Ya el calendario arrancó de su cuerpo de hojas la correspondiente al día 22; fue este domingo, fecha que el destino tenía escrito que bajara biológicamente el telón de la vida de uno de los más reconocidos toreros de a caballo, Don Gabriel Meléndez “La Coca Cola”; hombre de toros y piquero estupendo que empuñó las varas en innumerables círculos del planeta de la fiesta brava como “escudero” de muchas figuras nacionales y extranjeras.
Los hijos de la madre tauromaquia mexicana no han entendido la gran pérdida que ha sufrido. No se ha visto aún la dimensión de este ser de castoreño que dejó una herencia de valía única en la historia del toreo. Este parco trabajo tiene como objetivo básico el de dar un homenaje al álgido jinete y de proponer a las generaciones de aficionados de recién modelado la dimensión de su trabajo en la lidia de las reses de casta.
Hoy en materia, Don Gabriel sólo es una lápida de un camposanto de San Luis Potosí, su tierra y la de la dinastía a la que perteneció. Pero una parte de su aportación, su mente taurina, su entendimiento y concepto de la fiesta la dejó con un cúmulo de hechos y en palabras capturadas en cinta magnética a modo de una entrevista que concedió al que esta plana firma en algún pasillo romántico de la plaza de toros Monumental el Paseo Fermín Rivera el 22 de diciembre del 2001. La entrego ahora en papel y tinta a los amables lectores:
SMCR.- ¿Por qué ser picador de toros en la vida?
GM.- En esta plaza de toros en que viví cuando era niño; por el año 1938 la cuidábamos. Cuando la vendieron los señores Labastida a Don Joaquín Guerra seguimos en ella y me acomedía a hacer de todo como barrer, acomodar y andar en el ambiente. Pronto empecé a ver torear. Antes daban muchas corridas de toros y de aquello me nació ser torero. Un día me invitó Don Manuel Labastida, que era dueño de la plaza y de la ganadería de Santo Domingo, precisamente a la ganadería pues me preguntó que si quería ser torero, a lo que yo respondí con un sí. Ahí vas a torear una becerra. Yo creo que estuve tan mal que me dijo: -Tú no sirves para ser torero, ¿Por qué no te haces picador?, montas a caballo y algo de experiencia cuantas en ello. Y sí, pues yo tenía un tío al que le ayudaba a arrendar caballos; yo estaba delgadito y montaba los potrillos para que no se hicieran pandos, era casi un niño. Y así fue, continué montando a caballo pero ya con la apertura de Don Manuel que me dijo: -Cuando quieras vienes a entrenar aquí. A los 14 años agarré más experiencia y fue cuando definitivamente decidí ser picador. Comencé a picar en Santo Domingo en donde también picaba un famoso maestro, Don Juan Aguirre, “Conejo Chico”, que para mí fue un ejemplo y al que mucho le aprendí. Él todavía fue de los que picaron sin peto. No debo olvidar tampoco al “Güero Guadalupe” que también muchos consejos me dio. Seguramente les caí bien y yo aproveché todas sus lecciones.
SMCR.- La legendaria y charra faena de arrendar caballos es difícil; para ser buen picador primero hay que ser buen jinete; estrictamente como tal ¿Cree usted que ese quehacer le forjó?
GM.- Sí, porque lo primero que ejercité fue el equilibrarme en los estribos y a acostumbrar las piernas, saber montar a caballo antes que todo; como yo montaba siendo un niño, todo lo aprendí muy bien. Luego comencé a picar en los pueblitos, ya que anteriormente había muchas novilladas con picadores y los muchachos que actuaban nos llevaban y nosotros íbamos al igual que ellos, como maletillas. Después de un tiempo hice una solicitud a la Unión para poder actuar en corridas de toros y en novilladas formales; en la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros nos exigían treinta carteles en los que habíamos actuado firmados por otros picadores que también habían intervenido, para avalar que eran ciertas las actuaciones. Luego me examinaron en San Luis Potosí el 20 de noviembre de 1951, fue mi padrino Joaquín Rodríguez “Cagancho” y completaron el cartel “Calesero”, Mario Sevilla y Ruiz Solano con un corridón de La Punta. Durante dos años no te dejaban picar en la Plaza México para que continuaras por el interior haciendo méritos. Pasado ese tiempo tuve la oportunidad de actuar por vez primera en la México con la cuadrilla del “Calesero”, que fue con quien primero me coloqué como profesional. Cuando acabó la corrida me dijo: -!Usted va a ser muy buen picador muchacho¡ yo sólo le contesté: -Ojalá señor. Anduve con él buen tiempo, le gustaba mucho como sangraba los toros. Luego me empezó a solicitar casi toda la torería mexicana y varios españoles inclusive; venían desde allá con la consigna de buscarme en la Unión y bajo el apodo de la “Coca Cola”, pues me identificaba así todo mundo. Eso me dio la oportunidad de salir con Jaime Ostos, “Curro” Romero, Antoñete, El Soro entre otros muchos que me buscaron. De los mexicanos anduve igual, con muchos; con Manolo Martínez cabalgué seis años, estuve en la confirmación de su alternativa en Madrid el 22 de mayo de 1970; durante ese tiempo tuve la oportunidad de ir a Ecuador en donde un toro me fracturó una pierna; cuando me recuperé me dijo Manolo: -Ya vente a la cuadrilla otra vez. Pero yo le contesté: -No matador, no puedo ya andar con usted. Manolo admirado me replicó: -¿Porqué, que tiene? A lo que yo le expliqué: -No me siento ya con confianza, usted es una figura del toreo y quiere que le piquen los toros como yo más o menos sé, y a lo mejor no puedo y está mal que de una mala corrida me vaya a echar la culpa. Y ahí quedó, pero como amigos, de todos modos. Debo recordar que antes de esto fui a España con Alfredo Leal.