No se detiene la serie de festejos de toros en el estado de Aguascalientes; cuando no festivales, corridas de toros en sus encajes de geografía. Ayer se dio la bien publicitada corrida en halago al “Rey de los muebles de Jesús María”, alcaldía aledaña y ya más que incrustada a la mancha urbana de la ciudad capital.
Para acción y efecto de tal, se le levantaron las puertas corredizas de los cajones de traslado, a cuatro reses quemadas con el hierro de Puerta Grande, antes Mariano Ramírez, que en reverencia a la franqueza su trapío fue demasiado dedicado a los actuantes, es decir, bastante cómodo para ellos, que sin embargo y por otra parte se dejaron meter mano, como se estila decir en la jerga de los taurinos. Aquel primero tuvo la mala suerte de dar la vuelta de campana, dañándose las lumbares; el segundo no presentó peligro; el tercero resultó ser el de mejores cualidades con su clase y notado buen estilo al embestir, y el cuarto quedó como ejemplo de la nobleza abierta, exaltada y sin muchas complicaciones para el que la enfrenta, y que al entendimiento del aficionado culto, con algo de más raza sería, con otros ingredientes, lo que elevaría a la fiesta azteca a mejores niveles. Con menos de media entrada en las gradas del edificio, el festejo se desarrolló según el entendimiento de un par de toreros de la tierra con vientre de aguas térmicas y medicinales:
El primer espada, LUIS DE TRIANA, safó el candado al festejo presentándole su humanidad a brazos abiertos y en sopor de arte a un cárdeno claro; ahí están algunas dos verónicas exhaladas del sentimiento. Dañado físicamente el de Puerta Grande por una vuelta de campana, con la muleta el “trianero” hubo de tomar papel de terapista, y entreveró a ello instantes a nivel de ser patrones como para el modelado de la mejor colección escultórica, pues el astado fue muy noble y de insuperable estilo, sin embargo no dio emoción por su falta de energía. Del modo que fuere, el diestro consumó con efectividad y decisión la suprema suerte con una estocada un punto delantera y otro caída, para ser incentivado afectuosamente con un auricular.
Con el tercero, algo de relumbrón hizo al ofrecerle capa, como el suelto farol de hinojos, o un lance del quite.
Lo de mayor crédito vendría con la muleta, pues con ella empuñada, varios momentos dejó de irreprochable estética, sin embargo se le vio en calificación debajo de las buenas condiciones del paliabierto de Puerta Grande, que manifestó una lidia abierta, con calidad y nobleza –asunto entendible dadas las pocas veces que Luis torea al año-. El animal, si terminó saliendo con la testa arriba, fue porque en muy escasas veces se le acompañó toreado de verdad. Como el de la coleta le acabara sus días con un espadazo de buena colocación, el juez, a insistencia de los concurrentes, le ordenó las dos orejas.
El joven VÍCTOR MORA apareció con su percal abierto para lidiar al primero de su lote, otro cárdeno claro, listón y con tipo de lo que hoy tiene la casa Haro; sin lograr un embonamiento cabal en los lances de recibo, al quitar le dio pinturería al ruedo con una serie de faroles invertidos; luego, cambiado el tercio, armó su muleta y se afanó en desquitar el pago que hicieron los asistentes, lográndolo sin duda, y si el trasteo no rayó a mejores peñas, fue porque el bovino, en un principio embistiendo con clase y nobleza, terminó saliendo con la cara por alto en cada pase, quizá porque le abandonaron las fuerzas a sus extremidades. Víctor firmó su animosa actuación matando al ungulado con media estocada de muy buenos efectos. No mal ganada fue la oreja que paseó alrededor del anillo.
Y este coletudo de Aguascalientes se abrió con variedad cuando saludó con el capote al que cerró plaza; una larga cambiada postrado en paralelo a la longitud de las maderas, antecedió a sus limpias verónicas y a su formidable quite por “orticinas”. Continuó quizá lo de más emoción de toda la corrida cuando, a contra hábito, puso un par de banderillas bien reunido al momento del encuentro, e invitando a su alternante a prender otro, el cual respondió a la cortesía creciéndose con un quiebro ¡de rodillas!, mismo que hizo elevar las mejores odas de alegría del público.
Con la sarga, el aspirante a figura del toreo en momentos hasta se recreó para corresponder a la nobleza y clase de su adversario. Con igual facilidad y buen gusto ejecutó sobre la arena derechazos, “arrucinas invertidas”, naturales y cambiados; en equilibrio con este su trasteo mató de tres cuartos de estocada en excelente sitio e inmejorable ejecución, y por todos los hechos agrupados paseó en alto el rabo de su buen antagonista, que fueron por cierto sus restos arrastrados entre las palmas de los aficionados.