado al cártel como guardaespaldas personal de Ramón Arellano. Durante una década turbulenta se codeó con los asesinos más crueles de Tijuana: psicópatas como Fabián Martínez, El Tiburón, y José Humberto Rodríguez Bañuelos, La Rana. Bajo el liderazgo de El Tigrillo se inició en el cobro de cuentas. A partir de 2004 se le achacaron algunas de las ejecuciones más aparatosas. Fue señalado como autor de asaltos a casas de cambio, tiendas de autoservicio y camionetas de valores. Secuestraba a empresarios, dirigía el robo de autos y cobraba derecho de paso entre los traficantes de indocumentados.
El poder que acumuló en poco tiempo le permitió violar, de modo sistemático, las reglas impuestas por El Ingeniero: se limitaba a enviar su cuota al líder del cártel, pero “llegó el momento en que ya ni el teléfono le contestaba”.
El 25 de abril de 2007, El Tres Letras fue llamado a cuentas. Fernando Sánchez Arellano le exigió una reunión para discutir los secuestros “no autorizados” que su grupo estaba cometiendo. Según una investigación del semanario Zeta, esa noche los teléfonos de la policía sonaron con insistencia: los agentes fueron advertidos de que debían mantenerse lejos de la calle:“El asunto se va a poner feo”. Los gatilleros de ambos grupos fueron requeridos por radio. Recibieron la orden de concentrarse, porque iban a escoltar “a un jefe”. Había llegado la noche del viernes y la mayor parte de los sicarios (algunos de ellos, policías municipales y ministeriales) estaban “enfiestados”: la coca les salía por los poros.
La cita fue concertada en la madrugada, en el paseo conocido como el Guaycura. Veintidós vehículos con hombres armados hasta los dientes se presentaron en el sitio. La policía había desaparecido de las calles. No sólo la municipal: también “se abrieron de la zona” las patrullas de las policías federal y estatal.
El Ingeniero envió como avanzada a un lugarteniente, El 7-7. Éste le informó por radio que El Teo no había acudido a la cita. En los autos sólo había personajes de segunda línea:“Puros claves R”, dijo El 7-7,“dicen que traen la orden de recibir el recado”.
“Acaben con ellos”, ordenó Sánchez Arellano.
El 7-7 le disparó en la cara a Alfredo Delgadillo Solís, conocido como La Máquina. Se desató una cruenta balacera que dejó quince muertos y veintidós heridos. Mil quinientos cartuchos fueron quemados. Uno de los primeros en ser tocados por las balas fue El 7-7. La guerra que se decretó esa noche dejó en Baja California dos mil doscientos noventa y cinco muertos entre 2007 y 2009. En ese lapso, mil setecientas noventa ejecuciones se registraron en calles de Tijuana. La ciudad fue considerada como la tercera más violenta de México después de Culiacán y Ciudad Juárez.
“Existen indicios de que Teodoro García Simental se pasó al cártel de Sinaloa y está operando para la organización de El Chapo Guzmán, que desde hace años ha intentado infiltrarse en Tijuana”, declaró el delegado de la PGR, Martín Rubio Millán.
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La colina de El Pozolero es un capítulo del libro de Héctor de Mauleón: Marca de Sangre, Temas de hoy, 2010. La segunda parte se publicará en la edición de mañana.