El liberalismo desde abajo | El peso de las razones por Mario Gensollen - LJA Aguascalientes
23/11/2024

El miedo sistemático es la condición que hace imposible la libertad y viene provocado, como por ninguna otra cosa, por la expectativa de la crueldad institucionalizada.

Judith Shklar, The Liberalism of Fear.

El papel de Judith Shklar en la filosofía política fue paralelo al que tuvieron Iris Murdoch, Elizabeth Anscombe, Philippa Foot y Mary Midgley en la filosofía moral de la segunda mitad del siglo pasado. Combatió sin medias tintas un estilo de pensamiento constructivista y abstracto, siempre atenta a la psicología humana y su relación con el poder, y dotó al pensamiento político de los matices necesarios para pensar nuestra realidad presente.

Shklar nace en 1928 en Riga, capital de Letonia, en el seno de una familia judía acomodada de cultura alemana. Debido a la posibilidad inminente de una invasión soviética, emigra con su familia a Suecia, luego a Japón a través del Transiberiano, y luego a Canadá, donde estudia el bachillerato e inicia su carrera universitaria en McGill. Shklar se doctora en Harvard y después se convierte en la primera mujer catedrática en el Departamento de Ciencia Política de la misma universidad. En 1989 se convierte además en la primera presidenta de la American Political Science Association.

En la década de los ochenta del siglo pasado, Shklar y Michael Sandel eran los docentes superestrellas en Harvard: daban cursos masivos en enormes auditorios. Mientras el curso de Sandel era sobre filosofía política y moral, inmortalizado en su libro Justice (2009), el de Shklar era sobre historia del pensamiento político. No obstante, la prematura muerte de Shklar a los 63 años frenó una carrera que iniciaba su ascenso definitivo (Sandel aún ostenta la cátedra Anne T. and Robert M. Bass en Harvard).

A diferencia de su fama pedagógica, sus obras (nueve libros y algunas decenas de artículos) no obtuvieron la atención que merecían, algo que por fortuna empieza a cambiar. Shklar, y por buenas razones, nunca suscribió la manera de hacer filosofía política inaugurada por John Rawls: la teoría normativa sistemática sobre la justicia. Su temperamento, mucho más realista, prefería el análisis de las injusticias concretas que padecen los individuos sobre la construcción de una teoría de la justicia abstracta y elaborada en la comodidad de los mullidos sillones de las grandes universidades. Como historiadora de las ideas, Shklar se sentía más cómoda en compañía de los clásicos del pensamiento político que en las discusiones sobre los retruécanos argumentativos de A Theory of Justice (1971) de Rawls y las distintas respuestas que suscitaba. La misión de Shklar era mucho más humilde (y, a mi parecer, más necesaria) que la del propio Rawls, o que las de sus críticos Robert Nozick, Michael Walzer, Michael Sandel, Ronald Dworkin o Thomas Nagel. Se proponía mejorar la conversación política mediante una fina clarificación conceptual, lo que para ella implicaba hacer distinciones sutiles, entablar una conversación con el legado intelectual del pasado (de manera similar a su compatriota Isaiah Berlin), y proporcionar el lenguaje adecuado para que la gente articulara sus creencias políticas.

Shklar fue una pensadora liberal, pero a la francesa: se sentía más cercana a Montaigne, Montesquieu y Rousseau, que a los liberales anglosajones Locke y Mill. De manera más determinante, Shklar fue una pensadora cosmopolita: repudiaba las teorías con tufo identitario, quizá debido a su exilio permanente y forzado, y a su antinacionalismo. En After Utopia (1957), una revisión posterior de su tesis doctoral, Shklar se muestra desconfiada ante el optimismo de la Ilustración, y en “The Liberalism of Fear” (1989), quizá su ensayo más célebre, articula una defensa del liberalismo sobre bases escépticas.

El “liberalismo del miedo”, como lo denomina Shklar, es superior en materia ética a otras opciones políticas debido a que sus mecanismos institucionales pueden evitar el daño que históricamente ha sufrido el ser humano. Su fundamento es negativo: no se trata de establecer el mundo deseable al que nos conduce la teoría -no es un liberalismo de los derechos ni del desarrollo personal-, sino de impedir en la medida de lo posible situaciones condenables: como la crueldad política y el terror estatal. Para Shklar, la democracia liberal es más una receta de supervivencia que un proyecto de perfeccionamiento de la humanidad. Shklar rastrea el origen de este liberalismo en la reacción ante las crueldades que devastaron a Europa durante las guerras religiosas de los siglos XVI y XVII. Contrario a la lectura económica común, Shklar pensaba que el liberalismo no surge para crear los prerrequisitos institucionales para el libre intercambio de mercancías ni para la configuración de una voluntad común, sino para impedir la violencia que sufrió una población empobrecida. Así, su liberalismo del miedo no parte de la perspectiva de los gobernantes, sino de la gente común y más desfavorecida: su posición es la de un liberalismo desde abajo. Atenta a la psicología moral, lo que interesa a Shklar son las reacciones emocionales de los desfavorecidos y las víctimas del sometimiento: el miedo a la crueldad, el temor a la miseria y el horror ante el desamparo. Cualquier otro punto de partida antepondría los intereses de una minoría que busca honores sociales o libertades políticas, a los de una mayoría sufriente.

Se han ofrecido diversas críticas contra el liberalismo de Shklar. La más reciente viene de la pluma de Samuel Moyn, quien en Liberalism Against Itself (2023) considera a Shklar como una de las liberales temerosas de la Guerra Fría. Para Moyn, mientras Shklar buscaba mantener el orden con un realismo desilusionado y combatía las utopías progresistas, suscribía a la vez una ideología espantadiza que no luchaba en contra el fatalismo social, sino que claudicaba ante él. ¿Cómo puede reducirse todo a levantar una defensa contra la crueldad? Pero, como señala Jesús Silva-Herzog Márquez (Nexos 551, noviembre 2023), la de Shklar quizá no sea ansiedad absurda, sino simple cordura elemental. El asalto al capitolio en 2021, la victoria de Giorgia Meloni en 2022 en Italia, y el surgimiento del libertarismo populista de Javier Milei en la Argentina, quizá dan la razón al escepticismo de Shklar.


El propio siglo veinte mostraba para Shklar el irracionalismo latente de las pulsiones políticas humanas. Así se entiende su distancia de la estela de Rawls: para Shklar la política no se trata de llevar a la práctica los modelos abstractos de la justicia. El objetivo de la política, por el contrario, consiste sobre todo en la prevención de la crueldad, en evitar el sufrimiento. Para ello, deberíamos enfocarnos en identificar y corregir las injusticias y las formas en que las personas sufren debido a la opresión y la marginación. También creía que el miedo de las personas jugaba un papel fundamental en la política, pues servía a las instituciones y a los políticos para mantener sometidas a las personas. Por ello, argumentaba que debemos enfrentar la crueldad y reducir el miedo para avanzar hacia una sociedad más justa. Con este fin, el gobierno debe estar limitado por los controles constitucionales, aunque estos no bastan. La amenaza constante de actos extralegales requiere de la continua división del poder y de nuevos contrapesos. Sobre todo, lo que requiere una sociedad justa es el activismo vigilante de la ciudadanía y de asociaciones voluntarias de personas que operen como agentes de control.

Como señala Axel Honneth (Vivisektionen eines Zeitalters, 2014), el pensamiento de Shklar es también socialdemócrata, pues la igualdad de derechos a la libertad tiene que ser complementada con la autonomía económica: todos debemos tener las mismas oportunidades para salir adelante con nuestro propio esfuerzo, sin miedo ni dádiva. En suma, nadie debería tener miedo a perder su puesto de trabajo ni a perder su independencia económica. Para ello, piensa Shklar, se requiere de una economía republicana altamente regulada desde el Estado de bienestar.

Antes de sucumbir al discurso bien visto de la nueva izquierda que se alía con los enemigos de la democracia, deberíamos evaluar con mayor detenimiento otras opciones. El liberalismo del miedo de Shklar sella su alianza con las víctimas y los más vulnerables. En medio de la crisis que atraviesan, nos invita a reconstruir nuestras democracias liberales desde abajo.

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