Una desagradecida organización fue con la que le correspondieron al monstruosamente publicitado domo de la capital tunera, San Luis Potosí en la fecha de su inauguración; sí, apenas el sábado por la noche, acabada quizás al mediar las horas oscuras del planeta.
Existen valores en el humano que no son materia. Viven, palpitan, manifiestan su energía muy lejos del cemento, bloques, hierros de balconería, vidrios y la cantidad que se quiera de estilizadas piezas prefabricadas para la construcción. Indistintamente esos valores estarían en el más lujoso y elegante palacio que en la más sencilla y humilde choza. Sin embargo el golpe del primer pensamiento lleva a decidir que en un palacio se serviría el manjar más lujoso y no un simple platillo de la comida más común y de subsistencia.
Hay sepulcros blanqueados.
Hoy lamento que las diligencias reales de ayer en el domo, Centro de Espectáculos, según el enunciado que oficialmente se usa ya para referirse a ese inmueble que de sí nada propone a lo tradicionalmente taurino como ente arquitectónico, no correspondieron a la ostentación y derroche económico que se realizó para izarlo sobre la piel urbana de la bella ciudad de San Luis, ni a la campaña gigantesca que se hizo en publicitarlo.
Y la prensa mexicana, poco o nada cotizada está, no ha adquirido el valor de la vergüenza, la virtud esa de intuir y manifestar sobre sus distintos campos (prensa, radio, televisión) la realidad y su derecho a la expresión no condicionada. Por bien poco, el dinero que intermedie entre la compra-venta de publicidad deshonesta, los llamados mejores cronistas de México, -más bien, escrito cabalmente, lo que hay ahora de menos mala calidad… o a los únicos que les dan la fortuna de empuñar un micrófono-, se desgañitaron en aludonas oraciones engrandeciendo lo fraudulento, otros incluso hasta por el miserable pase al callejón aluzaron y endulzaron con verbos y palabras escritas lo estético que vieron en el nuevo templete de arena que será otro sitio, quizás según el inicio de su palmarés, para las burlas taurinas, y callaron la pobre categoría del ganado lidiado, así en presencia como en casta, seguramente impuesto por el abusivo modoso de Chiva. Ello, pese a que para garantizar la alaraqueada libertad de expresión, en palabras de Chente el de Guanajuato con antecedentes sanguíneos extranjeros, únicamente el municipio debería de controlar total, absoluta y rotundamente los accesos de la prensa.
¡Qué alejados están los medios especializados en el tema taurómaco de crear criterios en el público! Tan lejos como su miope vista e ignorancia hacia la pirámide de valores y ética que en cualquier profesión, actividad u oficio humano debe reinar.
Salió al ruedo nuevo una novena de sabandijas –dicho sea con el respeto a la Ciencia Zootécnica, en halago de que de cualquier manera fueron rumiantes, bovinos, cuadrúpedos y ungulados para específicas señas-, contándose el obsequio del “Cejas”, que no corresponderían a ninguna persona que se precie de criar ganado bravo, de lidia. Y aún más; así, con tan ensordecedoras pruebas de fraudes y mitos dañosos, hay quienes se atreven a escribir en medios masivos que el toro mexicano es el mejor del mundo… para en ese modo, en su caso, dar coba y ganar superficiales preferencias; las gracias de la amistad apócrifa, como apócrifa es la idea farisea esa sobre las reses de lidia mexicanas, de quienes los crían.
Hubo estética en los trasteos de Ponce, Castella y Sánchez. Estilismo en uno, clase y mando en otro y largueza, sabor en el nuevo matador mexicano. Sí, este sobre todo recalcó el carácter que posee para ocupar un escaño de mucha importancia en la fiesta, ojalá que mundial.
Pero todo eso, lo que pasó en el Domo potosino, y lo que el amable lector quiera agregar, adoleció de la cara dramática, estrujante, heroica y que proponga y sugiera la diferencia de su investidura profesional contra lo simple y cotidiano. La que debe tener la fiesta brava. Y este valor agregado lo da solamente el toro, que no el apócrifo, y su casta, que no su nobleza que raya en mansedumbre.
Hace siglos los locales de la gran Tenochtitlán, muy a pesar de su espíritu tradicionalmente guerrero, se pusieron a temblar con la llegad del “dios barbado que retornaba por sus fueros”; y ese dios, al que luego desnudaron para darse cuenta de que en realidad se trataba de hombre hecho con material idéntico al de ellos, es decir, carne y hueso, impuso su criterio, religión, política, costumbres, ideas, doctrina y un rosario de acciones según su entendimiento de la vida, todo o mucho sobre la “licencia” que otorgaba inconscientemente la ignorancia de los dominados, lo que da al desembocar una palabra: ABUSO.
Aunque bien comprobaron que esos seres “mitad hombre, mitad bestia” eran finalmente hombres, simplemente eso, hombres, se les olvidó, y ese olvido, entre sus brumas de formatos mitómanos, se convirtió en complejo, y ese olvido o complejo nos ha llegado como herencia.
Hoy, pasados siglos, los seguimos viendo como deidades que llegan de otros planetas muy superiores al nuestro.
Helos ahí, -ahora, hoy mismo, “empresarios”, “ganaderos”, “periodistas”- empinados, lamentablemente.