Pido la paz y la palabra. He dicho «silencio», «sombra»,
«vacío» etcétera. Digo «del hombre y su justicia».
Blas de Otero
No me hablen de paz si hay desasosiego,
si no hay comida en el plato
ni agua caudalosa que llegue como río hasta el estómago
ni combustible para ayudar a los enfermos
ni luz que se alce como Lázaro y camine.
No me hablen de paz si dan sólo unas horas
para salir a ninguna parte.
¿A dónde irán los mutilados, los agonizantes,
los que sufren alguna enfermedad terminal?
¿A dónde irán los huérfanos?
No me hablen de paz si por la calle
te prohíben el paso por ser de alguna tierra,
de algún color morisco, incombinable,
de alguna manera distinta de pensar.
(La humillación es el detonante de la guerra.)
No me hablen de paz porque la paz
empieza cuando se hace justicia.
No confisquen sus territorios, si quieren que termine esta tortura
ni saquen el tanque frente a la ambulancia
ni compren a la prensa ni sigan profanando las mezquitas.
No me hablen de paz con bombas en las manos
porque en los brazos otros llevan a sus hijos
con los ojos abiertos por la guerra
mientras el mundo la mira desde casa
en Internet.
No me hablen de paz aunque las calles griten Palestina,
aunque escribamos poemas de esta masacre,
aunque los creyentes eleven sus oraciones y negocien con su Dios.
¿De qué sirven las charlas de diván
cuando los hemos dejado solos, sitiados, resistiendo?
A veces, la paz comienza con desasosiego,
ojo por ojo, Gaza por Gaza.
Nadie quiere un mártir más. Sólo una tierra
para contemplar el cielo
y sentarte, tranquilamente, en la banca de un parque.
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