Abordo este texto de la Plaza de La Sorbonne, los sentidos están un poco aturdidos por el lugar en el que me encuentro y lo que simboliza, aquí se han gestado ideas de revolución, de libertad, de igualdad y fraternidad, por esos escalones han pasado mentes que han influenciado el pensamiento del mundo y yo ahora aquí sentado a media mañana mientras el sol despunta en París no puedo dejar de pensar en que todo aunque inconexo y atemporal de alguna u otra forma finiquita siempre conectándose.
Las ideas salen azuzadas, agitadas, no solo se me presentan en esta maravillosa ciudad con todas sus implicaciones poéticas, literarias, filosóficas, han aparecido salpicadas en esta aventura en la que sigo en trayecto desde hace semanas.
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Aterrizar en Estambul es un enigma, territorio de fabulas, cuentos de mil y una noches, después los días en Copenhague, su arquitectura, el orden, el sector Ørestad en donde el futuro llego hace rato, su Black Diamond, su Christiania, su Royal Garden, salir rumbo a Berlín en un autobús lleno de inmigrantes -no estoy realizando el clásico viaje de tour, ando calzando una mochila a la espalda, mucha hambre, de todas las clases, pero también mucha sed que se calma a caudales en cada sitio- en este lugar la atmósfera es diferente, que ciudad, sexy, rebelde, libre, los días llenos de memoria, con su muro, su topografía del terror, su Alexander Platz, su puerta de Brandeburgo, su RFA, la RDA, su Occidente, su Oriente imputados de pasado, de cicatrices, la noche cargada de electricidad, del beat del techno, de sexualidad emancipada, exuberante, grotesca, la Berlín delirante, ensimismada, la cima en la torre de televisión Fernsehturm, pero si algo enseñan las aventuras es que siempre que se sube irremediablemente hay que bajar -a veces por necesidad- esta vez por gusto en Praga, el Puente de Carlos, leer tu carta y extrañar a orillas del Moldava, querer de tanto querer romper cristales de Bohemia en Malá Strana, madrugada en andenes con instrucciones en Checo, trenes, estaciones, farolas de luz ámbar, cinco horas en Dresde esperando salir a
Dessau -todo esto durmiendo al lado de turcos y libaneses que se vienen a buscar la vida, como todos en todas partes- por unas horas nos hermanamos y nos convertimos en compañeros de banca, yo por cortesía dormite sentado, los de mejor suerte alcanzaban a estirar el cuerpo hasta que el policía alemán vociferaba palabras y nos despertaba, tal vez todos soñemos lo mismo en diferente idioma. Y una mañana estoy ahí, en Bauhaus, el mito se devela, paso el día entero sumergido en su geometría.
Llegó a Ámsterdam en una fría mañana, afuera de la estación central que tanta riquezas ha tomado en los siglos pasados ahora con desdén me recibe lloviznando, el río Amstel me guía, la Dam Square y la avenida Rokin, encuentro alojamiento, me dedico más al arte que al Barrio Rojo, una mujer con solo unos tacones violeta y nada más que un par de girasoles son una fusión vaporosa, otra vez backpack, metro, autobús, tren, caminata -horas, horas de paisajes, de idiomas, de interpretaciones y sonrisas, de disimulos y rutinas, de miradas, de El infinito en un junco, de ti en el pensamiento, de tus iris parecidos a los campos floridos, a las nubes, los molinos de viento, a la noche estrellada-. Después Bruselas, multiculturalidad, la idea de que todo el mundo está en un mismo lugar aquí no es una exageración, por los túneles del metro correo el río Babel, las voces se unifican en su diversidad, los atuendos se presentan orgullosos de su identidad, el Palacio de Luxemburgo, sus catedrales, su barrio turco, la pipa, el bombín, su delirium tremens, la Grand Place es un impacto, toco la puerta de Marx y no se asoma, parece que ya no hay fantasma que recorre Europa.
Llegó a Limoges, pequeño pueblito francés, toda la calma del mundo entra en este lugar, peregrinos van rumbo a Santiago de Compostela, nos saludamos tímidamente con la complicidad del que camina, aunque con la diferencia de que ellos tienen fe y un lugar de llegada. Kilómetros más. París, la urbe, la cultura, el monstruo egocéntrico, voluble, que todo lo engulle y todo lo escupe, Tullerías, Les Halles, sus adoquines, su glamour, su fragancia, la moda, el lujo, la antigüedad reluciente, el poder de los reyes y la fuerza de los ejércitos edificados en mármol, después de una tarde por el Barrio Latino entre puentes y canales que serpentean el Río Sena llegó a Montparnasse y ahora aquí termino este texto, en un café francés, como cliché o como sueño para quien alguna vez leyó a los maestros escribir sus pensamientos desde este cielo, aunque es tarde sospecho que aquí no se duerme, esperare para ver si sucede algún hechizo que me lleve a la Belle Époque.
Considero miserable describir los lugares como puntos turísticos, vagar -y sobre todo asumirse en esta condición, sin pudores y complejos- consiste en otra cosa, vagar es un acto de huida y de encuentro a la vez, una contradicción, en ello esta su atractivo, veo a la ciudades como personas -y viceversa- cada una con sus encantos, con sus historias, con sus miserias -algunas mas escenográficamente escondidas que otras- es un juego de seducción, los sonidos de catedrales, de viejos clarinetes, de palacios, de navíos y colonización, tanques y bombardeos, marchas de guerra, de invasiones, sirenas de bombardeos, de operas, de jazz, de hip hop, con sus heridas abiertas y sus recelos, en un continente con la idea de cohesión a base de sangre y fuego. Viajar vagando es interpelar al otro, confrontarse a uno mismo, a sus prejuicios, quebrar tu propia historia -quebrarte-, salir a que el mundo te acaricie o te de una bofetada, si eres sabio pondrás la otra mejilla, aunque todo carezca de sentido y todo lo tenga por un instante, no hay verdad absoluta y todo se relativiza, la experiencia del viaje es una sensación milenaria, hay algo de desarraigo y de nostalgia, de dudas y de certezas a cuenta gotas, aunque esas gotas se conviertan en el elixir que nos hace seguir andando.
En la plaza de la ciudad vieja de Praga sucede un espectáculo único y meticuloso, un mítico reloj astronómico anuncia cada hora con una sincronía de mecanismos y personajes en movimiento, si se presta atención quien toca las campanas del reloj es la muerte quien sonriente mueve la cabeza jalando la soga que toca las campanadas del tiempo, ahí nos recuerda igual que les anuncio a reyes, reinas, plebeyos, rebeldes de la resistencia, nazis, patriotas o apátridas, escritores, emperadores, fascistas, libertarios, filósofos, poetas, católicos, musulmanes, judíos o protestantes, mezquinos y enamorados, que nos queda una hora menos de vagar por la hermosa vida.