Colaboración oracular - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Dominar el arte de la sibila de Cumas, el oráculo de Delfos o Nostradamus es más fácil de lo que parece. Basta leer con asiduidad y atención los periódicos, el futuro saltará a la vista. La precisión de los pronósticos aumentará con la práctica; sin embargo, es posible hacer atinadas predicciones casi de inmediato. Simplemente tome una nota, cambie los verbos en presente o pasado a futuro, y agregue algo como “el próximo año”, voilà. Si el periódico dice, por ejemplo, “hay emergencia en Veracruz por inundaciones”, escriba usted “en un año habrá emergencia en Veracruz por inundaciones”. Cuando un artículo cuente que “el partido perdedor asegura que hubo coacción del voto, mientras el partido ganador dice que el triunfo es de los ciudadanos”, lance “en las próximas elecciones, el partido que pierda asegurará que hubo coacción del voto, mientras que el partido ganador dirá que el triunfo es de los ciudadanos”. El método es casi infalible. Podrá usted pronosticar que el futbolista entrevistado —cualquiera, de cualquier equipo, en cualquier momento— declarará que en la cancha son once contra once, que el equipo contrario tiene jugadores explosivos, y que jugarán cada juego como una final.
“El Cisne” era el negocio de mi abuelo. Era una tienda pequeña e impactante de la calle Juárez: binoculares, navajas, botes de plástico, lupas y, como reza ahora cualquier marquesina, “algo más”. Además de los juguetes que me regaló y la puerta a los túneles de Juan Chávez, el recuerdo más vívido que guardo son las perlas de experiencia con que decoraba su conversación. Para los comerciantes del centro no había engaño desconocido, la inventiva de los estafadores es amplia, pero no infinita. Entre las trampas de las que más había escuchado mi abuelo estaba la del paquete de billetes. El estafador se acercaba a la víctima, le hacía ver un supuesto paquete de billetes y lo enganchaba en una discusión sobre quién tenía derecho a quedárselo; un cómplice, que hacía las veces de tercero en discordia, fingía sabiduría salomónica y otorgaba el derecho de quedarse con el dinero a la víctima, no sin aconsejarle que diera algo de dinero al perdedor del juicio. El incauto tomaba de su propia cartera, se regodeaba en su generosidad y se convertía en poseedor de un paquete  de recortes de periódico. Por supuesto había variantes, todos los dueños de negocio en el centro sabían de ellas: 1. eran dólares y el estafador fingía prisa por irse, así que pedía pesos a la víctima a cambio de ceder su parte —los dólares resultaban falsos, claro—; 2. el estafador tenía un cheque que no podía cambiar por no contar con identificación, así que se lo vendía a la víctima —el cheque no tenía fondos—; 3. el estafador decía tener mucho dinero para donar pero no saber a quién, así que le pedía a la víctima que se encargara de realizar la donación y le solicitaba una muestra de honestidad —o sea, dinero— ¡a cambio de darle el dinero!, etc. Esto, repito, lo sabían todos los comerciantes, y, destaco, lo sabían hace más de treinta años.
El anuncio se parece mucho al que Felipe Montero lee al inicio de Aura, de Carlos Fuentes. Parece dirigido a ti. Se solicita persona de sexo indistinto —aunque supones que el tuyo es plenamente distinguible—, que busque mucho dinero, poco trabajo y horario flexible, que tenga poca o nula experiencia. Sólo falta tu nombre. Parece que tiene que ver con ventas, o servicios, o algo así. Y es mucho dinero. No requieres trabajo, requieres dinero, así que el anuncio te convence, acudes al sitio. Es una casa casi vacía, sólo hay una suerte de escenario y varias filas de sillas ocupadas por otros como tú, gente que busca dinero… y trabajo. Aun no sabes cuál será tu labor. Un hombre sale al escenario, pregunta por tu motivación —y la de tus vecinos de silla, futuros compañeros de trabajo, supones—, lanza arengas que incendian tu orgullo, te llama vencedor, te convence de que lo eres. Llegas al paroxismo, éste es tu lugar. Sin embargo, sigues sin saber bien en qué consiste el trabajo, no lo han dicho. La sesión se prolonga, ahora una señora habla, sólo escuchas que ganarás miles de pesos, que es tan fácil, que llegarás a ser categoría rubí, jade o diamante. Te dice que Kalimba o Sarah Bustani hicieron su fortuna aquí. De pronto, sabes que para conseguirlo todo sólo tienes que aportar una cuota irrisoria, que se cuadruplicará cuando logres que otros amigos se unan al negocio. Mejor aún, si ellos también traen a sus amigos, tú seguirás ganando. Por desgracia, la señora no es ni la mitad de guapa que Aura, eres víctima de un fraude del tipo “pirámide”, y esto no es literatura.
Los directores generales han tomado una decisión unánime, regalarán a su jefe el gadget del momento. El aparatejo no es barato, pero dividido entre los directores, el costo se desvanece; además, después del Secretario, ellos son los que más ganan en la institución. Los directores de área no pueden quedarse atrás, cada director general recibe su propio trique de vanguardia, igualito al que ellos regalaron al Secretario. Los jefes de departamento lo piensan un poco más, ganan mucho menos, sin embargo, saben que deben hacer un esfuerzo, el director de área se lo merece. Y ahí termina, los empleados de menor rango saben que el jefe de departamento se conformará con unos calcetines de regalo y tendrá que ser él mismo quien se financie la codiciada herramienta. Desde luego, los de abajo jamás podrían comprarse el famoso dispositivo con los sueldos que reciben; la sola adquisición de los calcetines ha implicado una total reorganización de las finanzas familiares. El sistema parece funcionar a la perfección: el trabajador con mayor sueldo no ha gastado ni un peso para obtener su artefacto; los que le siguen en la escala de ingresos, gastaron un poco y también obtuvieron uno; más abajo, donde el ingreso es menor, el gasto es mucho mayor; finalmente los jefes de departamento no sólo compraron su propio gadget sino que contribuyeron para el de alguien más —para fines prácticos, les salió ligeramente arriba del precio de venta—. Los últimos de la escala sólo sacrificaron parte de sus insacrificables sueldos en comprarle ropa interior a quien ni su pariente es. Aquí ni fraude hay, todos flojitos y cooperando.
—¡Oh dulce oráculo de Zeus!, ¿qué nos depara el próximo año?
—Inundaciones en Veracruz y Tabasco. Calores récord en Chihuahua. Ejecuciones en muchos estados del país. Elecciones amañadas. El triunfo de la ciudadanía. Juegos de futbol de once contra once en la cancha. Una y otra y otra víctima de los paqueros. Otra y otra y otra víctima de las pirámides, fraudulentas o voluntarias. Y seguramente, algún par de buenas cosas que harán que valga la pena seguir quejándonos. n

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