Puyazos - LJA Aguascalientes
26/11/2024

 Para cuando esta hoja esté circulando y haya llegado al amable lector, ya habrá debutado con dos novillos gordos en el coso Santa María de la encantadora ciudad de Querétaro, ese inclasificable jinete llamado Diego y apellidado Ventura. El centauro lusitano tuvo una tarde brillante al haber sido ovacionado en el del debut y al cortar el rabo a su segundo posterior a una labor que emocionó a los reunidos en los escaños del tauro escenario.





Algo deja claro este inicio de campaña americana, la primera en la biografía del rejoneador estupendo, que no sólo en el toreo a pie Europa oscila muy por encima de México en asuntos taurinos, si no también en el toreo a caballo. 

Ayer fue el “Juan Belmonte de la lidia a horcajadas”, Pablo Hermoso de Mendoza, quien impactó tremendamente al público mexicano, hoy es Ventura el que tiene la oportunidad de hacer lo propio.

Aquel entregó una temporada, su primera, de triunfos legítimos, esplendorosos, de toreo con una dimensión no conocida antes. Sus caballerías, cuacos enteros todos, galoparon por las arenas como pegasos rompiendo los aires con una suficiencia y valentía que cautivaron a neófitos y conocedores del público que suele ir a los cosos, incluso el título del jinete navarro no encontró fronteras y penetró a tierras muy lejanas de las mojoneras taurinas. Miles, jalados por su nombre, fueron por vez primera a una corrida y después se volvieron a alejar para nunca volver más; habían cumplido el específico objetivo de ser testigos del paso por el mundo de tan desmesurado centauro. 

Con De Mendoza los dominios de tierra del toro y del caballo se acercaron, más aún, se fundieron en una misma matemática; antes de él nadie había toreado tan cerca y tan templado. Si el rejoneo se entendía como el ejercicio jineteril de burlar las embestidas del toro y en el encuentro, alejado de la orbita de éste, clavarle hierros de distinta medida, luego apretar el galope para exaltar las facultades físico atléticas del equino, todo ello en modos de reminiscencia ancestral heredada de los viejos guerreros visigodos, con el de Estella cobró distintas fuerzas; el instante de lancear –entiéndase encajar fierros- fue estrechado y como consecuencia ese momento cobró mayor importancia en base a su mayor durabilidad, o por lo menos ese efecto óptico daba. Pero antes de clavar se dibujaba un juego con gracia y arte. Era la oportunidad de ornamentar el quehacer todo. Sin la ayuda de las infanterías, cosa de la que abusaban los rejoneadores mexicanos de los ochentas, el burel quedaba en suerte, bien colocado digo; y posteriormente venía el espacio en el que se le dio importancia al caballo ya que al cite, fuera de corto, de largo o media distancia y dando el encuentro de la caballería le seguían los tres tiempos bien marcados. Y como orgasmo llegaba la variedad tremenda de suertes y maneras de torear, fuera a la grupa, estribo o por derecho, de frente.

También se comenzaron a concebir y enjuiciar las suertes de a caballo con los criterios y conceptos con que se juzgan a las de a pie. Se reveló que se  puede parar, templar y mandar a caballo. Aquel galope de costado con los toros prendidos a la grupa y los cambios por dentro, enloquecieron en los grandes foros. Sus garañones “iban en la mano”, es decir, realizaban los ejercicios que les mandaba su amo según la madurez de boca, y no por memoria o rutina; resumido,  presenta caballos con una rienda total, (doma dicen con razón en España y otros sitios de caballeros), eso sí, -y de ello soy testigo- muchas veces con frenos bastante “bravos”. Sí que también equilibró sus labores ya que nunca se le han observado equinos con los costados sangrantes por el castigo excesivo y maldito de las espuelas. 

De jacas rabiosas, nada. 


Su postura al estar montado, ni que se diga o cuestione, su tronco erguido y el sutil sesgo de sus piernas son sólo equiparables a los modos de un Iturbide o unos Gustavo, Mariano y Alejandro Pedrero. 

Ya consolidado, fuera de su primera imagen de novedad, le devolvió la categoría al toreo a caballo. 

Pero Dios guarde la hora cuando se manifestó el otro Pablo, el de las ventajas y vicios, el de las burlas a la fiesta mexicana y el de las tardes del toreo al público después de balleneros hierros que mermaban a los ya de por sí novillotes mansos mensos a los que agarraba de clavijeros. Igual que sus coterráneos de a pie. 

Dios guarde la hora cuando apareció en escena el Pablo comodino, que contaminado de él por las facilidades que le daban los empresarios empinados, se olvidó de la dignidad y moral de un caballero y se cansó de entrenar a los ejemplares para formar sus nuevas cuadras. Pero más, por aquello que fuese válida la acción, sufrió la metamorfosis de estrella a camandulero e inverecundo para, en los pueblitos de mínimas o nulas exigencias, arriesgar lo menos o la nada y ganar lo más, léase dólares a montones. 

Por Dios… ¡Que no suceda lo mismo con Ventura!…

 

 


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