- La tercia cortó siete orejas de escaso valor neto en la décima corrida de Feria
La dehesa jalisciense de Corlomé ha sido lo mejor de lo apreciado ayer en la décima corrida del serial sanmarqueño. Sus titulares desembarcaron seis toros de los cuales tres presumieron excelente presencia y tres de menor trapío; sin embargo englobado el encierro, resultó formidable, encastado y presto para el torero de savia, mismo que nunca llegó por la incapacidad de la tercia anunciada. Los seis astados atacaron con bravura ejemplar a las murallas de los jinetes, y en el tercio muletero brillaron los cuatro primeros. Los despojos del soltado en el tercer número fue premiado con la vuelta al ruedo, y en seguida diligencia los criadores Sergio Lomelí y su vástago, dieron el paseo por la circunferencia acompañados del matador. El cuarto fue otro gran toro, pero a la autoridad se le pasó ordenar el arrastre lento a sus restos.
Israel Téllez ha tenido una tarde buena pero seca. No acostumbrado a modelar faenas heroicas, de cualquier manera algo rescatable se le apreció.
Dos petardos resultaron las presentaciones como matadores de Guillermo Martínez y José Mauricio. El primero no justificó su inclusión obligada a ultranza en el cartel. Poco como torero de trascendencia dio ayer tarde. José Mauricio mientras tanto, dejó una sensación de vacío; le falta demasiado cuajar como matador. En suma, los tres estuvieron desnivelados delante del buen encierro.
El joven de Uriangato, Israel Téllez manifestó deseos de lucir con el capote al recibir al primero de la función; éste lo evitó. Dio la impresión de estar reparado de la vista. “Afortunadamente” durante el segundo tercio se rompió el pitón derecho, legítimo motivo para retornarlo a las corraletas. Salió en su lugar otro del hierro titular, al que mejor toreó con la capa y completó la suerte de las banderillas, dejando los palos en excelente sitio. En el tercio definitivo se mostró un ungulado bondadoso, sin malas intenciones, aunque tardo; Téllez mientras tanto hizo gasto de voluntad, pero sin llegar a entonarse en la tesitura del corlomeño. Se entregó en la hora suprema y dejó un estoconazo tendido, en buen lugar para pasear una oreja.
Muy decoroso se desenvolvió al capotear al cuarto, tanto al saludarlo como en el quite. Mantuvo la emoción al responsabilizarse lucida y honradamente del tercio de los zarcillos. El toro tomó a más la ruta; fue bravo, fijo y embistió con poder. Tenía sin embargo un bemol sostenido para el torero: “distancia específica de arrancada”. No se posó en ella siempre el guanajuatense matador; voluntarioso y deseoso sí se le vio, sin hacer llegar a regalar la faena grande. Mató bien con tres cuartos de acero en el centro de las péndolas y le regalaron dos orejas, repelidas que fueron por algunos del tendido.
El tapatío Guillermo Martínez veroniqueó muy bien y cerró mejor la construcción capotera a su primero con un quite a manera de caleserinas. Después, en el episodio muletero, esa gracia sufrió la metamorfosis a petardo. La mejor faena la hizo el de Corlomé con sus virtudes: Fijeza, nobleza y clase. Desligando, abusando del encaje del engaño, y de alas caídas el alma, a nadie se emociona. Se escuchó el grito de ¡toro!, justificadamente. Saliéndose de la suerte pinchó dos veces antes de su efectiva estocada. El quinto dio un juego recio y desordenado; se rajó al ver la muleta y se pegó a las maderas, sin perder nunca la fuerza. El diestro se resumió en verse con voluntad, y hasta alargó la labor aburriendo a muchos. Un pincho y tres cuartos de espada caídos y atravesados concluyeron su mala vida. Regaló un sobrero de Santiago; éste resultó excelente, con claridad, transmisión y recorrido en su embestida galopada. El espada le interpretó las vistosas “zapopinas” y con la muleta pases por kilos pero sin sustancia. Despeñó a la res con una estocada recibiendo y se le ordenaron en cortesía las dos orejas.
José Mauricio cumplió al recibir al toro de su presentación como matador en esta plaza. Su intento de quite quedó en eso; hizo del engaño un “molote” destanteado. Otra pena. El joven no tuvo la capacidad para hacer detonar la faena que el toro exigía. Expresaba un lenguaje de nobleza y fijeza, mismo que no comprendió el diestro, quien se ocupó mejor, -o peor- de posturas y efectivísmos insustanciales. Algún muletazo bueno, pero huérfano sí lo hubo. El ojuelense toro no merecía morir de un golletazo. Dos orejas le obsequiaron, las mismas que fueron repelidas por un número considerable de aficionados.
Telas enérgicas y mandonas requería el sexto, un toro que poseyó un pitón derecho explotable, lado sobre el cual, cuando se le indicaba el recorrido y la manera abajo, “allá” se iba. El joven, sin la solvencia para dar resolución al entramado que el de Corlomé pedía, por otra parte se observó voluntarioso. Mató de estocada caída y delantera.