Para los que no me conozcan, soy gordo, peso más de cien kilos con una altura apenas de uno setenta y cuatro, lo que me ubica en obesidad uno y con todos los riesgos asociados a esta terrible pandemia de la robustez. Desde chiquito lo fui y prácticamente fue hasta la prepa y universidad que, obligado por los cánones estéticos, hice ejercicio y dieta para ubicarme en maravillosos setenta y nueve kilos. Sin embargo, como aquella vieja canción infantil de “pájaro vuelve a tu jaula”, los avatares de la vida profesional asociados con el malcomer (comidas grasosas, sin horarios fijos, exceso de alcohol, etcétera) me fueron subiendo progresivamente durante veinte años, hasta llegar recientemente a poderosos ciento ocho y medio, lo más que he llegado a pesar.
Desde hace dos años, cada treinta y uno de diciembre hago una lista de propósitos y pendientes para el siguiente año: esta idea de marcarnos puntos, agenda, estrategias, funciona realmente pues nos obliga todos los días a plantearnos cómo hacerlo, el tener una lista nos recuerda a diario que tenemos cosas qué hacer, lo que nos fuerza a no olvidar; de ahí la génesis de afiches relacionados con recordatorios: agendas, post-its, pizarrones, notas en el celular, imanes para el refri, etcétera. De tal forma que, el 2023, por fin pude cumplir todas las metas; esto me llevó a hacer una más ambiciosa para este nuevo año que vivimos y, entre otros tantos objetivos, me fijé dos muy importantes: ir a la nutrióloga y bajar de peso hasta lograr los noventa kilogramos.
Hay que agregar que, como ya lo he contado, el año pasado me di unos meses de abstinencia alcohólica, lo que me ayudó a perder cerca de seis kilogramos. Así que, después de un diciembre lleno de comida y alcohol, el día ocho de enero retomé la abstinencia, y comencé la dieta diseñada por una nutrióloga; quiero pensar que estos profesionales tienen una suerte de sadismo a la hora de diseñar las comidas, porque a pesar de que específicamente le dije “quiero una rutina no tan complicada, aunque me tarde un año en bajar” ella contestó “Una dieta de mil setecientas calorías es la ideal” un menú propio de anoréxicas y no de un gordito comelón como yo.
En fin, que, armado de los insumos necesarios, he comenzado de forma estricta el régimen alimenticio, claro, apenas llevo una semana, pero debo de decir que, pese a todo, estoy lográndolo, hay algo que me motiva: borrar de mi lista de pendientes 2024, esta meta; me da mucho placer tachar un pendiente una vez que lo realicé, es como liberarme de una carga. Creo que una de las razones es que me pesa mucho la procrastinación, si no me fijo un día y una hora para realizar una actividad, suelo dejarla pendiente, hasta que me apremia. Por eso, cuando descubrí las agendas en el celular, emigré rápidamente, pues todo el día te recuerdan lo que tienes que hacer.
Lo más impresionante de volver a estar a dieta (he atravesado como cinco en toda mi vida) es entrar al Oxxo y ver que el noventa por ciento de sus productos no son saludables, que un gran porcentaje de ellos prácticamente contienen la mitad de las calorías que puedo comer en un día. He asumido estoico el rechazo de todos estos productos excelsos en calorías, no porque los resista en torno a su peligrosidad, sino porque uno de los objetivos de adelgazar es justamente volver a esos deliciosos, grasosos, azucarados y mortales placeres de la comida y el alcohol. Mientras tanto, cuando apremia el hambre ¡siempre nos quedarán las manzanas!