Soy reportero y cronista.
Y lo seré hasta el último de mis días
En las entrañas del poder (y nada será como antes), fue el libro que en enero de 1995 publicó el recién fallecido periodista Fidel Samaniego Reyes, bajo el sello de Rayuela Editores. En 620 páginas retrató al sexenio salinista con la ventaja de estar cerca del poder, con la astucia del reportero que se mete a donde no lo llaman y con el oficio de cronista que desarrolló por años de ejercerlo en El Universal, diario en el que por cierto en los últimos años ya no pesaba igual.
El pasado viernes 6 de agosto, la muerte sorprendió a Samaniego en la ciudad de Veracruz, cuando contaba con 57 años y un corazón que le falló a pleno nivel del mar.
Junto con Joaquín López Dóriga, eran los periodistas de medios impresos consentidos del sexenio de 1988 a 1994; uno en el hoy desaparecido El Heraldo de México, el otro en El Universal, al que le llamaba su cuna y su casa, hogar que en la edición de ayer (sábado 6 de agosto) sólo le dedicó en su página 6, una nota sobre su desaparición, nada en portada del otrora orgullo del medio; aunque sí hubo las esquelas obligadas, las de los gobiernos de los estados (por cierto que no había alguna de Aguascalientes) y las de los amigos.
En 1997, Fidel Samaniego abandonó su casa y emigró al periódico Crónica, de entonces reciente aparición, luego de varios años, regresó a El Universal en donde ya no ocupó el lugar que durante años lidereó.
De confianza con Fidel, era el título del blog que la versión electrónica de El Universal compartía el cronista narigón (como se llamaba a sí mismo) con la red de redes; blog al que se negaba a escribir en un inicio, de éste, llama la atención su último post: ¡A vacacionaaar!, del pasado 4 de agosto y en donde reseña su primer viaje al mar, en su infancia, justo en el tres veces heroico puerto de Veracruz, hoy propiedad del otro Fidel (Herrera Beltrán).
Pero llama más la atención sus llamados a la muerte. En su mensaje de las 17:10 de ese miércoles 4, escribió en su blog. “Acabé el libro (se refiere a El Cartero de Pablo Neruda). Me conmovió el final, sobre todo por los días después de terminarlo, murió físicamente Neruda”. Habría empezado la lectura de la novela de Porfirio Díaz (Pobre Patria Mía, de reciente aparición).
Más tarde, a las 21:27 habría escrito desde el puerto: “Me conmueve el final de las memorias, el final de su narración manifiesta su dolor por lo ocurrido en su país, cuenta de la estrategia de la derecha para propagar el miedo, agresiva, terrible en sus insultos, y días después fallece”.
Al final, me sorprendió la muerte de Samaniego, el desprecio de su medio, el olvido del gremio más preocupado por marchar que por acompañar, la tristeza de los suyos (que recordaron en su funeral sus deseos frustados de ser torero y reales ser reportero hasta el último de sus días… me quedo con su frase típica: “Viernes, que te quiero viernes” y la necesidad que contar con más cronistas, aunque dicten sus notas por teléfono, pero comprometidos con el oficio.
Me quedo finalmente con sus últimas páginas de su único libro: “…La despidió en silencio. Ellos que ya no están, ellos que en algún lugar volvieron a tomar sus manos. Lo que se ve, lo que se escucha, lo que se sufre, lo que se llora. Las crónicas. Los recuerdos. Las imágenes. Las voces. Así no era”, y efectivamente así no era.