Hacer charrería con la pasta del libro de códigos bajada, es darle oportunidad a la misma de manifestarse en distinta expresión, que si de mayor espontaneidad, no en mueca de agresión hacia las normas que más que escritas en un reglamento, vivas están en la moral de los charros de cepa.
Esto fue lo que sucedió en la entraña del “Coloso de los Altos”, lienzo charro Santa María de Lagos de Moreno, Jalisco, La “Puerta de Oro” de la región alteña el pasado domingo 21 del revolucionario mes que se está recorriendo en el calendario.
Bajo el entendimiento que tiene del arte de charrear la familia Antuñano, se desahogó una “competencia” de exhibición en halago de un popular partido político.
Llegadas las manecillas del señor tiempo a las cuatro de la tarde más media hora, se hizo un entretejido de disposiciones, y esa virtud charra con un matiz formidable desembocó en una serie de escenas como para modelos de cromos del pincel más exquisito y sentimental.
Abrió la compuerta una cala bajo la mandona siniestra de Sergio Antuñano; empostados los aficionados en la manga del lienzo, así mismo, encajado el corcel sobre la carpeta de arena, el adolescente del mismo apelativo, vástago del señor Óscar, desdobló el brazo e hizo ondularse a la reata que en milagrería y respondiendo a la fricción de la cabeza de la silla, aromatizó aquel ambiente con el olor que únicamente embriaga a los que de estas faenas saben.
Claro, luego llegó una sesión de coleadas; orquetado sobre “Brote”, estupendo equino criollo chileno, Alejandro Pedrero, “El Centauro de Lagos de Moreno” se desprendió del partidero y provocó la imagen ancestral de los que a campo abierto, sin mojoneras y por gusto derribaban novillos cerreros; así mismo otros tres o cuatro “quijotes” que por su puesto no desafinaron.
Posteriormente se emparejaron las enromes hojas metálicas y lo venidero quedó comprendido en el anillo. Hasta un par de jineteadas a otro tanto de torazos imponentes quemados con el hierro emblemático de la herradura con vértices, el de los Pedrero, quemaron el ambiente y encendieron el ánimo de los presentes. Con ágil, y no por ello menos adornada en floreo, terna se le respetó la cronología a la exhibición. A la testa, nuevamente el maestro Alejandro Pedrero, a las patas Alejandro Martínez. Yeguas brutas aparecieron por tal puerta de cajón y los jinetes soportaron la respuesta de reparos. A cada faena, la monotonía hallábase más lejos del respetable y los números charros crecían en arte y emoción. En la reina de las suertes, un par de oportunidades aprovechó Martínez, “El Pestañas”, un joven que para fortuna de él y de la charrería se ha preocupado no solo en el efectivísmo si no de la profundidad y estética de las suertes.
Para las de a caballo se apersonó por tercera ocasión Alejandro Pedrero
pero, dimensionando el perfil de charraeada de exhibición, emuló y evocó a Don Aquilino Aguilar con una Mangana del Centenario, cuadro que enloqueció a la concurrencia. Hoy
pocos se atreven a interpretar semejante modo de manganear.
Para postinera penúltima parte de la presentación, Pedrero, Martínez y otros maravillosos polluelos aspirantes a gallones, sacaron de sus entrañas toda la savia charro-artística en el floreo de reata; así a pie como parados en los dorsos de sus respectivos equinos o montados, llenaron el espacio con mil evoluciones, giros, cambios, crinolinas, contras, resortes, canastas, etcétera, tal como solo puede hacerlo en todo el planeta
el ¡charro mexicano!
Una vez firmada la especial foja con el paso de la muerte, antes de bajar el telón apareció la nueva “escaramuza india”; un ramillete de encantadoras niñas que montadas en pelo hacen ejercicios dignos de verse. Con apenas seis meses aproximadamente de haberse formado, han encontrado el camino que quizás les lleve a la fama. Merece el recordar que el concepto de la “escaramuza india” fue una idea original del viejo maestro don Samuel Antuñano, y hoy, a ya muchos años de que la primera escaramuza ganara coronas de gloria en muchos lienzos de la república, esta, la de hogaño resulta una extensión de la de antaño y un merecido homenaje viviente y permanente a Don Samuel.
Qué ¿Cuánto duró la presentación?, tal vez hora y media.
De lo bueno, si poco, dos veces bueno, y de lo malo, si breve… no tan malo…